Habitualmente, cuando no había reunión, la zona “pública” del Palacio de las Naciones Unidas se encontraba un poco desangelada. En ella se encontraban las depencias que utilizaban los presidentes y delegaciones de las diferentes zonas mundiales y de los planetas exteriores, pero solo estaban ocupadas cuando las reuniones se producían. Solían llegar dos, tres, cuatro, o más días antes de la reunión, dependiendo de cómo tuvieran sus agendas y de cuánto trabajo tuvieran allí, o de cuantas fiestas les hubiera prometido Al Fahri. Todavía quedaban más de diez días para la siguiente reunión, así que no había nadie.
Manuel aprovechaba esa vacuidad para mostrarle a Aliz las diferentes zonas y dónde solían trabajar y descansar sus “colegas” asesores de todo el mundo junto con sus presidentes o representantes.
Cada zona de cada representación había sido diseñada por un famoso arquitecto local de dicha zona, y construida por un equipo de empresas también del mismo lugar, siempre bajo unos estándares de máxima calidad.
Le acababa de contar esto cuando Aliz se paró en seco y se quedó mirando los cristales del pasillo por el que paseaban, que daban al claustro interior. Allí adentro había unos perros, que estaban jugando entre ellos, mientras una persona los vigilaba. La nim estaba tremendamente sorprendida.
—Esos animales… ¿le hacen caso? —preguntó, cuando vio al hombre que observaba cómo los perretes se perseguían unos a otros.
—Claro… son los perros del Presidente. Bueno, en teoría lo son, porque él no les hace ni caso. Se podría decir que son los perros de Naïm… que es ése —señaló al hombre—. Se pasa el día con ellos.
Aliz no decía nada, sólo veía como los perros se perseguían y jugaban y ponía cara de divertida. Manuel tardó en percatarse o en detenerse a pensar el porqué de aquella extraña actitud. De repente, se dio cuenta de que ella era extraterrestre. Era tan jodidamente humana que casi lo había olvidado.
—Supongo que no hay perros en vuestro planeta.
—No, claro… —dijo ella, mientras su cabeza perseguía las corredurías del más pequeño, un Bull-dog regordete que se las veía intentando atrapar a los otros dos, de razas más atléticas.
—Pero tendréis animales domésticos, ¿no?
—Sí, claro, tenemos animales domesticados, pero todos sirven para algo —contestó ella, poniéndose corporativa—. No tenemos animales que simplemente sean para… observar.
—Bueno, también se les puede acariciar y jugar con ellos, y hacen mucha compañía. Son mascotas.
—Algo había leído, conozco el concepto de mascota, pero no imaginaba algo así. Es muy entretenido verlos. Resultan muy simpáticos. En Iilnirev, los animales o son salvajes, o los utilizamos para trabajar. Arar campos, tirar de carros, mover ruedas. Y también los hay que se crían para comer, y algunos pueden llegar a ser simpáticos. Hay quien se niega a comerlos. Pero creo que nunca había visto a un animal tan simpático como este. Sobre todo el pequeñín, jajaja.
Mientras Aliz reía sinceramente, divertida con las aventuras que corría el pequeño y rechoncho bulldog para cazar a sus dos amigos, Manuel la observaba y analizaba. No sabía la edad que tenía, ni ella ni la emperatriz, ni sabía cómo funcionaba el desarrollo como persona de aquella especie, pero desde luego, por aspecto y por actitud, aquella chica debía ser muy joven. ¿Sería la emperatriz su madre? ¿O ascendiente de algún tipo? Por aspecto, desde luego podía serlo.
La emperatriz aparentaba tener unos cuarenta y muchos o cincuenta y pocos. Bien llevados, desde luego. La chica aparentaba quizá unos veinte o veinticinco a lo sumo, pero su ínfima estatura hacía que la viera aún más joven. Además, su aspecto resultaba extraño. La emperatriz, que seguramente superaba el metro y medio, tenía todo el aspecto de una humana de baja estatura, pero aquella chica era mucho más bajita, apenas llegaría al metro veinte.
Conocía a personas con acondroplasia y su aspecto era distinto. Sería difícil confundir a Aliz con una persona con esa condición. Su complexión, la forma gestual de sus extremidades, su longitud y tamaño, sus movimientos, eran las de un humano de estatura normal. Se la veía más ágil y esbelta que a la propia emperatriz, pero en tamaño reducido. Era como hablar con una muñeca gigante o un hobbit en forma.
En todo caso, pensó, todas aquellas observaciones no le servían para mucho. No tenía ni idea de la longevidad de un nim, ni de su desarrollo. Bien podía tener doscientos años, o siete. Anotó en su cabeza que era importante averiguar más cosas sobre la especie lo antes posible.
Se dio cuenta de que hasta el momento las había tomado por humanas y había negociado con ellas como humanas. No sabía si era el aspecto, el hecho de que hablaran su idioma o qué, pero el hecho es que en su subconsciente apenas había tenido en cuenta de que aquellas dos mujeres eran aliens. Había confiado en su estrategia pero, ¿funcionaría cuando se trata de negociar con alguien no-humano? Aquella emperatriz había dejado allí a su ayudante como garantía, pero no conociendo a ciencia cierta con qué tipo de valores morales funcionarían aquellos seres, bien podría no significar nada. ¿Quién le decía que en la cultura nim no era aceptable entregar a un individuo a la muerte a cambio de conseguir un objetivo? Había habido épocas en la humanidad en la que esto habia sido así.
Dejó de darle vueltas a la cabeza y se fijó de nuevo en Aliz, que se había agachado y miraba apoyada en el cristal interior.
—Si quieres, podemos ir ya al comedor, me acaban de avisar de que la cocina está preparada.
Aliz se dio la vuelta y contestó afirmativamente. Debía tener hambre.
Pese a todo, Manuel debía reconocer que hasta el momento no le habían dado la menor razón para desconfiar de ellas. No había hablado demasiado con Aliz desde que la emperatriz se había marchado, pero todo lo que le había pedido lo había hecho con total eficiencia.