La primera dama

CAP 43: haciendo méritos para lograr su perdón

A la mañana siguiente Sofia se despertó y pensó en todo lo que había ocurrido la noche anterior, después de subir a su habitación revisó la página web de los principales noticieros del país y en primera plana, estaba la nota de la entrevista, donde Santiago afirmaba que ella era su esposa y que Serena no era más que una amiga.

Las declaraciones hechas de cierta forma se convirtieron en una espada de doble filo, amenazando con lastimar en el momento menos previsto.

Santiago probablemente lo sabía y eso es lo que le preocupaba a Sofía a pesar de que él dijo que su seguridad era lo más importante, jamás fue su intención que su relación se hiciera público, dado que era una cuerda que probablemente la ataría a Santiago durante todo el tiempo que durara su eventual gobierno. Si ella se opusiera y pidiera el divorcio, lo más probable era que la carrera política de Santiago se viera afectada y, en el peor de los casos, que perdiera sin siquiera dar batalla.

Con la cabeza revuelta, Sofía bajó las escaleras. Tenía pensado desayunar y luego dirigirse a la empresa; ahora que era vicepresidenta del Grupo Imperio no podía dejar el trabajo de lado. Más adelante pensaría cómo devolver las acciones y alejarse de todo.

Quería quedarse un poco más con la familia que, a su manera, la había acogido; sus suegros siempre fueron amables con ella, y la nana de Santiago, Rosario, en especial. Pero sabía que todo aquello era prestado y que, tarde o temprano, tendría que devolverlo, aunque lo odiase. Por ahora debía disfrutar de la familia aun estando enfadada con Santiago.

Al cruzar el umbral del comedor lo que vio le pareció irreal: Santiago estaba colocando la mesa y, al verla, sonrió.

—Siéntate y desayuna; luego vamos juntos.

—No tengo apetito —respondió ella.

Luego de eso Sofía salió del comedor con un rostro frío.

Sofía salió del comedor con el rostro frío y se dirigió a la empresa. Al entrar notó las miradas curiosas a su alrededor. Fue a su oficina y llamó a su secretaria para que le informara su horario; al terminar, la secretaria salió.

Sofía encendió el ordenador; poco después volvió a entrar Elena con un adorno floral en la mano.

—Lo trajeron para usted —dijo.

Dicho eso se retiró, Sofía se acercó al adorno floral, hermosas rosas rosadas con lirios y lluvia adornando a los costados, su fragancia inundó las fosas nasales de Sofía llevándola a un lugar lleno de rosas, un campo con todo tipo de flores se sentía extremadamente feliz a sentirse libre, se acercó y tomó la tarjeta en su mano y al leerlo toda esa felicidad que experimento se convirtió en sentimientos complejos en su interior, una mezcla de resentimiento con calidez ante el detalle.

Tomó las flores en la mano y salió de su oficina para dirigirse a la oficina de Santiago, al ingresar lo vio sentado en su escritorio.

—¿Qué planeas hacer? —preguntó ella.

—Solo le entrego rosas a mi esposa. ¿Hay pecado en ello?

—¿Qué pretendes? —respondió ella—. Te lo dije ayer: déjame en paz, terminemos este matrimonio como desconocidos y sigamos nuestro camino.

—No planeo hacer eso. No deseo que sigamos como si jamás nos hubiéramos encontrado; planeo retenerte, Sofía.

—No son palabras que debas decirme… no vuelvas a dejar rosas en mi oficina.

Dicho esto, salió. Pero Santiago no cejó: a la mañana siguiente volvió a decirle que desayunara; ella se negó y, al día siguiente, él le empacó comida y se la llevó a la empresa. Su oficina también cambió: todos los días aparecían rosas, los devolvía, pero al día siguiente aparecieron nuevas y cada una más hermosa que la anterior, cansada de devolverlo siempre ordeno a Elena su secretaria, que se llevase las rosas y que lo regalase, y eso continuo por una semana completa.

A la mañana siguiente para no cruzarse con Santiago se levantó más temprano de lo usual sin embargo al pasar por la cocina escucho ruidos en ella por lo que escondida detrás de la puerta se asomó y grande fue su sorpresa cuando se encontró con Santiago intentando cortar las verduras.

Sonrió ante tal acto, todo este tiempo creyó que la que cocinaba era Rosario y se sentía mal al pensar en rechazar su comida sin embargo al ver a Santiago cocinando diligentemente no pudo evitar que su corazón latiera y se volviera cálido ante tal acto.

Siguió mirando por un rato hasta que Rosario la descubrió, se acercó a ella por su espalda y susurro:

—¿Cuándo lo vas a perdonar?

Sofia al escuchar esas palabras dio pequeños saltitos del susto sin embargo no hizo mucho ruido para que no se descubriera que ella se encontraba escondida.

—¡Ahh… nana! Me asustaste.

—Ay, mi niña —dijo Rosario—. Se ve que estos días se ha esforzado mucho por obtener tu perdón; no lo va a perdonar.

—Nana, lo que me hizo sigue latente en mi interior: desconfianza. Es algo que jamás podría tolerar en una relación.

—Pero perdónalo, no por él, sino por mí… y por las pobres verduras que no tienen culpa de nada.

—¡Nana! —dijo ella, esbozando una sonrisa.

—Mi niño, Santiago, ha estado aprendiendo a cocinar por usted, y en el proceso me malogró todas las verduras de la despensa; la cocina siempre queda hecha un desastre.

—Jaja...¿Desde cuándo está cocinando? —bromeó Sofía.

-Desde aquel día que lo encontró poniendo la mesa, na mas no hace nada bueno, el primer día creí que se rebanaría todos los dedos antes de cortar bien la carne.

-Jaja...lo voy a pensar nana, ahora me voy.

—Así. Y yo qué le diré al pobre…

—Mmm… dile que se veía tan bien cocinando que no quise interrumpirlo y me fui —respondió Sofía, y Rosario la vio irse sonriendo. Esperaba con ansias que Santiago y Sofía pronto hicieran las paces.




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