Los días pasaron rápidamente, y la calma que Sofía había sentido comenzó a desvanecerse. A pesar de las súplicas de su amiga, tomó un vuelo hacia las islas Mauricio.
Al llegar al hotel, se registró y subió a su habitación. Sus padres le habían regalado los pasajes y la estadía, pero Sofía decidió no incomodar a Santiago, por lo que, tras la boda, llamó a su asistente para reservar una habitación separada.
Dejó sus cosas y salió a pasear por la orilla del mar. Se alejó de la multitud y se sentó en la arena, contemplando el atardecer. Mientras observaba sus manos, notó que la henna aún permanecía, como si se resistiera a desvanecerse.
Perdida en sus pensamientos, no se percató de la pareja que se acercaba.
...
Santiago y Serena salieron a pasear debido a la solicitud de ella. Al llegar al hotel, se registraron y hospedaron en la misma habitación, la cual fue reservada para su luna de miel, ya que no había más habitaciones disponibles.
Santiago y Serena caminaban por la playa. La vista del sol ocultándose sobre el horizonte era espectacular, pero al reconocer a Sofía sentada sola, Santiago sintió un molesto pinchazo en el pecho. Se acercó con Serena aferrada a su brazo.
—No piensas saludar —dijo con un tono seco.
Sofía, sobresaltada, levantó la cabeza y vio a un hombre apuesto, con una cabellera negra revuelta por el aire, unos ojos oscuros como la noche estrellada, nariz aguileña y unos labios delgados. A su lado, sosteniendo su brazo, se encontró una mujer extremadamente hermosa; al estar juntos, ambos formaban la imagen perfecta de una pareja ideal.
Con una calma que apenas sostenía, se levantó y respondió:
—Hola, Santiago. El atardecer es hermoso, ¿verdad? Los dejo para que lo disfruten.
Estaba a punto de irse cuando sintió que Santiago la sujetaba del brazo.
— ¿Dónde te estás quedando?
Sofía, manteniendo su compostura, respondió con frialdad:
—En el hotel. Ven mañana temprano, tenemos que hablar. Estoy en la habitación 1309.
Se soltó de su agarre y siguió caminando, mientras Santiago la miraba con una mezcla de sarcasmo y desconcierto.
—No se lo contará a su hermano, ¿verdad? —preguntó Serena con una voz suave y calculadora.
—No lo hará —respondió Santiago, seguro.
—Santiago… no debería haber venido. Ustedes están casados… Yo… no debería estar haciendo esto —dijo Serena, ocultando su rostro entre sus manos, fingiendo angustia.
—No digas eso —Santiago la atrajo hacia sí, sin notar la sonrisa de satisfacción que se formaba en los labios de Serena—. Yo te traje aquí, y te prometí que te protegería. No te preocupes por Sofía… planeo divorciarme.
Santiago la abrazó, sintiendo una enorme culpa por estar haciéndola pasar por esto a causa de Ricardo y Sofía, pero lo que no sabía es que, en sus brazos, Serena mostró una sonrisa complacida.
...
Sofía regresó a su habitación luego de cenar en el restaurante y se recostó a dormir después del día tan agotador que tuvo.
A la mañana siguiente se levantó temprano y salió a correr a orillas del mar para ver el amanecer en las aguas y hacer algo de ejercicio. Le encantaba sentir el cambio del día. Después de correr alrededor del mar, regresó a su habitación y se dirigió al baño para tomar un baño.
Al salir de la ducha, encontró a Santiago sentado en el sofá de su habitación, lo cual la sorprendió.
—¡Ahh!... ¿Qué haces acá?... Tú, date la vuelta… No, mejor sal hasta que me cambie.
Envuelta en una toalla, Sofía lo miró con sorpresa y una mezcla de vergüenza. Santiago, impactado por su belleza y el dulce aroma que llenaba la habitación, decidió salir sin decir nada.
Minutos después, ya vestida, Sofía abrió la puerta para que entrara. Aunque estaba casada con él, la incomodidad de la situación era palpable. No quería que Santiago malinterpretara su comportamiento, pero tampoco podía evitar que su presencia la afectara de alguna manera.
—Lo siento por lo de antes —dijo Santiago con una media sonrisa—. No sabía que te avergonzaba mostrarte así delante de tu esposo.
Sofía, tratando de mantener la compostura, respondió con firmeza.
—Eso no es lo que importa. ¿Cómo entras aquí?
Santiago, sin inmutarse, respondió como si su entrada en la habitación fuera lo más natural del mundo. Se sintió realmente confundido. “Si insistió en casarse, ¿por qué evitarme? Aun si no intentaba seducirme, ¿por qué echarme como si fuera un completo desconocido cuando compartimos de todo en el pasado?”. Por su lado, Sofía aún se sentía incómoda por lo ocurrido, pero solo debía mostrarse como si no les diera importancia a sus comentarios y actuar con serenidad y firmeza.
—Eso… ¿cómo entraste?
Responder esa pregunta era algo fácil de hacer, pero difícil de explicar, dado que nadie le dio autorización de ingresar a la habitación, por lo cual decidió actuar como si lo ocurrido fuera de algo normal.
—Servicio a la habitación… la empleada traía el desayuno y decidí entrar y esperarte.
—Ohhh… no lo vuelvas a hacer. Ahora, sentémonos a desayunar para hablar.
Santiago la miró, aún desconcertado por la frialdad de su esposa. Sabía que había algo más detrás de su comportamiento. Con una ligera risa irónica, comenzó:
—¿De qué quieres hablar? ¿De cómo conseguir una habitación cuando todas estaban ocupadas? ¿O de cómo escapaste y montaste todo un espectáculo?
Sofía lo miró sin emoción, dispuesta a terminar con el juego de apariencias.
—Reservé la habitación después de la boda. Y sobre mi “escape”, lo hice porque tú no estabas. Nunca apareciste, Santiago. Así que tomé mis propias decisiones.
—Qué considerado de tu parte, no molestarme por cosas sin importancia. Pero, ¿acaso pensabas que pasaríamos nuestra luna de miel por separado?
Sofía permaneció en silencio. No había necesidad de discutir. Al final, ambos sabían que su matrimonio era una farsa. Pero cuando Santiago habló nuevamente, ella se preparó para lo inevitable.