La presión espacial

(40) M9|C13|A12 - Democracia

Chase observaba como el enorme y moderno Palacio de las Naciones Unidas se iba haciendo más grande en su ventanilla de visualización conforme descendía sobre el planeta.

Desde el aire, era imposible no sentirse fascinado por la arquitectura de aquel edificio y no pensar, si uno tenía un mínimo de curiosidad, cómo era posible que en un lugar donde cada año morían cincuenta millones de personas por no tener nada que llevarse a la boca pudiera haber una cosa así.

El edificio no era alto, pero era extenso y por encima de todo, era altamente evocador y futurista. Se notaba que quien lo había diseñado sabía bien lo que hacía. Sus extensos jardines llegaban hasta el mismo punto donde llegaba la vista de uno si se asomaba por cualquiera de sus ventanas. Sin embargo, más allá de estos jardines, no había más que puro y duro desierto por un lado, la Ciudad de Dubai por otro, y la playa por el último.

Estaba aterrizando, al contrario que dos semanas atrás, en una de las naves grandes. En la principal, la TG1, la que contenía su despacho, para ser exactos. Aún le quedaba alguna nave pequeña con él, pero no eran demasiadas: muchas habían seguido el ejemplo de los primeros desertores.

El ánimo de Chase era abismal. Cuando tocaba fondo, es decir, cada diez minutos, se decía a sí mismo que aquella emperatriz decía la verdad, que al final todo saldría bien y su mandato sería mucho mejor de lo que él podía imaginar en ese momento. Con ese pequeño estirón de su subconsciente conseguía seguir tirando para adelante, pero la realidad es que en su cabeza solo existía la palabra fracaso.

Aquel era el día decisivo, al caer la noche de hoy, sabría si era el nuevo Presidente de la Tierra o uno de los seres humanos más desgraciados del momento. O incluso las dos cosas a la vez. Ser presidente para ser el muñeco de otra persona no era mucho mejor que ser abandonado a su suerte con decenas de planetas a los que compensar.

Si no había puesto ya fin a todo aquello era sólo por dos razones. La primera era que cuando lo había pensado se había dado cuenta de que no era algo tan fácil. No tenía a mano ningún medicamento lo suficientemente potente como para matarlo, y no pensaba pegarse un tiro o lanzarse al espacio: una cosa era suicidarse, y otra hacerlo de forma indigna. La segunda era que, aunque no salía mucho de su despacho, cada vez que lo hacía veía a la gente de su tripulación, los hombres y mujeres de su ejército.

Y cuando los veía, aunque no conseguía contagiarse de su entusiasmo, sentía que no podía dejarse llevar de esa forma. Sentía vergüenza, aunque no fuera capaz de identificarla. Vergüenza por no ser capaz de abrazar como ellos un discurso que no era el suyo propio.

Cleo había tenido razón en lo que dijo la última vez que estuvo en su nave: “Seguirán yéndose, pero se quedarán los buenos”. Lo cierto era que se habían marchado la mayoría de altos mandos, muchos suboficiales y algunos soldados… pero que los que se habían quedado tenían una fuerza de voluntad y un estado de ánimo que él no podía entender. Cuando los veía, eran ellos los que le arengaban a él, en lugar de ser al contrario.

La enorme nave terminó de posarse en el extenso campo de césped del jardín del Palacio. Al abandonar su despacho para ir hacia la esclusa de salida, Chase se encontró a Nerv, el suboficial que iba a acompañarlo a la reunión. Su nuevo “Massiev”.

Nerv no era, desde luego, Massiev. Ni se le parecía. Para empezar, no lo había nombrado nuevo capitán ni nada por el estilo, seguía siendo suboficial, simplemente lo había elegido para acompañarle por dos razones poderosas: podía hablar varios idiomas y pese a ello, casi nunca hablaba.

Chase quería a alguien a su lado, pero no quería que nadie estuviera interfiriendo en sus pensamientos con constantes conversaciones. Nerv era un chico joven, de los más jóvenes entre sus suboficiales y aunque si se había quedado era porque creía en el proyecto, no era de los más vehementes a la hora de expresarlo.

Ambos bajaron por la esclusa de acceso y conforme pusieron sus pies en el verde césped del jardín, tuvieron que utilizar la mano de visera para poder ver algo. Sus ojos acostumbrados a la luz artificial acusaban el fiero sol árabe a esas horas de la mañana. Entrecerrando los ojos, Chase vio que una figura trajeada y de cabeza desnuda se acercaba.

—Bienvenido, me alegro de verles por aquí —Manuel alargó la mano.

—Seguro. Yo me alegro de igual forma —Chase se la estrechó.

—¿No ha venido mi amigo Rinat? ¡Qué decepción! —Manuel sabía de sobra lo que había pasado con Massiev, y simplemente se lo lanzaba a la cara para marcar territorio.

—Oh, el pobre Massiev está indispuesto —dijo Chase—. Pero he venido con mi compañero Nerv, al cual le presento.

Chase hizo un ademán y se apartó ligeramente, dejando que el chico se presentara.

—Miło mi pana poznać —Nerv lo saludó en polaco.

—¡Oh! ¿Hablas mi idioma natal? —Manuel estaba sinceramente soprendido— Czy mówi pan po polsku?

El pobre Nerv puso cara de pensar intensamente y sudó internamente, aunque finalmente consiguió decir:

—Niezbyt, ale mogę spró…bo…wać?

—¡Muy bien, chico! —aplaudió con una sonrisa en la cara— Oiga, Anneru, ¿le puedo hacer una oferta por él? Me vendría genial como intérprete y como profesor… llevo tanto tiempo hablando inglés y árabe que casi ni recuerdo mi propio idioma.

—Se lo cambio por un pasaporte de las Islas Fahr.

—Ja, ja, ja, touché.

Manuel los acompañó hasta una de las entradas laterales del edificio del Palacio que daba a aquella parte del jardín.

—Aún quedan unas horas para la reunión y yo debo ir a preparar la recepción del resto de invitados. Les acompañaré a las dependencias de los Planetas Exteriores, ya que usted no ha estado aquí más que una vez. Pueden permanecer allí mientras esperan el inicio de la reunión, estarán muy bien atendidos.

—¿Le importa si nos quedamos un rato paseando por el jardín? Llevamos meses sin apenas bajar de la nave. Me gustaría que me diera un poco el sol.




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