La primera dama

CAP 38: Perdió la memoria

Sentados en la sala, los señores De Rosas esperaban a la pareja; al verlos entrar juntos supusieron que podrían solucionar cualquier problema.

—Padre, madre, me alegra verlos —saludó Sofia.

Al ver la serenidad de Sofía, Raena se mostró aún más preocupada, si uno se guarda las cosas, nunca terminan bien.

—¿Te encuentras bien, cariño? —preguntó ella.

—Sí, madre. Solo estoy un poco cansada y deseo descansar.

—Está bien, ve.

Sofía planeaba retirarse con esas pocas palabras; sin embargo, Santiago habló desde atrás.

—¿Qué pasa, Sofía... tan pronto nos abandonas...? ¿Por qué no les dices a tus suegros lo que su nuera predilecta y perfecta andaba haciendo toda la tarde, que ahora se encuentra cansada?

Sofía se volvió y caminó hasta él; las cosas en su interior se acumulaban y sentía que aquello no tendría fin si Santiago continuaba ofendiéndola.

—¿Por qué no les dices tú lo que tu mente retorcida cree que hice? —respondió ella.

Santiago rió de manera sarcástica y añadió:

—No hiciste nada malo, eso es lo que tratas de decir. Te fuiste de la oficina toda la tarde y cuando te voy a buscar te encuentro en un hotel cenando con tu amante... ¿qué pasa, no había servicio a la habitación?

Probablemente algo dentro de Sofía se rompía, un límite que le prohibía decir cosas sin sentido o perder el control. Pero callarse ya no mejoraría nada; eso estaba claro.

—¿Por quién me tomas? —replicó ella—. No soy yo quien saca los pies del plato...no soy yo quien fue captado por las cámaras.

—Por eso no querías que supieran de nuestro matrimonio, para tener una vida libertina como una prostituta.

—¡Blum!

Un fuerte estruendo sonó en la habitación cuando Sofia le dio una bofetada a Santiago, había llegado un punto donde no pudo contener todo el enojo que cargaba por los comentarios ofensivos.

—Jamás en mi vida recibí tanta humillación —dijo ella, con la voz temblando—. Desde que llegué acá solo recibo reproches y reclamos tuyos. Estoy harta, cansada. Solo espero que esto pronto termine.

Tras esas palabras, Sofía caminó a su habitación. En la sala, Raena ya se encontraba llorando por lo ocurrido, y Umberto estaba profundamente molesto. Sofía era una buena chica; siempre lo había sido, y ese día su hijo no solo cuestionó su lealtad, sino su honor como mujer. Aunque el matrimonio se realizó contra la voluntad de Santiago, por ser su esposa merecía respeto. Hoy se había acabado, pensó Umberto, la familia perfecta que creyó haber formado para su hijo. Si seguían forzando a Sofía a permanecer en un matrimonio fallido, solo la lastimarían; pronto la luz en su interior se apagaría y quedaría convertida en un títere sin vida, movido de un lado a otro.

Miró a su hijo, parado con furia en los ojos como si quisiera destrozarlo todo. Se acercó y sus palabras eran suficientes para derribar a cualquiera.

—Divórciate —dijo—. Sé que te lo prohibí, pero no puedo ver cómo Sofía se marchita poco a poco a tu lado.

Ante las palabras de su padre, el pecho de Santiago se apretó hasta dolerle, pero aun así no pretendía dejarla ir.

—¡Es ella otra vez! —explotó—. ¿No escuchaste? Estaba con su amante. ¿Quieres que la deje para que corra a sus brazos?

—¡Cállate... cállate, Santiago! —intervino Raena, con voz firme—. Si no lo haces no respondo. Sofía es una buena chica, criada con principios y valores. Pudo haberse casado con cualquiera, incluso con alguien mejor que tú. ¿Crees que una dama tan inteligente y hermosa no podría haber tenido un mejor pretendiente?

—Si era así, ¿por qué regresó para destruirme la vida? —respondió él, dolido.

—La rechazó a todas —continuó Umberto, con tristeza—, sin siquiera darles la oportunidad de conocerse. Cuando llegamos a su casa sin previo aviso y anunciamos el matrimonio, ella tenía una mirada perdida; no respondió con descortesía por respeto a los amigos de su padre, pero estaba claro que habría rechazado la propuesta. Debí darme cuenta entonces de que te olvidó y no insistir en este matrimonio.

—Tú también... padre —replicó Santiago—. Siempre preferiste a Sofía; nunca aceptaste a Serena, Sofía siempre estuvo en tu corazón.

Ante tal respuesta, el enojo de Umberto no pudo ocultarse. En el pasado le permitió actuar como quiso, pero ahora no lo permitiría más.

—Esa mujer no podría ni debería ser comparada con Sofía —dijo con voz fría—. Si deseas marcharte con ella, vete.

— Sofia le destruyo la vida.

Umberto al escuchar la respuesta rio y aplaudió como si escuchase el chiste más gracioso del mundo, luego de eso su expresión se volvió fría al igual que su voz al momento de hablar.

-Eres inteligente para los negocios, pero eres necio cuando te tratan de hacer ver tu error. Se del circo que montaron Sofia y tú, ella es una buena chica, dale el divorcio cuanto antes y si deseas vete con esa mujer, pero olvídate que la reconozca a ella y a su bastardo como parte de esta familia.

Santiago quiso decir que Serena no estaba embarazada y así aclarar el malentendido, pero su coraje lo dejó mudo; solo preguntó:

—¿Nunca la aceptarás, después de tantos años?

—No puedo reconocerte —respondió Umberto con dureza—. ¿Dónde está tu inteligencia? Nunca te preguntaste por qué en las conversaciones que tienes con Sofía no te habla del pasado. Eso le corresponde a ella decírtelo. Pero, así como tú la lastimaste hoy delante de mí, como buen padre te lo voy a retribuir: ella perdió la memoria hace trece años; no te ama ni te recuerda. Eso...ahora es bueno, así no se aferrará a ti como en el pasado.

—¿De qué hablas? —balbuceó Santiago—. Ella no pudo haber perdido la memoria.

—¿Que pasa, te duele? —replicó Umberto—. En aquel año ella sufrió un secuestro y nuestra familia no ayudo en lo absoluto por que la familia Cáceres así lo quiso. A pocos días de su secuestro anunciaron que el compromiso se rompía. Después de eso no supimos nada de Sofía hasta hace unos meses.




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