Mariam observaba a su hermana Lucía mientras se preparaban para el compromiso. La inquietud en sus ojos era evidente.
—Hermana, ¿qué es el amor? ¿Por qué el ser humano se obsesiona con este sentimiento a pesar de que puede lastimarlo? —preguntó Mariam.
Lucía suspiró, buscando las palabras adecuadas para explicarle.
—Es complejo de explicar, Mariam. Solo cuando lo sientes realmente puedes comprender qué es sentirse amado y amar. Es un sentimiento del cual no quisieras alejarte.
—¿Pero ¿cómo te curas después de una desilusión? —continuó Mariam—. Las personas se aferran tanto al amor, pero cuando este les falla, se encierran en sí mismas y se pierden. ¿No es esto un desperdicio de la vida? Amar para terminar en ese estado. ¿No es mejor no dejar que nadie entre en tu vida y vivir felizmente sola?
Lucía sonrió con ternura.
—El amor es una apuesta que debes hacer. Es una apuesta por tu futuro. Si deseas vivir sin arrepentimientos, debes permitirte amar, o vivirás resentida con la vida por estar sola. Es una decisión. Pero cuando llegue tu persona indicada, lo sabrás.
—¿Y cómo sabes que Carlos es tu persona predestinada? ¿Eso no es solo un mito?
—¿Un mito? —Lucía se quedó pensativa por un momento—. No lo diría así. Cuando estoy con él, siento que estoy segura. Sus palabras me reconfortan y me dan paz. A su lado soy feliz y no hay mejor cosa que compartir mi vida con él.
Mariam hizo una mueca.
—Eso suena muy cursi.
Lucía se rió.
—Boba, por una vez que te han destrozado tus ilusiones no quiere decir que debas huir del amor. Apuesta por él. Es una rueda de la fortuna. Así como ganas, pierdes. Una vez que ganas, dejarás de apostar. Solo no te des por vencida tan fácil. Listo, tu peinado quedó perfecto.
Mariam suspiró, resignada, mientras Lucía terminaba de arreglarle el cabello. Hoy asistirían al compromiso de Lucía, a pesar de que Mariam se encontraba renuente al amor. Aun así, creía firmemente que su hermana sería feliz con Carlos.
En ese momento, su padre, Rodrigo Castillo, se asomó por la puerta. Era un hombre amoroso con sus hijas, siempre tratándolas de manera equitativa, a pesar de ser estricto con su educación.
—¿Cómo están las niñas más hermosas de la familia? —preguntó Rodrigo con una sonrisa.
—¡Papá! —exclamaron Lucía y Mariam al unísono, corriendo a darle un cálido abrazo.
Hoy era un día muy feliz, pero también indicaba que dentro de unos meses Lucía ya no viviría en la casa Castillo, algo que ponía melancólica a toda la familia, especialmente a Mariam. Lucía había sido una hermana, amiga y confidente, la única que sabía del extraño trato que Mariam tenía con Lion. A pesar de que Lucía insistió en que dejara esa absurda promesa, Mariam seguía convencida de que era lo mejor para escapar de la educación ortodoxa de su abuela.
—Bueno, niñas, bajemos. El carro nos espera y su madre y abuela son muy impacientes —dijo Rodrigo.
—Está bien, papá —respondió Lucía.
—Ok, bajemos que el prometido debe estar esperando… ehhhh… Lucía —dijo Mariam con una sonrisa pícara.
—Oye —replicó Lucía, riendo.
—Bien, sin discutir, apurémonos —dijo Rodrigo.
El centro de la ciudad siempre había sido ruidoso, un lugar donde solo la gente de clase alta se reunía. Los padres de Carlos eran acomodados, pero no era una excentricidad cenar en el hotel “Golden”. Al llegar al hotel, iluminado por la luz nocturna, Mariam no pudo evitar pensar en la vanidad de los ricos.
Al entrar, un camarero los llevó a la mesa donde se encontraban Carlos y sus padres. La noche transcurrió tranquila entre conversaciones y copas. Al despedirse, acordaron encontrarse para hablar de la fecha del matrimonio.
—Ay... esto fue tan cansado —pensó Mariam al llegar a casa. Al ver la rosa violeta en su escritorio, se preguntó si debería apostar por el amor y terminar con su escepticismo—. No, ya has experimentado la desesperación y la humillación una vez. Sería estúpido si lo vuelvo a repetir.
Varios meses después, el matrimonio de Lucía se realizaría a finales de año. En el colegio, lo que más preocupaba a todos los adolescentes era la despedida de fin de año para los alumnos de quinto, un evento importante donde todos hacían nuevos amigos o simplemente criticaban la vestimenta de los demás.
Este año, Mariam asistiría a la fiesta como pareja de Lion, algo que solo sabían pocas personas como Ricardo y Fernanda.
—¿Y cómo vas con tu vestido? ¿Ya lo alquilaste? —preguntó Fernanda mientras caminaban cerca del comedor.
De pronto, escucharon gritos.
—Lion, ¿por qué no puedo ser tu pareja? Hemos salido desde que entraste al colegio. Sé que peleamos, pero podemos dejarlo atrás. ¿No te parece que merezco por lo menos acompañarte? —exclamaba Blanca.
—Blanca, guarda compostura. ¿Quién te dio el derecho de decidir con quién voy o no? —respondió Lion.
—Pero, Lion, yo pensé que tú... y yo... teníamos algo. ¿Por qué me haces esto? —Blanca estaba desesperada.
—Creo que fui claro contigo cuando te dije que lo dejáramos ahí hace ya bastante tiempo, ¿no es así?
—Lion, no puedes hacerme esto —suplicó Blanca.
—No eres la única que desea acompañarme, pero yo ya tengo con quién ir y esa no eres tú —dijo Lion con firmeza.
Blanca volteó y vio a Mariam riendo junto con Fernanda, sintiéndose humillada y rogando por la atención de Lion.
—Eres tú, es tu culpa, maldita perra... juro que hoy te mato... eres tú... siempre estás detrás de él como una santa, pero en verdad eres una p**a —gritó Blanca, abalanzándose contra Mariam en un intento por darle una bofetada. Sin embargo, su mano quedó suspendida en el aire porque Lion la sujetó.
—¿Qué crees que estás haciendo? —dijo Lion, sujetándola con firmeza.
—Lion, no le creas. Ella no es tan frágil como crees. Solo finge inocencia ante ti, pero no es así —insistió Blanca.