La primera araña

Territorio humano

Las ramas se mecían, las telarañas brillaban y los ruidos nocturnos arrullaban el momento de la travesía. Las estrellas brillaban cada vez menos, debido a que la nueva mañana estaba por despuntar. El cambio de luz sobre el cielo era totalmente notorio, un azul celeste viraba a un dulce azul con tintes amarillos, las estrellas comenzaban a desparecer por completo y los rayos de luz subían por los cielos, saludando a las viajeras que maravilladas se detenían entre la maleza a admirar aquellos cambios. No sólo la iluminación sino también la temperatura cambiaba, ésta dejaba de ser fría para volverse cálida; el cantar del viento se unía al de los pajarillos que estaban despertando para iniciar su nuevo día.

Durante esos momentos, las cuatro arañas saltaban y se descolgaban de las ramas, cuidándose unas a otras de los animales diurnos que las miraban asombrados por su peculiaridad, sus colores y sus tamaños bastante diferentes a las que ellos conocían. Las cuales apenas estaban por regresar de su paseo por Buada. Los insectos voladores seguían su andar, admirando a la primera araña. Mientras ellas, lentamente, se acercaban a la villa de Boe, donde los humanos comenzaban a despertar para preparar sus labores diarias.

Pasaron un par de horas, el sol comenzaba a subir por el horizonte, mientras el bullicio se elevaba. Al llegar a los límites de la selva con el pueblo, las arañas quedaron asombradas del ir y venir de los habitantes del lugar. Los niños corrían a hacer sus labores, los mayores caminaban rápidamente con diversas canastas, algunas llenas de peces y otras de frutas. Los pescados eran llevados a las cuevas humanas y sacados por otra entrada en unos objetos rectangulares con textura de corteza. Esas imágenes le recordaron a la minera las cargas que llevaban los humanos de su zona, y que abrían para alimentarse. La cultivadora visualizó algunas de las canastas que usaban en su región, mientras que la costera miraba como cargaban las redes negras que usaban para capturar su alimento.

Arep, a diferencia de sus compañeras miraba a todas partes, maravillada por el movimiento, por los ruidos y por los colores de las vestimentas que se movían de un lado hacia otro. La araña cósmica deseaba correr, conocer y tocar a aquellas criaturas que le parecían intrigantes, eran tan diferentes a los humanos que había conocido en su anterior despertar.

Las arañas estaban encima de las ramas de un árbol frondoso, observaron el ambiente para decir cuál sería el método más eficaz para llegar a la costa: las tres dialogaban, mientras Arep distraída con aquel alboroto, saltaba hacia una de las canastas para viajar al interior de la villa. Las guías, igual de distraídas, se dieron cuenta de la desaparición de su visitante cuando ella estaba entrando a una de las cuevas humanas. Las tres arañas entraron en pánico, por unos segundos se miraron una a otra, después lanzaron sus hilos hacia uno de los transportes humanos.

En su intento por alcanzar a Arep, Kinza aterrizó sobre la ropa de uno de los humanos, Dowinyogo cayó y rodó sobre su cuerpo esquivando a aquellos gigantes, mientras Ludwing usaba su hilo para surcar los vientos entre los humanos, una tarea bastante compleja debido al excesivo movimiento que había en el lugar. Entretanto, Arep iba sorprendida, miraba cada actividad que hacían los humanos: unos levantaban cosas, otros golpeaban los troncos lisos y unos cuantos movían las manos hablando en su idioma, el cual comenzaba a ser entendido por aquel ser cósmico.

Mientras que Arep recorría la cueva humana, sus guías trepaban, lanzaban redes o volaban en el aire para localizarla. Las tres arañas comenzaban a distanciarse unas de otras; Kinza por error había subido a una caja de cartón, mientras Dowinyogo se aferraba a un automóvil que empezaba a circular. Por su parte, Ludwing estaba a nada de chocar contra una de las paredes, sino fuera por varias humanas que corrían con telas en los hombros, generando cambios en el viento circundante.

Arep, en su travesía por la cueva humana, observaba como sus patas delanteras se movían de manera sincronizada, a pesar de ser sólo dos, mientras que las patas traseras, eso suponía Arep, hacían algún movimiento cada cierto tiempo. Eso la extrañaba y le generaba cientos de preguntas; tan distraída se encontraba que no se percató de la extinción del movimiento. Cuando el humano bajó su canasta miró sorprendido al arácnido, su tamaño era mayor de 20 cm, algo común en ese país, mas, lo que impactó al hombre fue su piel, en la cual se miraban las estrellas, quienes cambiaba de coloración cada cierto tiempo. No gritó, pero su cara decía demasiado, lo que preocupó a sus compañeros.

En el exterior, las compañeras de Arep, intentaban llegar a su encuentro, pero se alejaban cada vez más unas de otras. El día pasaba, las horas corrían, y las arañas se habían separado. Todas sabían a donde llegar, excepto Arep que había estado distraída en el momento del acuerdo, por lo cual todas ponían su mayor esfuerzo para encontrarla. Dowinyogo escaló carrocerías, cajas, humanos y llegó a la costa casi sin aliento; por su parte, Kinza subió entre canastas, cajas y paredes, hasta llegar a las últimas casas y aterrizar sobre la arena. En cambio, Ludwing navegó sobre el viento, pasó entre los humanos, cajas, pescados y telas, hasta que llegó a las chozas que conocía tan bien. Arep, a diferencia de sus hermanas, fue transportada por aquel humano que la había encontrado en su cesta, quien seguía maravillado por la criatura que sostenía en sus manos, mientras que recordaba las palabras de sus abuelos: “Un artrópodo celestial tomó una de las más hermosa tridacna mussel y con magia la transformó en nuestro mundo, ahora, ella nos observa desde arriba”; había señalado su abuela mirando a las estrellas.

Cerca de las chozas costeras, el hombre depositó a la araña celestial y observó embelesado como avanzaba hacia la arena; la araña volteó y miró los ojos del hombre, en ellos vio a un pequeño despidiéndose con la más dulce e inocente sonrisa. Sus compañeras salían de la fatiga por el viaje que hicieron y caminaron lentamente sobre la arena, esperando encontrarse. Ludwing logró divisar a Dowinyogo, quien al ver a su compañera trotó para alcanzarla; ambas arañas se encontraron, las grades patas de la minera rodearon a pequeña costera, quien posó su mandíbula sobre su compañera de viaje, en señal de felicidad y tranquilidad.



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En el texto hay: mitologia, cuento, dioses olvidados

Editado: 31.12.2020

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