Habían pasado diez años desde aquel incidente, pero esas pesadillas volvían para atormentarla noche tras noche, recordándole que su familia falleció aquella noche.
—¡Hey, Sofía! ¿Estás bien? Es esa pesadilla otra vez, ¿verdad? —dijo una voz cercana.
—Sí, pero no te preocupes. ¿A qué hora sale el vuelo?
Después del accidente, Mariam entró a la familia de Ricardo como la señorita Sofía Cáceres. A pesar de rehusarse al principio, no tenía donde ir. Lo mejor sería quedarse en aquella casa y vivir como la sustituta de Sofía Cáceres, la joven dama que falleció a la edad de doce años. Días más tarde de su llegada, Ricardo le contó toda la verdad y le confirmó que ella era la verdadera Sofía Cáceres y que su vida como Mariam Castillo fue una farsa. A pesar de todo eso, no quería creer que el amor de esas personas fuera mentira.
—Bueno, el vuelo sale a las nueve de la mañana y estarías aterrizando en tu país por la tarde. Ah, tu hermano llamó y dijo que te esperaría en el hangar. Dado que irás en un jet privado, no hay muchos problemas —informó Cinthya, su asistente.
—Bien... Cinthya, ¿compraste los regalos que llevaré?
Cinthya, con tan solo veinte años, era una prodigio. Sofía se encargó de su educación desde que tuvo diecisiete años y ella la siguió a todos lados diligentemente. Más allá de ser una simple asistente, era su amiga.
Después de realizar todos los preparativos, Sofía se dirigió al aeropuerto. Era hora de dejar Europa. Vivió ocho años en este continente entre estudios, reuniones, trabajos y obras de caridad, jamás tuvo tiempo para preocuparse por regresar. Pero ahora debía hacerlo, debía enfrentar todos sus miedos en aquel país y regresar.
El vuelo transcurrió de manera tranquila, lo que le dio tiempo para recomponer el sueño perdido y pensar en qué es lo primero que debería hacer una vez llegara al país X.
El jet aterrizó en el hangar y a lo lejos se podía ver un convoy llegando, con un Rolls Royce en el medio.
Al llegar, Sofía bajó del jet. Abajo se encontraba Ricardo con un enorme ramo de rosas.
—¡Hermano! —exclamó Mariam, corriendo a su encuentro y abrazándolo efusivamente.
Ricardo la sostenía en el aire. Su hermano la había ido a visitar cada verano junto a sus padres, pero eso no podía evitar que ella sintiera una enorme tristeza al no tenerlos cerca.
—¿Cómo se portó mi princesa este tiempo que no la visité? —preguntó Ricardo.
—Mmmm... Hice mi mejor esfuerzo.
—Ya lo creo.
Ricardo la bajó y se dirigieron al Rolls Royce. Mientras tanto, Cinthya y los guardias se encargaban del equipaje que había traído y lo llevarían a su casa.
En el auto, Sofía decidió conversar y al mismo tiempo preguntar por qué el repentino llamado a regresar a casa, si todo este tiempo manejó todo desde afuera y lo hizo bien.
—Hermanito, ¿por qué papá me pidió regresar? ¿Sabes algo? —preguntó con una cara tierna y acercándose a Ricardo para hablarle de una manera halagadora.
Ricardo la miró complacido. Sofía siempre fue su adoración, su debilidad desde el momento en que nació. El día en que se enteró que tendría una hermana fue el día más feliz de su vida, dado que tendría con quién compartir tantas aventuras y además proteger. Sintió que una parte de él fue arrancada cuando se enteró de su secuestro y muerte. Se encontró tan sumido en la oscuridad, pero verla sentada en esa cafetería con una sonrisa en su rostro fue algo que le devolvió la luz a su vida y la de su familia.
La tomó de la barbilla ligeramente y le contestó:
—Llevas tiempo lejos de casa y te extrañamos. ¿No es eso motivo suficiente como para llamarte de regreso?
—Me ocultas algo —respondió Sofía con un puchero.
—Jaja... Claro que no... o tal vez sí, pero es un secreto.
—No es gracioso.
Sofía se había acostumbrado a los mimos de su nueva familia o, mejor dicho, su familia. A pesar de que este hecho la confundía, se negaba a olvidar su vida como una Castillo.
Al llegar a su casa, ambos bajaron y se dirigieron al interior.
Mientras más se adentraban a la sala de estar, más se podían escuchar las conversaciones y risas de varias personas. Sofía se encontraba confundida por los ruidos, pero al llegar y ver a su madre tan animada, entendió de qué se trataba.
—Mamá, papá, estoy de regreso —dijo, dirigiéndose a ambos, que se encontraban sentados juntos en un sofá y los abrazó.
—Cariño, estás de vuelta. ¿Cómo te fue en el viaje? —respondió su madre, la primera en responder. Sofía volteó y vio a una pareja de mediana edad sentados.
—Bien… Oh, perdonen mi descortesía. Buenas tardes, señores.
Mariam saludó a la pareja, que eran invitados de sus padres. Se acercó a ellos y estiró su mano en forma de saludo.
—Hija, no me hables así. No te habíamos visto en años, pero creo que puedo llamarte así ya que te vi desde que naciste —dijo la señora, quien se levantó, tomó su mano y la abrazó—. Oh, mi linda Sofía, creciste bien.
—Disculpe, ¿la conozco?
—Debe ser confuso para ti. Tu madre ya me contó de tu pérdida de memoria.
—Cielo, no te excedas. Asustarás a la niña y eso no es lo que deseamos —intervino su pareja al ver que Sofía se estaba incomodando por la cercanía de su esposa.
—Sofía, has crecido bien. Estoy muy feliz. —comento la mujer.
—Gracias por los cumplidos. Sería tan afortunada si conociera las identidades de la pareja.
—En vista de que la señorita no nos recuerda, nos presentaremos. Soy Umberto Rosas y la señora es mi esposa Raena Cilien. Somos amigos de la universidad de tus padres.
—Vaya, nunca escuché de ustedes en este país.
—Eso es porque somos del país Z.
—Ahora lo comprendo. Ustedes son dueños del Grupo Imperio.
—Así es.
—Ricardo, este era el secreto que no podías decirme.