Dowinyogo y Ludwing, caminaron hacia las olas, intentando visualizar a sus amigas, mas, lo que vieron fue a un grupo de pequeños humanos que corría hacia el punto de reunión; preocupadas se miraron, ya que si sus amigas se encontraban ahí seguramente pasarían un mal rato. Ambas saltaron presurosas, la costera tomó vuelo a pesar de que el viento se volvía en su contra. Mientras ésta luchaba por llegar rápidamente, a lo lejos visualizó a Kinza, quien saltaba detrás de un perro café con lengua babeante. Dowinyogo, saltaba al punto de reunión, cuando vio a Arep, quien seguía extasiada con la vista.
La arena suavemente se movía bajo y a su alrededor, Arep ignoraba ese hecho por completo, mientras la minera saltaba detrás los niños, intentando no ser aplastada por las montañas de arena que dejaban los niños a su paso. Quienes no veían por donde pisaban simplemente correteaban uno detrás del otro. Durante esa persecución, Ludwing, con su hilo navegante, logró llegara al hocico del perro qué iba en dirección de Arep. La costera subió por la nariz del perro, haciéndolo sentir incomodo; éste se detuvo, generando una ola y montaña de arena que cayó sobre Kinza. El can intentaba quitarse a la pequeña araña sin lograrlo, mientras Kinza escarbaba presurosa para no perecer por asfixia y, Dowinyogo alcanzaba a los pequeños. La minera subió a uno de ellos, quien gritó del susto al ver a tal araña, los demás corretearon alrededor de él, intentando quitarle la criatura que saltaba de su cabeza a su brazo, o, a su espalda. Con los gritos de los niños Arep salió de su trance, y corrió en ayuda de su guía.
En esos instantes, Kinza salía de la montaña de arena, mientras, Ludwing jugaba sobre la cabeza del perro. La cultivadora brincó hacia la pierna del mamífero y con sumo cuidado clavó sus colmillos, los cuales introdujeron un poco de veneno, el perro saltó asustado y salió corriendo adolorido. Las arañas aterrizaron de nuevo sobre la arena, la noche comenzaba a reinar y no veían a sus amigas, hasta que localizaron los alaridos de los humanos, quienes corrían de un lado a otro. Arep saltó hacia Dowinyogo, quien se soltó inmediatamente de la cabellera negra y abrazó a su rescatadora; como lo niños habían avanzado hacia las chozas ambas arañas aterrizaron sobre la maleza que daba paso a la arena.
La noche daba paso a la luna y a las estrellas, mientras las arácnidas se encontraban y tomaban aliento entre la maleza; los niños habían sido llamados a sus cuevas.
–¿Cómo llegaremos? –preguntó alarmada Dowinyogo.
–Si corremos será muy tarde –afirmó Ludwing.
–Podemos ahogarnos con la marea, vean ha crecido –comentó nervioso Kinza.
–Miren esas rocas, pueden ayudar –señaló Arep.
–Veamos dos saltamos, una vuela, pero ¿Arep?
–Yo escalo bien –afirmó seriamente la mencionada.
–No es suficiente – Todas la miraron preocupadas.
–Miren ese árbol, o lo que sea, nos puede servir.
–Usemos nuestros hilos para mecernos y llegar a las rocas.
–Bueno, pero ¿alcanzarán?
–Sí, hay que usar los hilos de mis hermanas.
–Entonces, vamos.
Subieron los árboles cercanos, saltaron al techo de la choza contigua y se columpiaron al tronco de metal; en él treparon rápidamente, a pesar de que el aliento les faltaba. La luna ya estaba por llegar al centro e iluminar al océano.
Con bastante esfuerzo, llegaron a la cima del tronco de metal y sacaron las cuerdas que Kinza había cargado todo el tiempo; entre todas comenzaron a tejer y a unir sus hilos, la cuerda ahora formada tenía más de dos metros de longitud, suficiente, según sus cálculos, para balancearse y llegara a las rocas. No podían llegar todas juntas tan sólo una, así que Ludwing le explicó a Arep como balancearse, Kinza como detenerse y Dowinyogo como caer sin lastimarse, la interlocutora emocionada ponía atención a todas las instrucciones.
Al llegar el momento, Arep colocó su frente contra el de sus compañeras, a cada una le dijo algo en un idioma antiguo, el cual no comprendieron, pero le miraron sonrientes y agradecidas. Ella, agradecida, tomó la punta libre de la cuerda, respiró y se dejó caer; a la mitad del camino hizo lo que le indicaron, la cuerda se balanceó una vez, vio que no llegaría y volvió a tomar fuerza. En el cuarto intento, ella se sintió lista para saltar y aterrizar en la roca. Y así lo hizo, se soltó dio un giro completo y se contrajo para rodar sobre la roca. Un poco aturdida frenó antes de rodar hasta el mar. Se levantó, limpió su cara e hizo señales a sus amigas. Ellas correspondieron, y en un acto de agradecimiento la luna iluminó al trío que había acompañado a Arep hasta su destino. La luz pasó de las arácnidas hacia la antigua, quien giró en su propio eje y miró a la luna iluminar el mar, las estrellas brillaron con mayor intensidad y ella caminó hacia las olas.
Sus amigas la miraban tomadas de su patas, deseándole un buen viaje. Ella giró, extendió una de sus patas e hizo una señal de despedida, ellas inmediatamente correspondieron. Entonces, las patas de Arep tocaron las aguas, las cuales danzaron suavemente, mientras se formaba una red plateada sobre ellas, esta red subía directamente al cielo y luego al espacio. Sus patas delanteras tocaron una parte de la red plateada, ella comenzó a subir; a cada paso su tamaño aumentaba, sus colores bailaban al ritmo de las aguas y cambiaban de estrellas a constelaciones. Mientras trepaba, su cuerpo se expandía y viraba al color del cosmos. Sus amigas la observaban maravilladas, en tanto que los humanos sólo vieron y sintieron una intensa luz despegar de la costa de Boe.
Las largas y amplias patas de Arep subían por la red plateada, saliendo de aquella tridacna mussel para al fin tocar el suelo cósmico. Su forma era muy diferente a la que había tenido instantes atrás, ahora era imponente, sus patas eran mucho más largas y estilizadas, su cuerpo era enorme pero bien formado, sus ojos eran totalmente rojizos con toques azules y su piel era idéntica al cosmos; sus pelillos tornasoles se movían suavemente, mientras ella volvía a ser Areop Enap, el legendario artrópodo celeste que había creado un mundo.
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Editado: 31.12.2020