Era la tercera vez que Chase rellenaba el vaso de Massiev, y comenzaba a mirarlo con cierta preocupación. En su despacho, andaba hecho un energúmeno de aquí para allá. Nadie, excepto él, se habría atrevido a comportarse así en aquel sitio. Pero Massiev estaba hecho un nudo de nervios, no podía contenerse, vaciando su vaso rápidamente mientras trataba de explicar por enésima vez a su amigo Chase lo que estaba ocurriendo.
—Y el tío me viene con que ha seguido las instrucciones del manual —decía, casi gritando— ¡Casi dos horas ha tardado en avisarme! Es que… es para ahorcarlo.
—Bueno, bueno, tranquilo —Chase trataba de calmarlo—. Ya has hablado con él, ¿no? En realidad, sí que siguió las instrucciones…
—¿Hablado con él? Chase, ese Charles está ahora mismo en el calabozo más oscuro y húmedo de la nave y ahí permanecerá unos días. No me jodas tú también con que siguió las instrucciones. Las instrucciones sirven para las situaciones normales y rutinarias, no para cuando se te presenta en los morros una nave extraterrestre.
—Pero bueno, Massiev, amigo… el hombre no sabría que era extraterrestre. ¿Cómo estás tú tan seguro?
Massiev sacó una pequeña tableta electrónica del bolsillo y la activó con un dedo. Accedió a una serie de carpetas y finalmente la volteó para mostrarla a su amigo. Chase la miró. Desde luego, era muy diferente a cualquier cosa que hubiera visto. La nave parecía pequeña, aunque sin nada como referencia en aquella fotografía hecha contra el campo de estrellas, no podía decirlo seguro. Lo que sí que echaba en falta era un motor visible, desde luego. Un sistema de propulsión.
Aquella nave parecía ser sólo casco y poco más. No conocía ninguna nave humana que funcionara sin un espacio dedicado a motores y sistemas de supervivencia que ocupara al menos la mitad del espacio de la nave y que fuera bien evidente desde el exterior. Aquella nave, al menos vista desde aquella fotografía, no parecía tener nada de eso y si lo tenía, estaba escondido.
Su fuselaje, además, era brillante, de color anaranjado y extremadamente suave. A diferencia de cualquier nave humana, reconocible por sus contornos angulosos, ésta tenía una silueta sinusoide u ovalada y el conjunto tenía un aspecto como de huevo o patata anaranjada. No resultaba, al mismo tiempo, nada amenazadora. Y quizá eso era lo que daba más miedo. Chase también se convenció de que aquella no era una nave humana.
—¿Qué es esto?
—Al parecer, la nave de la “Gran Emperatriz Nim”. O eso dice.
—¿Nim? Debe ser la misma de la que han hablado en las noticias, Massiev. La que ha aterrizado en Dubai. Todo esto huele muy mal.
—Y tan mal. Estoy seguro de que es otra treta, Chase —Massiev daba vueltas al vaso mareando las tres gotas de whisky que le quedaban en el fondo—. No tienen recursos ni tiempo para construir una flota de guerra, pero lo tienen para contratar actores, construir una pequeña nave extraña y una narrativa para engañarnos. Nos la quieren a volver a jugar.
—¿Tú crees? Han anunciado lo de los nims a todo el mundo. Dicen que tienen pruebas de ADN. Documentos de su planeta. ¿No es demasiada gente para engañar?
—¿Acaso hay un límite de gente para eso? —preguntó Massiev— ¿Tú crees que una especie extinguida hace doscientos años va a aparecer ahora de repente, justo en este momento, y encima van a hacer lo que están haciendo? Venga ya, hombre.
—Si te soy sincero, las dos opciones me parecen absurdas. ¿Ha amenazado o dado algún signo de hostilidad esa nave?
—No. Sólo ha solicitado comunicarse. Hablar contigo, particularmente.
—¿Conmigo?
—Por tu nombre completo. Chase Anneru. Lo ha dicho expresamente, al parecer.
Chase se llevó los dedos a los labios y trató de decidirse. Como bien decía su amigo, era demasiada casualidad que justo ocurriera aquello en ese momento. Pero al mismo tiempo, también le parecía poco plausible que Lechwiçza y Al Fahri elaboraran algo tan complicado sólo para librarse de él.
Pero tampoco se le ocurría otra razón por la que aquella nave de aspecto tan extraño pudiera haberlos visitado.
—Hablemos con ella —decidió.