—Mi intención nunca fue lastimarte, pero no voy a divorciarme de Sofía.
Al escuchar eso, Serena entró en desesperación y comenzó a justificarse.
—No es cierto, todo esto lo dices por lo que hice, ¿verdad? Prometo dejarla en paz...
—No es eso.
—Tienes que entender que lo hice por amor. Ella me lo robó todo en el pasado; la odio y, al verla tan cerca de ti, me provocó celos.
Santiago la tomó por los hombros, la miró fijamente y dijo:
—Escúchame. Nunca te hice promesas falsas. Dije que te protegería de Ricardo y de Sofía; lo planeo hacer. Pero lo que hiciste es algo que no puedo perdonar.
—Santiago, te amo y siempre lo has sabido. Si no hubiera sido por ella, nos habríamos casado y podríamos haber tenido una linda familia.
Al ver su renuencia, Santiago perdió la paciencia y habló, irritado:
—Eso no justifica tus actos. Solo te voy a pedir, como ya te dije antes: no te vuelvas a acercar a Sofía ni intentes lastimarla.
Dicho esto, Santiago la soltó y planeo irse, Serena cayó al suelo de rodillas comenzó a llorar, pero no quería dejarlo así, por lo que se aferró a los pies de Santiago y suplico.
—Santiago, no me dejes. No tengo a nadie; estoy sola en este mundo. Si tú me abandonas, voy a morir. Por favor...
—Me enamoré en el pasado de tu valentía y coraje por enfrentar los problemas, esa valentía que me salvo sin importar su vida, hoy no reconozco nada de eso en ti. Por ese pasado no planeo presentar ninguna demanda y tampoco hare ningún escándalo, continua tu vida de la mejor forma.
Retiro las manos de Serena y camino a la puerta para irse y a espaldas suyas solo se escuchaba el llanto de serna.
—Santiago, no me abandones...
...
Después de cambiarse Sofia descanso un rato en la oficina de Santiago, pero luego, salió de la oficina y empresa, sea lo que sea que deba enfrentar debía hacerlo de la mejor manera.
Al salir todo parecía sorpresivamente más tranquilo, se dirigió a la casa y la primero en encontrar al entrar eran a sus mascotas Max y Rex se encontraba sueltos y corrieron en su dirección en cuanto la vieron.
—Los extrañé, preciosos —dijo, inclinándose.
Como si pudiesen notar la tristeza en su amo, los perros empezaron a acariciarla meneando la cola y dándole lamidas en la cara.
—Estoy bien, ahora me dirán quien los soltó.
—Max Rex no corran.
Detrás de los perros venia corriendo Lina la nieta de Rosario, era una joven de dieciseis años que venía raras veces de visita.
—Lina, ¿tú soltaste a estos monstruos? —preguntó Sofía.
—Estaban muy tristes amarrados, así que...
—No te regaño; me alegra que tengan con quién jugar. Paso mucho tiempo fuera y no tengo tiempo para mimarlos, y luego se deprimen.
Dijo Sofia acariciándole la cabeza de ambos perros con ambas manos.
—¿Entonces puedo seguir jugando con ellos? —preguntó Lina, con una sonrisa y los ojos brillantes.
—Llévatelos, Max, Rex; vayan con Lina. Debo hacer algo.
La joven salió corriendo con los perros; la casa tenía un patio amplio, así que no romperían nada, a no ser que quisieran destrozar el jardín.
Sofía entró a la casa y, al pasar por la cocina, encontró a Rosario preparando la cena.
—Mi niña, ¿cómo estás? —preguntó Rosario.
—Bien, supongo, nana.
Rosario dejo de picar las zanahorias y se acercó.
—El joven es muy tonto, pero ya verás —murmuró.
—Jaja... vi a tu nieta jugando con los perros —dijo Sofía, tratando de cambiar de tema; hablar de Santiago la incomodaba.
—Ay, esa niña... me va a dar algo. ¿Cómo se atreve a soltar esas cosas? ¿No piensa que la van a morder?
—Calma, nana. Los perros no son agresivos; no harán nada. Me retiro a ver unos papeles y luego ceno.
Sofía subió las escaleras y, al llegar a su dormitorio, revisó documentos; además tuvo una junta con el partido, pues este año planeaba retomar ciertas responsabilidades. Sin embargo, les comunicó la noticia de que lo previsto se cancelaría.
...
Santiago llegó a la casa y, al ver a Rosario poniendo la mesa, preguntó:
—¿Y Sofía?
Rosario lo miró indiferente y respondió:
—Está en su cuarto, pero luego baja.
—Nana...
—¿Qué quieres que te diga? ¿Cómo te crie para acusar semejante barbaridad a una dama tan reservada como Sofía?
—Sé que fui un tonto, nana, pero ahora debes ayudarme para que me perdone.
Santiago, apreciaba bastante a Rosario quien siempre lo acompaño en todo momento, y ciertamente solo con ella podía comportarse como un niño tal y como Rosario lo decía.
—Yo que ella no lo haría —dijo mientras colocaba la mesa —ayer estaba consolando a su madre, de lo contrario te hubiera agarrado a garrotazos por bruto.
—Nana... debes ayudarme.
—Ella no te va a perdonar fácil... —Hablo Lina a espaldas de él.
—Mocosa, ¿tú qué haces en mi casa y por qué te metes en mis problemas?
—Adivina qué —respondió Lina mordiendo una manzana—: me volví fan de tu esposa. Si veo que tratas de lastimarla o que le pasa algo por culpa de esa actriz de quinta, me lo vas a pagar.
En medio de pláticas y discusiones, Sofía bajó a cenar. Al ver a Lina parada cerca de Rosario y Santiago, intentó mostrarse como la pareja perfecta; sin embargo, Lina se atravesó y tomó la mano de Sofía.
—No tienes por qué fingir que estás bien con este hombre. Se pelearon; no actúes diferente por mi presencia, date a respetar ni que crea, que por decir en televisión nacional que tú eres su esposa lo vas a perdonar.
Sofía miró atónita a Santiago y preguntó:
—¿Qué hiciste?
—Solo dije la verdad; no podía permitir que ocurriera otro atentado —respondió él.
—¿De qué atentado hablan? —preguntó Rosario.
—Esta mañana agredieron a Sofía; intentaron quemarle el rostro rociándole ácido sulfúrico —dijo Santiago.
—Dios mío bendito, ¿quién sería capaz de hacer eso? —preguntó Rosario, con la mano en el pecho.