—Sólo quiero decirte que me parece fatal cómo has llevado esta negociación. —dijo Massiev, que estaba sentado en el sofá del despacho de Chase en la nave principal.
Chase, que estaba bastante harto de aquella conversación, que ya venía durando demasiado rato, contestó con poca afabilidad.
—Ya, bueno, también estabas en contra en Obbam y al final salió bien.
—No deberías colgar tanto de aquel golpe de suerte…
—¿Golpe de suerte? ¿Te recuerdo como te expliqué mil veces la psicología detrás de aquel “golpe de suerte”? ¿Cómo pese a ello no parabas de protestar? Venga ya…. Golpe de suerte…
—Mira, Chase, a veces sé que te duele que te diga cosas, pero luego me lo agradeces. Y esta es una de ellas. Esa mujer es una farsa. Te lo dije antes de que empezara todo esto. Una farsa. Es otro truco de la gente de la Tierra. Es otra versión de las Islas Fahr.
—Ya me lo has dicho antes, Massiev, te repites. Y ya te he replicado antes, también. ¿Quieres explicarme de dónde ha sacado esa nave? ¿Cómo ha reventado ese asteroide? Ha salido en las noticias de la Tierra. Los astrónomos lo vieron. Esta tarde, se supone, van a salir a explicarlo…
—Y también te he dicho antes que esa nave es solo una curiosidad de diseño. Se puede construir perfectamente en un par de semanas. Sólo necesitas algo que sea capaz de llegar hasta aquí y tenga un aspecto extraño, no hace falta que sea interplanetaria. Lo del asteroide… fuegos artificiales. Mira cómo no dijo ella que eligiéramos nosotros un pedrusco, sino que fue ella misma quien lo propuso. Ese asteroide estaba preparado.
—Demasiado complicado, Massiev. Demasiado complicado. Ella me lo explicó mucho más fácil, mientras cenábamos. Es un concentrador de calor. Lo calentaron de tal forma que lo hicieron estallar. Y tienen otras cosas. Muchas cosas, Massiev. Están mucho más avanzados que nosotros.
—Te crees cualquier cosa.
Chase estaba hartísimo. Una cosa es que Massiev fuera su amigo de la infancia, y su “mano derecha” en el mando. Que le gustara que le hiciera de “contrapunto” cuando tenía que tomar una decisión que no tenía clara al cien por cien. ¿Pero en este caso? Ya no albergaba ninguna duda. No quedaba ninguna otra opción, más que pactar con aquella mujer y dejarle las riendas de su destino. No es que aquello fuera lo que había planeado, ni siquiera le parecía algo deseable, pero su conversación con ella durante su visita, y después durante la cena, le habían terminado de convencer de dos cosas: Una, que aquel pacto, si se desarrollaba tal y como ella le había explicado, no tenía por qué ser malo para él en ningún modo, y dos, que incluso si él pensaba que pudiera ser malo, no había otra alternativa que firmarlo.
Desde luego, si algo tenía claro, es que no era un engaño ni ella era una actriz. Y Massiev también lo habría tenido claro de haber pasado con ella un rato.
—Si la conocieras bien, Massiev, te darías cuenta de que lo que dices no tiene sentido.
—¿Si la conociera bien? Venga ya, amigo, que tú la conoces de cuanto, ¿cuatro horas? Hay películas más largas. ¿Tan bien la conociste? Su canalillo desde luego que te lo conoces al cien por ciento.
Chase explotó por dentro con este comentario, pero contuvo la onda expansiva. Se levantó tranquilamente y se acercó a su amigo y subordinado. Se puso en cuclillas delante de él, que estaba sentado en el sofá, para mirarlo a la cara.
—Massiev, mira, sé que siempre te digo que te agradezco que no estés siempre de acuerdo conmigo y que me hagas de contrapunto. Y te lo vuelvo a decir. Es loable. Pero ya está. Te he dicho que la decisión está tomada. Los papeles están firmados. Déjalo ya.
—No creas que soy el único que piensa así, Chase. Los capitanes de las flotillas están mosqueados también. Todos los mandos altos e intermedios están nerviosos. Y espérate a hablar con el planeta. Tu madre está que trina.
—¿Mi madre? ¿Otra vez has hablado con mi madre? —Chase se puso de pie y abandonó sus intenciones de terminar la conversación de un modo pacífico.
—Ha llamado esta mañana diecisiete veces. A ti te habrá llamado otras cuantas. Yo, al final, se lo he tenido que coger.
—¿Y qué dice?
—Dice que, si firmas ese acuerdo, estarás firmando tu desaparición de la alta política y que básicamente es un acuerdo de sumisión.
—¿Cómo sabe ella tantos pormenores del acuerdo? Apenas lo firmamos anoche.
—Me ha tenido tres cuartos de hora al teléfono, explicándole esos pormenores.
—Y tú se los has dado todos, claro.
—No he tenido otro remedio.
—Ya… Massiev, últimamente me pregunto si trabajas para mi o para ella.
Massiev se inclinó hacia adelante en su asiento, apoyo los codos en las rodillas y se tapó el rostro con ambas manos, cansado.
—Hago lo que puedo… en última instancia trabajo para Leao.
—¿Ahora ya no somos colegas? ¿Ya da igual que seamos amigos desde que éramos críos? ¿Trabajas para Leao y ya está?
Massiev se destapó la cara y se le quedó mirando muy serio.
—Chase, tío… es que es una locura. Me da rabia que no lo veas. Lo siento, pero en esta ocasión estoy de acuerdo con tu madre. Y no puedo dejar que sigas adelante.
—¿No puedes dejar? ¿Qué vas a hacer, un golpe de estado? ¿Aquí en mi despacho? ¿Ahora?
—No… no —Massiev permanecía en un estado de calma alterada, mirando a Chase todo el rato de hito en hito—. Pero te voy a demostrar que es una locura. Te pido permiso para utilizar una de las naves pequeñas. Con eso me bastará.
—¿Utilizarla? ¿Para qué? ¿Qué tienes pensado?
—Voy a destruir esa patata naranja. Con esa mujer dentro.
—No. No vas a hacerlo —contestó Chase, tajante y serio a su vez, mientras se agachaba para abrir un cajón.
—Chase… voy a hacerlo. No pienso hacerte un golpe de estado. Creo que estás equivocado, pero no creo que no sirvas para esto, o que yo lo vaya a hacer mejor. Creo en tu liderazgo y en tu proyecto. Pero es eso en lo que creo. No en una extraña alianza con una raza extraterrestre, por muy impresionante que pueda ser su emperatriz. De hecho, creo que tal raza no existe y que esa emperatriz no es más que una humana normal y corriente.