—Hola, princesita, te llevo a casa. Sube al auto —dijo Ricardo en un tono suave y halagador al mismo tiempo.
—No, gracias. Yo puedo ir sola —respondió Mariam.
—Vamos, sube. Yo te llevo. Además, quiero hablar contigo. ¿Qué dices? —insistió Ricardo.
—¿Hablar? ¿De qué? Yo no tengo nada que hablar contigo.
—Vamos, sube. ¿O acaso Lion te prohibió hablar conmigo? ¿Es eso? —preguntó Ricardo con una sonrisa.
—¿Por qué tendría que prohibirme hablar contigo? ¿Acaso sus riñas son más graves de lo que aparentan?
—¿Quién sabe? No lo quieres averiguar.
—Me da curiosidad, pero no lo quiero saber. Él me lo contará en su debido momento —dijo Mariam, firme en su respuesta.
"Bip, bip" De pronto se escuchó el pitido de varios autos. En ese momento, Mariam se dio cuenta de que estaban obstruyendo el tránsito de los automóviles.
—¡Muévete! ¡Déjanos pasar! —fueron algunas de las cosas que comenzaron a gritar los taxistas en un tono muy descortés.
—Lo siento, discutí con mi hermanita y ahora no quiere subir —dijo Ricardo, sonriendo a los conductores.
—¡Sube ya al auto, eso lo hablan en su casa! ¡Deje de hacer berrinches, niña! —gritó uno de los taxistas.
Mariam se quedó mirando perpleja a Ricardo. Era la primera vez que veía a alguien tan descarado como para obligarla a subir al carro con opiniones públicas. No le quedó de otra que subirse, dado que si continuaba rehusándose solo causaría un embotellamiento en la autopista. Subió al auto sintiéndose acorralada.
—¿Y adónde quieres ir a conversar? —preguntó Ricardo mientras conducía.
—No lo sé. Eres tú quien quiere hablar conmigo. Por mi parte, quisiera bajar en la próxima parada.
—¿Por qué te subiste si tenías planeado bajarte? ¿No creíste que esto podría ser un secuestro? Siempre eres así de descuidada.
—En primer lugar, me subí por la presión que te encargaste de ejercer. En segundo lugar, no me da miedo que me secuestres, puesto que soy pobre y por lo visto tú eres más rico que yo. No hay provecho en secuestrarme, no obtendrás ningún beneficio. En tercer lugar, me subí porque no mostraste ningún interés particular en mí, solo el de querer crear problemas, así que no veo de qué deba preocuparme —explicó Mariam.
—Vaya, vaya, eres muy inteligente. Bueno, entonces vamos a la plaza a conversar y luego te llevo de regreso a casa. ¿Qué dices?
—No me vas a dejar ir, ¿verdad?
—No.
—Bueno, entonces vamos. No tengo nada que perder, pero tú sí.
—Ahhh.
—Tu billetera, ¿ves? —habló ella, tomando la billetera que se encontraba en el monedero del auto—. ¿Cuánto tienes? Qué feo, solo tienes billetes de cien y dos tarjetas. Qué aburrido.
—¿Qué, querías robarme?
—Quería ver si tenías para un helado, pero solo tienes billetes.
—Creí que estabas huyendo de mí. ¿Por qué de repente tienes tanta confianza como para robarme?
—Puesto que no me vas a hacer nada malo, no veo razón para tratar de huir. No eres tan malo después de todo.
—¿Entonces vas a invitarme un helado con mi dinero?
—Sí, eso creía, pero a la vista de que no tienes sencillo, yo pago. No te preocupes.
—¿En serio? Ya llegamos. Baja y pide los helados. Voy a estacionar el auto —dijo Ricardo, divertido por la situación.
Ricardo estacionó el auto y se dirigió a una tienda para cambiar un billete. Le pareció gracioso la forma en que Mariam se comportaba. A pesar de estar siempre a la defensiva, una vez que sentía seguridad con la persona que la acompañaba, ciertamente podía mostrar un lado más relajado y alegre. Era la primera vez, después de la muerte de su hermana, que sentía la tranquilidad de la vida y como ese vacío en su interior se llenaba. La oscuridad que nublaba su mente y la capacidad de razonar se disipaba con una luz interminable. Su calidez llenaba su corazón y lo hacía sentir libre de todos esos grilletes invisibles que lo ataban a aquellos recuerdos dolorosos.
Ricardo era muy unido con su hermana. Dado que sus padres se enfocaban en el trabajo, él fue para Sofía como una figura paterna a pesar de que Ricardo era solo cinco años mayor que ella. Tal vez eso hizo que su madre cayera enferma después de su muerte, ya que sentía remordimiento por no pasar más tiempo con ella cuando aún estaba viva. La pequeña siempre se sentía tan segura con él a su lado, siempre estaba cerca de él. De cierta forma, esto hizo que Ricardo sintiera que debía protegerla siempre de la crueldad de esta vida y no dejar que la oscuridad del mundo empañara esa luz que solo ella transmitía a su vida. Aquella luz desapareció de su vida la mañana que recibió una llamada telefónica informando el accidente aéreo donde, a pesar de las búsquedas, no encontraron más que sus pertenencias esparcidas en el mar.
—Ten, lo compré de chocolate. No sabía qué sabor te gustaba —comentó Mariam, levantando una mano en dirección a Ricardo para que este lo tomara.
Ricardo, aún perdido en sus pensamientos, no prestó mucha atención a su comentario.
—¡Hey! Ricardo, despierta —dijo Mariam, agitando sus manos delante del joven, que recién se percataba de su presencia. Tomó el helado y luego caminó a un árbol para refugiarse de los rayos del sol que al mediodía resplandecía enormemente.
Mariam se sentó recargando su peso sobre el enorme tronco del árbol y Ricardo se sentó a su lado.
—¿Y de qué quieres hablar? —preguntó Mariam.
—No sé, de la vida, de ti... de mí, no lo sé. ¿Por qué no me cuentas tu vida? —respondió Ricardo, con interés.
—Qué gracioso... te recuerdo que tú me trajiste a este lugar. Tú me dijiste que querías hablarme de Lion —dijo Mariam, con una sonrisa irónica.
—Bueno... bueno, pero primero termina tu helado, que se derrite —dijo Ricardo, tratando de ganar tiempo.
—Bien —respondió Mariam, concentrándose en su helado.