Cleo dio la señal de pie en el estrado. Chase, a su lado, sentado en su lugar, la observaba con una mezcla de admiración y miedo.
Llevaban seis meses gobernando y aquel era el quinto acto que realizaban de ese tipo. Cleo le había prometido que sólo habría que hacer dos o tres más, y entonces pararían. Cambiarían de estrategia. Todo el mundo habría comprendido el mensaje.
Pero qué mensaje.
Las cuchillas, afiladas con láser ultrasónico, junto a la velocidad con la que caían, aseguraban un sufrimiento mínimo. Tras su señal, bajaron con rapidez y seccionaron el cuello de las veinticinco personas que habían sido declaradas culpables de traicionar a su pueblo.
Todos ellos eran exalcaldes, expresidentes, grandes empresarios. Todos ellos gente de gran poder…
Todos ellos habían sufrido el escrutinio de las nuevas autoridades. Los nims que habían bajado de aquella enorme nave, junto con aquellas tropas afines que le quedaban a Chase cuando por fin pudieron tomar el poder. No les había sido nada complicado destapar todas las atrocidades que aquellas personas habían cometido. Menos aún les había costado difundirlas y meterlas en los ojos y las cabezas de todo el mundo a través de todos los medios posibles.
La plaza central de la Ciudad de Marraketch estaba a rebosar de gente que no hizo otra cosa que aplaudir y brindar de júbilo cuando las cuchillas cayeron. Gente que sólo unos meses atrás ni siquiera podía acceder a esa zona.
Chase miraba a la masa y entendía lo que ella estaba haciendo. Pero lo tendría muy difícil. Sólo acababan de empezar y ya habían recibido tres intentos de asesinato. Los intentos habían sido eso: intentos y nada más. Él ahora poseía una de aquellas pulseras, claro. Él y todo aquel que perteneciera al contingente de la alianza nim-humana. Eran inexpugnables, siempre que no les diera por meterse en un mercadillo. Pero, ¿sería suficiente?
No estaba cómodo, aquellas exhibiciones de violencia le daban grima. Le hacían sentirse poco humano. Y cuando la veía a ella ahí al lado, aún sentía más que estaba traicionando su humanidad.
Cleo vio cómo dos de sus nims recogían los recipientes con las cabezas de los recién ajusticiados y cómo en la plaza la algarabía bajaba poco a poco de intensidad. Sabía como funcionaban aquellas cosas, por desgracia. Entre aquella gente habría quien estaba celebrando por verdadera alegría y quien lo estaría haciendo con disimulo, pero muerto de miedo temiendo ser el siguiente.
Era lo natural, y así es como debía ser, se decía.
Por supuesto, su actividad no se había limitado a cortar cabezas. Había empezado desde bien abajo. Otra parte de su contingente de nims, junto con algunos soldados de Chase, había tomado las principales cadenas de producción de comida del mundo. No solo habían hecho esto, habían buscado entre la población a personas que pudieran hacerlas funcionar y habían destituido a los altos cargos. La producción cayó un poco, pero fue suficiente como para poder repartirla y ofrecerla a precios prácticamente gratuitos. Otros nims se dedicaron a ir por los barrios de extramuros de todas las ciudades realizando un gigantesco listado de cosas que debían arreglarse, habiéndose comenzado las obras para empezar a arreglar todo lo que aparecía en ese listado ya en varios lugares del planeta. Cientos de escuelas fueron creadas. Miles de hospitales reabiertos. Y todo esto mientras se bajaba los impuestos a los planetas exteriores y se conseguía que, mes tras mes, sobraran dinero y recursos.
Miles de millones de personas en todo el mundo que unos meses atrás sólo veían oscuridad, ahora veían la vida con ilusión y esperanza. Y no se morían de hambre. Y veían, además con sus propios ojos, cómo los responsables de sus penurias caían derrotados y desaparecían no sólo de sus vidas, sino de la vida en general.
Luego había otros que no estaban tan tranquilos, pues temían la furia de la presidenta. Cleo pensó que, poco a poco, comprenderían que aquella furia no era despiadada ni irracional.
Y los que no, serían eliminados.
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