La primera dama

CAP 34: La cena

En la noche Sofia y Santiago subieron a cambiarse, mientras Rosario ponía la mesa, para esperar a los señores De Rosas.

Santiago terminó de cambiarse y tocó la puerta de Sofía; al no recibir respuesta, pasó. En el interior, Sofía estaba de espaldas intentando cerrar el vestido, pero no podía.

Sofía, al escuchar la puerta abrirse, creyó que era una de sus empleadas que venía a recoger la ropa, por lo que, sin pensarlo, dijo:

—Elisa, ayúdame con el vestido.

Santiago se acercó y subió el cierre, al ver la espalda descubierta de Sofia no pudo evitar el querer acariciarla y así lo hizo, Sofia ante el toque se sobresaltó y volteo a ver quién era, encontrándose con los ojos de Santiago, perdida en su mirada y su mano rosando su piel sintió una inexplicable sensación de hormigueo en su interior.

Sofía percibió la mirada de Santiago posada en sus labios; él se acercó poco a poco, llenando el espacio de una respiración profunda y pesada.

—Señora, sus suegros ya llegaron —dijo la empleada, interrumpiendo abruptamente el momento y al percatarse de esto salió de la habitación con prisa, por su lado Sofia se sentía muy nerviosa.

—Creo que debemos bajar —dijo ella.

Santiago la miró y se sintió complacido por sus actitudes, especialmente por la forma en que evitaba su mirada.

—Sí, bajemos; deben estar esperándonos.

Luego de eso tomó a Sofía por la cintura. Ella lo miró un tanto confundida, pero no dijo nada. Tomó el sobre que estaba en el tocador y caminaron hasta el comedor, donde esperaban los padres de Santiago; al verlos, los saludaron.

—Hijo, Sofía... mi hermosa hija, ¿cómo te está tratando? Si hace algo malo puedes contármelo —dijo Raena, robando a Sofía a su lado con una sonrisa maternal.

Umberto se acercó a Santiago.

—¿Cómo ha estado la vida de casado, hijo?

—Bien... hemos tenido problemas, pero lo resolvemos.

—Me alegro. El matrimonio no es fácil, pero estoy seguro de que ustedes durarán mucho tiempo.

—Eso espero, padre. Sofía es asombrosa... ciertamente no la merezco.

—¿Es por esa razón que la engañas? Porque te sientes poca cosa —replicó Umberto.

—Padre...

Umberto lo miro a los ojos de una manera relajada y hablo:

—Santiago, soy tu padre, la persona que te enseñó todo lo que sabes y quien dirigió la empresa antes de que te hicieras cargo. Sé todo lo que pasa a tu alrededor, pero lo hablaremos después; tu madre está muy feliz por la visita y no quisiera arruinarle la noche.

Tras esas palabras, Umberto caminó al lado de su esposa y se sentó. Frente a ellos, Santiago tomó asiento junto a Sofía.

La cena transcurrió tranquila, con conversaciones familiares y temas triviales. Al finalizar, se dirigieron a la sala de estar para continuar hablando.

Raena miró a Sofía con una sonrisa maternal y preguntó:

—Hija, ¿los documentos que te pedí traer los tienes en la mano?

—Sí, madre —dijo Sofía, extendiendo el sobre.

Raena la detuvo y le indicó que lo abriera. Dentro del sobre había papeles de propiedades inmobiliarias: una casa en Europa, otra en las Maldivas y el cincuenta por ciento de todas las acciones del Grupo Imperio.

—Madre, padre, esto... —balbuceó Sofía.

—Es para ti —dijo Umberto—. Sabemos que el comportamiento de Santiago no ha sido el mejor y, de alguna forma, queremos que te sientas segura y apoyada. Si en el futuro él pensara en dejarte, puedes llevarte la mitad de todo lo que debió pertenecerle.

—Esto es demasiado, no sé si...

—Cariño, acepta. Sé que entre los dos podremos manejar bien el grupo y lo haremos crecer sin duda alguna.

—Santiago...

Al ver la indecisión de Sofía, Santiago se acercó y susurró al oído de ella:

—Es mejor que aceptes; de lo contrario, mi madre sería capaz de poner todo del grupo a tu nombre solo para evitar que escapes.

Sofía lo miró como preguntando si era cierto, y él solo sonrió. Sofía no tuvo más remedio que aceptar.

—Bueno, ya que es así, desde mañana puedes empezar a trabajar con Santiago en el puesto de vicepresidenta. No dejes que se te escape de ningún lado —dijo Raena con una sonrisa, satisfecha por haber conseguido su cometido. A su lado, Umberto la abrazaba plácidamente; era cierto que eran un matrimonio feliz y amoroso a pesar de los años.

Santiago se acercó a Sofía y le susurró:

—Ya escuchaste. No puedes dejarme escapar.

Dicho esto, la abrazó; le gustaban esos momentos en que ella se mantenía cerca, aun si fingía cariño por él. Se sentía tranquilo al tenerla a su lado.

Después de que sus padres se fueron, Santiago y Sofía volvieron a sus habitaciones. Sofía se despidió de Santiago como cada noche; sin embargo, cada uno se reusaba a entrar a su habitación.

A la mañana siguiente, Sofía desayunó y, tal como dijo Raena, debía asistir a la empresa, así que salió con la idea de tomar un coche. Sin embargo, Santiago estaba afuera con su auto aparcado, esperándola.

—Vamos. Te llevaré; es tu primer día de trabajo —dijo, abriendo la puerta del copiloto.

—Yo... puedo tomar otro auto —respondió ella, dirigiéndose a la cochera.

—Claro que no. Tu suegra dijo que no me dejaras escapar; por lo cual deberías aceptar que te lleve.

—Ya ves, madre dijo que no te dejara escapar, no que tú no me dejaras escapar.

—Pensé que era lo mismo.

Sofía lo miró y negó con la cabeza.

—No lo es.

—Aun así, irás conmigo —dijo, tomándola de la mano y obligándola a entrar.

Hablar de su madre solo era una estrategia para forzarla a entrar a su auto para que vayan juntos a la empresa.

En el trayecto, Sofia solo pudo preguntar.

—Si vamos juntos, será complicado explicarlo.

—Eres mi esposa; no veo cuál es el problema. No es eso por lo que mi madre te envió.

—Lo mejor será bajar una cuadra antes. No deseo que nadie especule sobre nosotros; si voy a trabajar, deseo hacerlo en paz.




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