La presión espacial

(23) C8 - Presidente

Aliz colgaba con parsimonia las prendas de ropa que le acababan de traer los ayudantes de Manuel. La habitación y la cama eran grandes y acogedoras y aquel armario tenía sitio de sobra para las cuatro o cinco mudas que le habían dado.

Aunque la moda era diferente, las prendas que se utilizaban eran las mismas que en Iilnirev. No se había probado nada, pero estaba bastante segura de que todo era de su talla. Al terminar de doblar el último pantalón, se dio la vuelta y se dejó caer sobre la cama, todavía enfundada en su traje imperial.

Pensaba en la misión que le habían encomendado, si es que se podía llamar misión. Cuando su Emperatriz había confesado a Manuel que le haría a Anneru la misma oferta que a él, éste había solicitado una prueba de lealtad. ¿Cómo sabía que al final el engañado no sería él? Necesitaba tener seguridad y unos papeles firmados no le bastaban.

Aliz era esa seguridad.

“Sólo he venido para ser una pieza de cambio” se decía a si misma. El trato consistía en que mientras la Emperatriz viajaba para convencer al conquistador, ella debía quedarse allí junto a Manuel y éste no la dejaría moverse de su lado hasta que Cleo volviera e hiciera aquello que había prometido hacer.

No sabía si sentirse moneda de cambio o directamente prisionera. Prisionera sin haber hecho nada para ganárselo. ¿Aquella era la misión tan importante que su jefa tenía para ella? Pues vaya.

Aún así entendía o quería entender que debía haber algo detrás de todo aquello. La razón por la cual ella debía quedarse allí, debía ser una de esas informaciones que Cleo le ocultaba conscientemente. Pero ¿Por qué?

Por su parte, tras acompañar junto a Manuel a Aliz a su habitación dentro del Palacio de las Naciones Unidas, Cleo había continuado su reunión con el Asesor principal del presidente de la Tierra.

Habían redactado y firmado todos los acuerdos necesarios, tanto los oficiales como los extraoficiales y habían discutido todos los flecos habidos y por haber, como los dos buenos negociadores con amplia experiencia que eran.

Ahora, Cleo andaba y hablaba con Manuel mientras se encaminaban por uno de los anchos pasillos del Palacio hacia los aposentos de Salman Al Fahri, el verdadero Presidente del Mundo, recién reelegido.

—Señor Lechwiçza, espero que tenga en cuenta lo que hemos hablado: de la misma forma que yo dejo a mi ayudante aquí como garantía de mi lealtad, espero que ella sea tratada con el máximo cuidado y respeto. Espero que se le dé el mismo trato que se me habría dado a mí misma como emperatriz. Tendrá total libertad de movimientos y si se la vigila, será solo por su seguridad. Y espero poder comunicarme con ella cada vez que lo necesite.

—Ya se lo he dicho, mi señora emperatriz, pero se lo repito: tiene mi palabra. Su ayudante Aliz será tratada con los máximos honores. Y tendrá libertad de movimiento, pero deben tener en cuenta que probablemente la necesitemos y tengamos que hacer que nos acompañe en alguna ocasión. Aún debo salir a explicar qué es lo que ha pasado aquí hoy. Creo que tengo como unas doscientas llamadas desde que han aterrizado ustedes aquí esta tarde. Todo el mundo quiere saber.

—No hay ningún problema con eso. Pero comuníquenselo con tiempo e infórmenla tal y como hubiera hecho conmigo. Quiero que durante todo el tiempo que esté aquí, ella sea considerada una extensión de mí. Cualquier ofensa será considerada una ofensa a la propia Emperatriz.

—Lo entiendo. No se preocupe, de verdad. Como le digo, la requeriremos para ciertos aspectos ineludibles. Una rueda de prensa… y probablemente tengamos que dejar que le hagan algunas pruebas médicas, ya se imagina. Son ustedes una especie que creíamos extinta. Los científicos se van a subir por las paredes. Van a querer comérsela.

—Lo sé. Así que ya sabe lo que le he dicho. Ella misma decidirá hasta donde quiere llegar, no tiene ningún límite por mi parte en ese aspecto. Sabe de sobra lo que tiene que hacer.

El pasillo por el que andaban hacía una pequeña curva a la izquierda, antes de llegar a las habitaciones del presidente. Una de las paredes del pasillo era un eterno ventanal que daba a una especie de patio interior o claustro donde había césped y un par de árboles. La noche había caído y parecía hacer algo de viento. Quizá incluso se pusiera a llover.

Cuando llegaron a la puerta que daba a la zona presidencial, Manuel le pidió que esperara. Entraría con su llave maestra, avisaría al presidente y le informaría de la situación antes de que ella pasara, para que no le pillara de sopetón.

El asesor sacó una tarjeta de uno de los bolsillos de su pantalón y la pasó por el lector que había al lado de la puerta. Éste emitió un pitidito y se escuchó un “clak” en la puerta. Le hizo un gesto a la emperatriz indicando que esperara y desapareció tras la entrada.

Cleo se quedó sola en el pasillo y se dedicó a curiosear y a mirar por el ventanal. Pequeñas gotas comenzaban a alcanzarlo, afuera ya llovía, no mucho, pero sí lo suficiente como para que aquel vidrio estuviera empezando a empañarse. De repente escuchó un pequeño zumbidillo y notó que algo de aire caliente salía por los marcos de los costados. El cristal se desempañó en segundos. Hizo un gesto con la boca, como diciendo “no está mal” y pensó en lo diferente que era aquello de los otros sitios donde había estado en la Tierra.

Nunca había estado allí oficialmente como emperatriz. Las otras veces en las que había estado en la Tierra, siempre había desempeñado un rol más mundano. Empezando por sus primeros doce años de vida.

Pensó en aquella época y en quiénes eran los personajes importantes por aquel entonces. Bush, Merkel… Aunque las Naciones Unidas existían, aún no tenían apenas poder, la Tierra aún no era un ente “global” y ni siquiera había una base en la Luna.

Aún después de doscientos años gobernando a los nims, se sentía rara ejerciendo una posición similar entre la gente de su propia especie.




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