En los meses de mayo y noviembre, todas las arañas de Nauru viajan entre campos, carreteras y casas humanas para admirar el maravilloso espectáculo que sucede en el distrito de Buada; donde por una sola noche las claras aguas, casi azules, de su laguna reflejan la luz de la luna sobre cada una de las presentes, así como deja a la vista a una almeja plateada en el fondo de la misma.
Durante la mañana de ese mágico día, las estilizadas y coloridas arañas, apodadas por sus primas las arañas del cultivar o cultivadoras, corren por las ramas y cuelgan presurosas sus redes para recibir a sus invitadas. Ellas se encargaban de proteger el camino de sus primas, así como de aportarles un almuerzo y una magnifica cena durante la lunación. Este evento se comenzaba a preparar desde un día antes, ya que sus primas tardaban entre dos y cinco días en llegar al lugar, y por supuesto que necesitaban comer apropiadamente.
Las hogareñas eran las primeras en llegar, saltaban y se columpiaban sobre sus telas, esquivando a los humanos que se encontraban cosechando sus alimentos; estas tribus eran guiadas por los pequeños escuadrones de cultivadoras hacia las ramas más altas de los viejos árboles. Ellas ayudaban a sus primas en la preparación de los aperitivos, mientras las otras arácnidas estaban en proceso de llegar a la laguna.
Esos escuadrones de cultivadoras se dividían en cinco grupos por camino, debido a que cada tribu arácnida tomaba uno de los diez posibles caminos que se abrían paso hacia la bella laguna, los cuales eran mayormente utilizados por las hogareñas, quienes habitan dentro de las cuevas humanas. Las siguientes en llegar eran las grandes arañas de las minas, o mineras, a pesar de que su caminata durara entre tres y cuatro días; ellas corrían y saltaban por los caminos del este. Las arañas provenientes de las costas, o costeras, tardaban cinco días en llegar, a veces hasta seis debido a sus delgadas patas y pequeños cuerpos, además de que usaban caminos conocidos y seguros.
Comenzaba a caer la tarde entre los cultivos y sobre los árboles colindantes a la laguna de Buada, cuando el escuadrón de Kinza entraba en acción. Sus hermanas menores guiaban al sexto grupo de visitantes, mientras que él y sus amigos vigilaban a los humanos. En el horizonte este del cultivo de frutos cítricos se visualizaban las mineras, sus grandes cuerpos y patas peludas las hacían verse más grandes de lo que ya eran, a pesar de eso los humanos no las observaron.
Las mineras se repartían en tres grupos para entrar entre la maleza, cada uno llevaba al interior a las jóvenes y ancianas arañas. Por lo cual en el tercer grupo iban las más grandes y fuertes, éstas protegían a sus hermanas de los humanos y otros seres con los que se encontraban. En ese último grupo se encontraba Dowinyogo, protegiendo la retaguardia del grupo; aunque este era su tercer viaje ella siempre vigilaba cada parte del camino, prefería estar segura que disfrutar su llegada a Buada.
Mientras Kum avisaba a Kinza cada movimiento que hacían los humanos, las guías llevaban a estos visitantes al gran árbol donde se servían los deliciosos bocadillos. Cuando las últimas mineras estaban atravesando la maleza y el camino terroso, un jovencito humano cargado con una canasta repleta chocó contra la rama que mantenía a Kinza, esto produjo la caída de la distraída araña. Él intentaba sostenerse, pero sus telas no lograban tocar ninguna rama, así que se preparó para caer y ser golpeado por aquellas rocas. En ese instante Dowinyogo saltó entre las piernas del jovencito y capturó a la colorida araña, la cual se sostuvo fuertemente de la espalda de su congénere.
– ¡Ah! – gritó Kinza –. Casi muero.
– ¿Estás bien? ¿No te lastimaste? –Se detenía con sus grandes y peludas patas.
– Gracias, estoy muy bien.
Kinza bajaba de la gruesa espalda, mientras Dowinyogo le sonreía; – Me alegra. No me gustaría ver un accidente en una noche tan especial.
– No te preocupes –sonreía la arácnida–. Por favor, disfruta de este espectáculo.
– Gracias, nos vemos en la laguna.
Kinza le agradeció de nueva cuenta a la gran minera. Ésta continuó su camino mientras las otras cultivadoras bajaban asustadas, Kinza las tranquilizó y continuaron con su labor. Todas las mineras subían presurosas por los árboles, tenían demasiada hambre. Dowinyogo, en cambio, trepaba lentamente la corteza cuando algo en el ambiente la hizo voltear hacia la laguna, esa mágica sensación comenzó a preocuparla demasiado.
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Editado: 31.12.2020