La primera dama

CAP 32: Grupo Imperio

Sofía llegó a los enormes edificios y, en el centro, se encontraba la sucursal del grupo Imperio en el país Z. Al entrar pasó por recepción y preguntó por la oficina de Santiago; sin embargo, el trato no fue el que esperaba.

—Su nombre, por favor —preguntó la recepcionista.

—Sofía Cáceres.

—¿Tiene cita con nuestro presidente?

—No vengo por unos papeles.

—Lo sentimos, no podemos dejarla pasar si no tiene cita.

—Su presidente me conoce; ¿podría llamar y corroborarlo?

—Jaja. A este lugar llegan muchas como usted diciendo que conocen a nuestro presidente. Lo mejor será que se vaya, no sea una oportunista. Además, nuestro presidente se encuentra ahora con su esposa y estoy segura de que no desea que nadie lo interrumpa.

—¿Qué pasa?

De pronto una voz masculina sonó detrás de Sofía; ella se giró.

—Señorita… ¿qué la trae por aquí?

—Vine a ver a Santiago, pero no me dejaron ingresar. Además, me trataron como la amante de su presidente. ¿Lleva una vida tan descarrilada que hemos llegado a esto?

—Tú —habló el secretario de Santiago… había tenido pocas oportunidades de verla cuando vino a la empresa antes de que se casara con Santiago y las otras veces cuando fue a la casa por asuntos importantes. —Lleve su carta de renuncia a Recursos Humanos y abandone la empresa.

—Enzo, yo… yo no la conocía. Han venido innumerables mujeres… solo… solo…

—No te hundas más y vete.

—Basta, Enzo. No planeo cambiar nada viniendo aquí; el error no es suyo, sino de otra persona. —Se volvió hacia la recepcionista—. La recepcionista dijo que Santiago se encontraba con su esposa. Deseo saludarla.

Al escuchar este comentario, el cuerpo de Enzo se tensó: si era lo que pensaba, su jefe ahora se encontraría con Serena y era más que obvio que su bono de este mes sería cancelado por no haber retenido a Sofía.

—Lo siento, jefe. Traté de detenerla, pero su esposa es muy intimidante —se dijo Enzo en silencio.

La recepcionista y quienes la rodeaban quedaron sorprendidos por el porte de la mujer que, paso a paso, mostraba elegancia y confianza; era imposible pensar que una mujer así fuera una simple amante.

Al llegar al último piso, donde se encontraba la oficina de Santiago, Sofía abrió la puerta e ingresó. El interior era amplio: un escritorio junto al ventanal, a la derecha una habitación cerrada, a la izquierda un minibar y, a su costado, un baño. En el centro había una sala de descanso; cuadros renacentistas colgaban en una pared blanca y las ventanas enormes ofrecían una vista completa hacia el río Kief, que atravesaba la ciudad.

Santiago no levantó la cabeza al escuchar la puerta abrirse; por su parte solo habló sin pensar mucho en quién estaría frente a él.

—Tan rápido regresaste.

—Supongo que no era a quien esperabas.

Al escuchar esa voz, Santiago alzó la vista de los papeles que tenía en la mano y vio a Sofía en la puerta: llevaba un vestido negro que acentuaba su cintura, un collar pequeño pero reluciente, y el cabello sujeto en una cola alta que le daba un aire elegante.

—Realmente no —contestó él—, pero ya que estás aquí, debe ser algo importante.

—Madre me pidió venir.

—¿Mi mamá? ¿Para qué te pediría venir?

Sofía caminó firme hasta él y, al llegar, se detuvo frente al escritorio y lo miró.

—Dijo que tenías unos papeles que debía entregarles esta noche. Van a casa a cenar y me pidieron llevarlos.

—Podías habérmelo dicho y yo los llevaba.

—No querías que estuviera aquí. ¿Piensas echarme como en el pasado?

—A ver… yo no dije eso, solo me sorprendió tu visita. Mamá no hace movimientos sin pensarlos.

Sofía sonrió al recordar lo que su suegra le había pedido.

—Sí, me pidió poner al tanto a todos en la empresa de quién es la verdadera señora De Rosas. Ahora entiendo por qué.

—Así, que te pidió eso. Debe haberse dado cuenta de algo. Esta mañana vino y me trajo este portarretrato con nuestra foto —dijo, mostrando el portarretrato del escritorio donde aparecían ambos en la playa de Mauricio.

—Debe ser por los comentarios. Al llegar y preguntar por tu oficina en la recepción, la recepcionista insinuó que era tu amante; dijo que estabas con tu esposa y me pidió retirarme. De no ser por Enzo, seguramente habría pasado la peor humillación de mi vida al ser tildada de amante.

Santiago tomó su mano; como siempre, el anillo con forma de corona estaba en su dedo, aunque no llevaba el anillo de bodas.

—Si no llevas tu anillo, ¿cómo esperas que te reconozcan como mi esposa?

—Ya hablamos de eso.

—Lo sé… Los papeles que necesitas están en el cuarto, en una estantería al lado de la cama.

Sofía abrió la puerta de la habitación: era tan amplia como un minidepartamento, con una cocina grande y un pequeño comedor; al fondo había un espacioso dormitorio y un baño. Al igual que la oficina, la habitación estaba pintada de blanco y decorada con pinturas renacentistas.

Sofía se acercó al estante, tomó el sobre y salió de la habitación. Antes de irse, volvió a dirigirse a Santiago:

—Espero que llegues a casa temprano; madre nos estará esperando.

—Lo haré. ¿Qué vas a cocinar hoy?

—Es un secreto.

Dicho esto, salió de la oficina. En estas dos semanas su relación había mejorado enormemente; podría decirse que se volvieron más cercanos y que el resentimiento de Santiago había disminuido.

El secretario la vio salir con una sonrisa de alivio, feliz de creer que su sueldo no sería recortado; sin embargo, había olvidado que Serena, a quien había impedido el paso, estaba sentada y, al ver a Sofía salir, se levantó y caminó hacia ella.




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