La primera dama

CAP 6: Egoísmo

En la mansión Cáceres, un Maybach 57s negro se estacionaba en medio del jardín. Ricardo, después de entregar las llaves al mayordomo para que estacionara el vehículo, se abrió paso hacia la imponente casa. 

Al pasar por la gran sala, notó que su padre estaba sentado en uno de los sillones, leyendo un periódico. 

—¿Cómo está mamá? ¿Qué dijo el médico? —preguntó Ricardo, la preocupación evidente en su voz. 

—No se encuentra bien, su estado se deteriora día a día... El médico comentó que, si no encuentra una motivación, algo que le ayude a aferrarse a la vida, probablemente no pase de medio año —respondió Gerardo, esposo de Eloísa y padre de Ricardo. Los últimos años habían sido duros para la familia. Desde la muerte de su hija, la salud de Eloísa había decaído y entró en depresión. Se había mantenido fuerte por su hijo, pero ahora que él había crecido, creía que era el momento de dejar este mundo—. Ella se ha mantenido fuerte todos estos años, pero el cáncer la ha estado consumiendo día a día y ahora ha perdido las fuerzas para seguir peleando. 

—¿Qué dijo el médico acerca de eso? ¿Hay alguna forma de salvarla? —preguntó Ricardo, con ansiedad. 

—Sí, comentó que se le puede realizar una cirugía para extirpar por completo el cáncer, pero necesita su aprobación ya que es de alto riesgo y si no salen bien las cosas podría morir en el quirófano. 

—¿Cuál es la probabilidad de que la cirugía sea un éxito? 

—Es menos del 50%. Con la condición actual de tu madre es aún peor. Además, ella no desea realizarse la operación. 

—¿Por qué? ¿Acaso prefiere morir? ¿Quiere dejarme solo? ¿Es eso, padre? ¿Por qué no la convences de hacerse la operación? —comentó Ricardo, con ansiedad creciente. 

—Sabes que tu madre se siente cansada. Desde la muerte de tu hermana, su salud solo empeoró. Cree que es momento de dejar todo atrás y reunirse con ella. 

—¿Y qué hay de mí? ¿Alguna vez se puso a pensar en lo que podría pasarme si ella no está? ¿Se preocupa acaso por mí? Yo también me siento mal, extraño a mi hermana, pero aún tengo personas que me necesitan —gritó Ricardo con desesperación. Desde que su madre se había enfermado, no había habido un día en que se sintiera bien. El hecho de que su hermana hubiera fallecido y ahora su madre también quisiera irse solo lo lastimaba más cada día. El temor de quedarse solo era un sentimiento de angustia intermitente. 

—Cálmate, no podemos hacer nada para ayudarla —dijo Gerardo. 

—¿Por qué? ¿Por qué lo hace? ¿Se va a dejar morir así? ¿Va a dejarme solo? ¿Puede una madre ser tan egoísta? ¡Ahhhhhh! ¿Acaso no soy su hijo? ¿Solo ella importa? —dijo Ricardo entre sollozos, sin entender por qué su madre se dejaba morir. O tal vez sí lo entendía, pero se negaba a aceptarlo—. Pero no pienso dejarla ir. Se va a quedar a mi lado. Si ella quiere ser egoísta, no me culpen por usar métodos drásticos. 

Después de decir esas palabras, se secó las lágrimas, agarró su abrigo y salió de la mansión. 

—¡RICARDO! ¡CÁLMATE! ¿Adónde vas así? ¡Regresa! —gritó Gerardo, pero Ricardo no se detuvo. 

En la infinidad de la noche, se podía observar una silueta joven recargada en el auto frente al mar. Ricardo pocas veces se daba cuenta del lugar donde se encontraba. Cada vez que perdía el control de sus emociones, tomaba el auto y manejaba sin rumbo alguno. Esa noche se había detenido frente al mar, donde se reflejaba la enorme luna. Cada golpe de las olas contra las rocas se sentía como un golpe en su corazón, y poco a poco, mil recuerdos aparecían en la memoria de Ricardo. Momentos en los que se encontraba con su bella y delicada hermana Sofía, recuerdos de cuando jugaban, reían, cantaban. Una hermosa niña corriendo de un lado a otro, diciendo frases como: "Hermano, el día que me case, me vas a extrañar", "No te preocupes, aun si me voy, podrás venir a visitarme", "No te olvides de traerme regalos, especialmente pasteles y dulces de fresas, son mis favoritos. No lo olvidarás, ¿verdad?", "Hermano, me voy de viaje, a un lugar muy lejano. ¿Puedes convencer a mamá para que me quede? Por favor, tengo miedo de los aviones, no quiero ir sola", "Hermano, cuando regrese de mis estudios, seré una hermosa señorita, muy muy hermosa, ya lo verás. Tendrás que alejar a muchos de mis pretendientes porque solo tengo a alguien en mi corazón", "Hermano, te quiero. Cuando regrese, me darás muchos regalos". 

Todos esos recuerdos, acompañados de su hermosa sonrisa y sus magníficos hoyuelos, solo lograban atormentarlo. Cayó de rodillas frente al mar y, sin poder aguantar más, derramó dos lágrimas. Sentía su corazón romperse en dos cada vez que pensaba en ella. Si solo la hubiera detenido de no irse aquel día cuando dijo que tenía miedo, probablemente la tragedia se habría evitado. Pero ahora solo eran deseos vanos, pues ella no volvería. Aun creía poder verla en el mar. 

<hermana, no te vayas. Quédate a mi lado. Sin ti, mamá también quiere abandonarme. Por favor, quédate.> En el reflejo de la luna creía ver su imagen angelical, pero tan pronto como se acercaba, esta se desvanecía y aparecía en otro lado. 

A la mañana siguiente, las clases transcurrieron igual para Mariam. No se atrevió a contarle a Fernanda lo que ocurrió el día anterior. A pesar de que eran mejores amigas desde hacía años, creía que era mejor guardarse algunas cosas por el momento, dado que todo era incierto. 

No tuvo valor para reunirse con Lion, aunque él era quien lo había propuesto. Ella había aceptado y eso la ponía en una situación incómoda. Solo esperaría a que Lion se presentara por su propia cuenta para hablar con ella. 

Iba saliendo del colegio con Fernanda, y, al ver que Lion no se había presentado, creyó que lo mejor sería regresar a casa temprano. 

—Nos vemos, Fer. Hoy debo volver a casa temprano —dijo Mariam. 

—OK... ¿Estás preocupada por algo? Te ves rara, niña. Estoy segura de que tiene que ver con Lion, pero no sé de qué se trata. No se pelearon, ¿verdad? —preguntó Fernanda. 




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