Lion caminaba hacia la escuela, recordando cómo había llegado a estar allí. Odiaba la pobreza y cambiar de vida y amigos, pero poco a poco se había acostumbrado. No podía creer que, gracias a ayudar a Mariam con sus propuestas de campaña, ahora tenía una meta y una posible carrera en mente. Siempre había sido un vago en la escuela, no le gustaba la lectura ni el estudio, a pesar de que tenía tutores. Sus padres lo habían cambiado de colegio por su rebeldía y, al principio, estaba muy enojado.
Recordaba claramente aquella conversación con su padre.
—Me contaron tus maestros que no asistes a clases y todos tus trabajos están incompletos. ¿Se puede saber dónde te metes todos los días? —Jorge, su padre, tenía una voz relajada, pero Lion sabía que eso significaba problemas serios.
—Solo falté a clase las dos últimas semanas. No creo que sea tan grave, además, los trabajos los presentaré después.
—Estamos empezando el año y parece que no tienes ganas de cambiar.
—Papá, las primeras semanas en el colegio solo son presentaciones y uno que otro trabajo sin importancia —respondió Lion con calma, recordando cómo su padre solía ser.
—No puedo creer que no te tomes la vida en serio. Ya terminas la secundaria y lo único que sabes hacer es ir de fiesta. ¿Cómo esperas dirigir la empresa? —Jorge levantó la voz, algo inusual en él.
—Cariño, cálmate, es joven aún —intervino Renata, la madre de Lion.
—No lo defiendas, cree que puede hacer lo que quiere, pero esto se acabó. Ya hablé con tu director y serás transferido a un colegio estatal. Sin tarjetas de crédito, sin auto, y tu teléfono será cambiado por uno más modesto. Te mudaras a un lugar más cercano al colegio —Lion quedó helado, jamás pensó que su vida cambiaría tanto en un instante.
—No puedes hacerme esto, tengo mi vida y mis amigos aquí. No puedo irme así nada más.
—Ya todo está decidido. Cualquier cosa que necesites se lo pedirás a mi secretario. Irá contigo tu nana para ayudarte a mantener el lugar limpio. Ahora ve a hacer tus maletas, en una hora sales.
—Como usted diga —gritó Lion, casi a punto de llorar—, pero hoy corto toda relación contigo. No puedes ser mi padre si deseas que viva como un pobre. Si crees que voy a cambiar solo por convivir con un par de pobretones, estás equivocado.
—Eso ya lo veremos —concluyó Jorge.
Lion subió a su cuarto mientras veía a su madre llorar y reclamarle a su padre que no lo dejara salir de casa. Adaptarse a un entorno nuevo era agobiante. En su antiguo colegio era popular, y en este también, pero no le agradaba. Las chicas a su alrededor eran algo normal, hasta que vio a Mariam. Todo en ella le parecía atrayente: linda, inteligente, y con una forma única de cambiar su personalidad. Quiso conocerla más porque había un rastro de su pasado y porque creyó que estaba interesada en él. Grave error, solo estaba jugando para enfadar a Blanca. Usó a Blanca para mantener a Mariam cerca, pero ya se cansaba de su voz chillona. Nunca estuvo con Blanca y no lo haría, solo servía para pasar el rato. No estaba interesado en relaciones serias, y por eso nunca sería el candidato perfecto para Mariam. Solo era su amigo, y eso estaba bien, porque si ella se enamorara de él, solo saldría lastimada.
Al llegar al colegio, vio los resultados de la votación. Había ayudado a Mariam con sus propuestas y revisando las reglas del colegio para crear propuestas basadas en ellas. Pero los resultados mostraban que Mariam y su equipo quedaron en segundo lugar, mientras que el partido de la hermana de Blanca ganó. Lion sabía que debía hacer algo para que Mariam no se enterara de inmediato.
—Espero que hayamos salido bien —dijo Mariam, acercándose al cartel con los resultados. Lion intentó detenerla, pero fue imposible. Ella vio el resultado y salió corriendo. Lion la siguió y, al alcanzarla, le dio un abrazo.
—Lion, no es justo. Dimos todo de nosotros en esta campaña y los estudiantes prefieren a los charlatanes —dijo Mariam casi llorando.
—Cálmate, muñeca. Vamos a conversar en el estadio —Lion la llevó a las gradas del estadio, odiaba verla tan frágil. Perdieron una clase porque Mariam estaba mal y no la iba a dejar sola en ese estado. Además, Fernanda había faltado a clases.
Mientras Mariam dormía con la cabeza sobre sus piernas, Lion acarició su rostro y colocó un mechón de cabello detrás de su oreja, lo que hizo que ella se despertara.
—¿Cómo estás, muñeca? ¿Estás mejor?
—Sí, gracias por estar aquí conmigo.
—De nada, pero creo que debemos ir a clases. Ya se termina la primera hora y no creo que sea correcto perdernos la siguiente.
—Uy... no, pero de dónde salió esta nueva versión tuya. No la había conocido antes.
—Parece que estás mejor, tanto que me juegas bromas pesadas. Pero ahora ve a clase, hablamos a la salida.
—Bien, general —dijo Mariam haciendo la pose de un soldado. Era realmente gracioso ver cómo cambiaba su estado de ánimo.
A la salida, Mariam estaba cansada de caminar.
—A dónde vamos a platicar, Lion. Ya me cansé de caminar.
—Bueno, tendremos que caminar porque me quedé sin dinero para el pasaje. Lo único que tengo es para pagar los pasteles y postres.
—¿Vamos a una pastelería? Si es así, yo pago el pasaje y tú los postres.
—Está bien, pero yo quería pasar más tiempo contigo. Además, hacer ejercicio reduce el estrés y la depresión.
—A mí lo que me reduce la depresión es el azúcar, así que apúrate —dijo Mariam deteniendo un auto.
Llegaron a una cafetería cerca del centro comercial, un lugar que Lion solía visitar en el pasado con sus citas. Apenas ingresaron, la mesera se acercó a preguntar qué deseaban ordenar. La mesera sonrió a Lion, lo que desconcertó a Mariam.
—Buenas, ordenaré un capuchino y una torta de tres leches. Para la señorita, un americano y una torta de chocolate. Eso sería todo.