La primera araña

Arep

La noche caía sobre las maravillosas tierras de Nauru, mientras la luna tímidamente caminaba sobre su cielo estrellado. Cada araña ya había seleccionado su lugar sobre las ramas para admirar la lunación. Sin embargo, las más jóvenes saltaban sobre las piedras de las orillas, y las más atrevidas sobre las conchas del tributo para Areop Enap.

 

Kinza rondaba los alrededores vigilando que ninguna de sus primas cayera o entraran a las aguas, mientras Ludwing saltaba con sus hermanas sobre las conchas que su familia había llevado. Cerca de una palmera, ambas arañas se encontraron y miraron como cómplices por unos segundos. Dowinyogo, en cambio, subía a la roca más amplia y grande de la laguna, ella estaba guiando a sus hermanitas para evitar que cayeran en las azules aguas de la laguna.

Mientras las tres arañas admiraban el danzar del viento, sus primas menores corrían a los troncos y la luna llegaba a la parte más alta del cielo. Su luz comenzó a entrar en las aguas y el viento inició su canción. Las ramas y hojas de los árboles chocaban unas contra otras creando un aura de misticismo sobre aquella zona de Nauru.

 

Las aguas oscurecidas por la noche despidieron un destello vibrante y plateado. Los peces que nadaban alrededor de la almeja plateada tomaban tonos tornasoles, mientras ésta brillaba de manera hermosa, vislumbrándose entre las azules aguas. Los pececillos con su nadar hacían vibrar las ondas de la laguna con colores celestiales, generando un espejo del cosmos. Este maravilloso espectáculo era admirado por los ojos de las arañas. Aunque la mayoría de ellas ya lo habían vivido, en esos minutos ellas sentían como que era la primera vez que lo veían y así lo disfrutaban.

Todas estaban maravilladas, sus ojos brillaban al ritmo de las estrellas. En ese instante el viento calló, las ondas luminosas comenzaron a crecer y los pececillos huyeron del lugar. El agua que cubría a la almeja comenzó a alejarse lentamente de ella, alzando unas leves olas alrededor de la misma. Ésta maravilla quedó libre, mientras pequeñas y consecutivas olas cubrían las rocas y conchas, llevándose algunas a su interior. Las pequeñas arañas, temerosas y asombradas, se pegaban más a la corteza de los árboles, Dowinyogo y Ludwing incrédulas se acercaban a la orilla, mas, Kinza se petrificaba del asombro.

La almeja vibraba, abriéndose lentamente. La luz plateada titiló en ambas partes, hasta que se abrió por completo, dejando a la vista unos vellos coloridos, casi azules. La criatura negra con tonos azules comenzó a levantarse, su cuerpo era enorme, parecido al de las mineras, sus patas eran delgadas como las que tenían las costeras, pero su piel era casi idéntica al que vestían las cultivadoras. Al ver aquello las arañas comenzaron a susurrar, entretanto, el viento regresaba a su canción. La extraña araña se levantaba y volteaba hacia la orilla, sus ojos adormilados miraban al horizonte, mientras sus delgadas patas salían de su escondite, tocando las aguas e inundándolas con pequeños cosmos. El viento movía los pelillos coloridos, provocando que las otras arañas vieran estrellas perdidas en su piel.

Las aguas sostenían a aquella araña, mientras se creaban colores celestiales bajo sus ocho patas. Durante su lento caminar, Kinza y Ludwing subían a la roca oblonga donde se encontraba Dowinyogo; esa roca siempre era tocada por las mágicas aguas de Buada, y, era en ella que los líderes rendían tributo a aquella criatura, su creadora. Por esos motivos era el lugar perfecto para que ella, la primera araña, tocara tierra después de tres mil años de descanso.

 

 

El trío estaba cautivado por aquella escena, sentían una gran incertidumbre por lo que fuera a ocurrir al presentarse ante la adormilada araña. El viento seguía cantando y moviendo los pelillos de aquella criatura, así como acariciando a cada uno de los espectadores. Cuando la araña tocó la roca, la almeja se cerró y las aguas la inundaron de nuevo, ella giraba sobres sus patas mirando a cada uno de sus congéneres, todas estaban perplejas y medio petrificadas. A pesar del nerviosismo que se sentía en el ambiente, Ludwing logró salir de aquel estado y se acercó a aquel ejemplar que combinaba con el horizonte estrellado.

– ¡Hola! Aamm… soy Ludwing, provengo de Boe – Se acercó lentamente–. ¿Cómo te llamas?

Aquella criatura estaba pensativa, sus ojos puestos sobre las estrellas que acompañaban a la luna. Lentamente bajó la mirada, sin observar a sus congéneres.

– Yo… me llamo… Ar…ep…–respondió inmóvil.

– ¿Arep? –preguntó Kinza, saliendo de su estado de asombro.

– No recuerdo bien, eso es muy confuso para mí.



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En el texto hay: mitologia, cuento, dioses olvidados

Editado: 31.12.2020

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