Cuando al fin Arep fue alcanzada por Kinza, esta última tuvo que tomar a la otra entre sus patas para evitar que los pequeños humanos la golpearan con las ramas que traían en sus manos. A lo lejos, la fatigada Ludwing divisó la escena, preocupada saltó sobre una pequeña humana, quien al verla sobre su brazo produjo chillidos y gritos, esta niña corrió hacia los límites del cultivar. Mientras la nena intentaba quitarse a la araña, Dowinyogo saltó sobre su falda. Ambas arañas usaron de transporte a la pequeña, logrando saltar a los arbustos frondosos antes de que los humanos adultos las encontraran, donde corrieron al árbol más próximo y subieron por su tronco, buscando a sus amigas sin cesar.
Las dos arácnidas se detuvieron al escuchar los murmullos de Kinza, quien estaba regañando a Arep por su insensatez. Corrieron por las ramas y cuando llegaron Ludwing saltó sobre la cultivadora, abrazándola, y Dowinyogo sobre Arep. Pasado el emotivo encuentro se disculparon por separarse y continuaron su caminata, ahora con más calma.
Las cuatro arañas decidieron descansar entre unas ramas medias. Kinza dejó su bolsa de hojas sobre aquellas ramas y Dowinyogo sacó parte de las provisiones para obtener fuerzas. Ludwing estaba recuperando su aliento, mientras Arep se levantaba en cuatro patas para disculparse por su indiscreción. Ella sabía que la vida de sus guías se arriesgaba con sus acciones; las otras arácnidas le suplicaron que no se preocupara, era un deber de la hermandad entre tribus, ellas debían protegerse entre todas.
Ludwing comió solo un poco, en cambio, las demás saciaron su hambre; después todas reposaron por unos minutos sobre las hojas que colgaban de las ramas. Al levantarse para continuar, Arep le suplicó a Dowinyogo que le diera la bolsa de provisiones para que ella cargara a Ludwing. Las cuatro se alistaron, caminaron entre las hojas y observaron el ambiente humano.
–A su izquierda es el camino por el que llegamos, pero es muy largo, aunque seguro –comentó la fatigada costera.
–Entonces, ¿tendremos qué pasar sobre las casas humanas? –Miró preocupada Kinza.
–Así es, es la única forma de hacer menos tiempo.
–Cierto, no hay otra manera. Yo he convivido con los humanos más que ustedes, así que puedo guiarlas entre ellos –afirmó Dowinyogo.
–Avancemos sobre ellos, así no nos cansaremos – señaló Arep–; podemos ir en esos bultos que cargan y llegar hasta la mitad de su pueblo.
Las tres arañas terrestres se miraron y tomaron aire muy preocupadas. Decidieron tomar vuelo y subir sobre una canasta de lechugas. Al caer, Dowinyogo había aterrizado en la madera, Kinza sobre una lechuga y Arep muy cerca del humano que llevaba su carga.
Durante el tramo que recorrieron, las tres resistieron los golpeteos y jalones que les provocaba su transporte. Avanzaron unas seis casas humanas, y el hombre se detuvo, aquí ellas saltaron sobre un tronco falso y vieron que alguien más iba hacia su destino. Treparon de nuevo, pero, ahora sobre una motocicleta que llevaba telas. Ludwing quería bajar, mas, las demás no lo permitieron, ya que podrían perderla. Su segundo transporte avanzó mucho más que el anterior; sin embargo, tuvieron que tomar otros tres transportes similares para llegar a los límites de la villa humana y así pasar a la pequeña selva que separaba los dos distritos.
Al entrar entre la maleza, sintieron un cansancio terrible, así que, buscaron donde pasar unas horas antes de continuar con una caminata nocturna. Lo único bueno de la noche es que no había humanos ni aves cazadoras; y también, podrían aprovechar a las estrellas como guías en esta segunda parte del recorrido. Caminaron un rato, hasta que encontraron un tronco viejo y hueco, dentro de éste la minera bajo a Ludwing, quien salió en compañía de Kinza por la cena, Dowinyogo colocaba las bolsas de viaje en el fondo del refugio y Arep creaba unas hamacas para cada una de sus guías. Ella tejía con su hilo plateado, mientras intentaba descifrar el significado de la palabra “hermandad”. Pasados unos minutos, las arañas cazadoras llegaron con varios mosquitos y otros insectos voladores, la minera les indico en qué hojas colocarlos, se sentaron alrededor de éstos y comieron como reyes. Después de saciar su hambre, miraron las estrellas y charlaron por unos cuantos minutos, hasta que cayeron dormidas sobre las maravillosas hamacas plateadas, hechas por Arep.
Las tres arañas dormían plácidamente, a pesar de que el tiempo corría rápidamente. En cambio, Arep, quien había estado dormida por mucho tiempo, sólo observaba a sus guías, sin dejar de preguntarse por qué y cómo todo había cambiado de esa forma. A su vez, temía no volver a su hogar como las veces anteriores. Odiaba la idea de esparcirse como polvo y retornar al fondo de la laguna, por ende, volver a dormir.
El tiempo pasaba tan rápido, muy diferente al que ella estaba acostumbrada, las horas en la tierra eran veloces mientras en el cosmos todo era lento. La mente de Arep volvía a sus guías, y se preguntaba el porqué de su ayuda, esa idea la mantenía demasiado distraída. Entretanto, el sueño de las otras arácnidas era dulce y tranquilo. Pero de un momento a otro, su despertar fue algo abrupto, debido a que un gato salvaje merodeaba el lugar. Sus zarpas golpearon el tronco y, sus bigotes husmeaban cerca del orificio de entrada. Arep brincó alarmada, despertando a las demás. Sus compañeras saltaron, dos de las cuales cayeron de espaldas sobre la corteza; Ludwing se acercó a la criatura cósmica para moverla hacia el fondo del tronco. Las patas de Dowinyogo y de Kinza se movían desesperadamente en el aire, ambas intentaban levantarse sin lograrlo. En el exterior, el gato sentía los movimientos y quería atrapar lo que ahí se encontraba.
Las zarpas del gato eran largas, a pesar de esto, no lograba llegar a las asustadas arácnidas, quienes seguían atrapadas por el miedo. Ludwing respiró, tomando valor se lanzó sobre una de las zarpas, corrió hacia el hombro del felino, de ahí paso a sus orejas donde le dio pequeñas mordidas. Su idea funcionó, distrayendo al felino y alejándolo del tronco.
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Editado: 31.12.2020