La primera dama

CAP 48: Pastelería Delice

En las pistas del centro de la ciudad Arora, una camioneta Fort se dirigía a extrema velocidad hacia la sede del partido Esperanza.

Al estacionar frente al gran edificio, Sofía bajó con un vestido tubo negro, un pañuelo en el cuello, tacones altos y un bolso de piel color negro. Subió por el ascensor privado sin dar explicaciones a la recepcionista y, al encontrarse en el décimo piso, se dirigió a la sala de juntas.

Al abrir las puertas, treinta personas ya estaban sentadas alrededor de una mesa rectangular lo bastante larga para albergarlas. En un extremo había una silla vacía; al fondo, una tarima y un gran pizarrón para diapositivas.

Sofía entró con paso firme; al oír el sonido de sus tacones, todos se pusieron de pie y saludaron al unísono.

—Buenos días, presidenta Victoria.

—Basta de tanta formalidad —respondió ella—. Siéntense y demos inicio a la reunión.

Todos los presentes se sentaron al escuchar la orden y no elevaron voz, algunos de ellos congresistas y ministros, además de los dirigentes del partido.

—Como todos saben, este año es el último del actual presidente y nuestro partido deberá elegir un candidato fuerte para competir en las próximas elecciones —habló uno de los congresistas.

—¿Tienes algún candidato en mente, Sánchez? —preguntó Sofía.

—Presidenta, todos creemos que la mejor candidata es usted. Durante cinco años nos ha hecho esperar y dijo que para estas elecciones colocaría a un candidato; además, usted lo acompañaría durante su gobierno —replicó otro congresista.

—Eso lo sabemos —dijo Sánchez—, pero que ahora nos pida tiempo es inaudito.

—Basta —intervino Sofía—.

—Lo mejor sería que usted sea la candidata en estas elecciones —dijo un ministro.

—Respeto sus opiniones, Méndez, pero tienen que saber que me negué en un principio. No fue por capricho: prefiero estar del lado del presidente como primera dama que gobernando —explicó Sofía.

—Pero, presidenta —replicó un dirigente—, si usted no se postula, lo más probable es que gane Leandro Cooper y eso es un riesgo que no podemos correr.

—¿Qué hay de malo con el señor Cooper? Por lo que logre oír es un dotado para los negocios lográndose colocar en pocos años entre uno de los mejores empresarios del mundo y llevando a su grupo a ser la número 5 alrededor del mundo. -pregunto Sofia.

—Esa es una afirmación grave, Sánchez.

—Sé que el benefactor y patrocinador de nuestra presidenta es la familia Cáceres, pero eso no nos da certeza de que las personas de las grandes esferas no sean igualmente ambiciosas —respondió Sánchez.

—Demos por culminada la reunión de hoy. Pronto tendrán noticias mías; hasta entonces, manténganse tranquilos.

Sofía se retiró de la sala. Los presentes mostraron respeto al salir, pero en su interior había resentimiento: no confiaban en un candidato proveniente de las grandes familias, y menos en alguien como Cooper. Si bien Sofia o Victoria como ellos la conocen había creado el partido con el patrocinio de la familia Cáceres y ella siempre vio por el bienestar del país, eso no era suficiente para dejar de creer, que las personas ricas al tener dinero buscan aún más.

...

Tras salir de la sede, Sofía se dirigió a la pastelería que solía frecuentar con Lion; era uno de sus lugares favoritos. En el pasado intentó comprarla usando la identidad de Victoria, pero no lo logró. No importaba cuánto duplicara o triplicara el precio, dijeron que esta simplemente no se vendía por que el nuevo propietario le tenía un gran aprecio.

Al ingresar por la puerta, el lugar seguía siendo el mismo, salvo por algunas remodelaciones, la mesa cerca de la ventana donde se sentaron y en la cual le pidió ser su primera dama, continuaba ahí.

Sofía se acercó a la barra para pedir un trozo de pastel para llevar: debía ir al salón de belleza y, por la reunión, iba algo retrasada.

—Buenos días. Bienvenida a la pastelería Delice. ¿Qué desea comprar? —preguntó la dependienta.

—Empáquenme un pastel de chocolate para llevar y...

—Lo siento —respondió la empleada—, me acaban de informar que el dueño a llegado. ¿Podría esperar unos minutos, por favor, mientras lo saludo?

La joven salió apresurada. Por la puerta entró un hombre de traje gris a cuadros y gafas; todos los empleados lo saludaron. La figura le resultó familiar a Sofía, pero justo en ese instante sonó su móvil y se alejó para contestar.

—Sí. —respondió por teléfono—.

—Esposa, ¿por qué no sales a verme? Estoy afuera de la pastelería —dijo la voz de Santiago.

Sofía salió y, en efecto, vio a Santiago recostado sobre el deportivo de Ricardo, el teléfono en la mano. Al verla, cortó la llamada y se acercó.

—Te ves extremadamente hermosa; debería esconderte —dijo él.

—Basta de adulaciones. Estoy enfadada contigo.

—Lo sé, por eso compré una tajada de tu pastel favorito y un batido de piña.

—¿Ricardo te dijo mis gustos? —preguntó ella.

—No debería saber un buen esposo, los gustos de su esposa.

Santiago le abrió la puerta del copiloto y en efecto el batido de piña y el pastel se encontraban ahí, Sofía lo colocó en un costado del asiento y subió.

—Gracias —dijo.

Luego de eso Santiago rodeo el deportivo y subió.

—De nada. Ahora te llevo al salón.

—Sí... Ricardo y tú eligieron sus trajes.

—Mmm... mi suegro nos acompañó; de lo contrario hubieras perdido a tu esposo o a tu hermano —bromeó Santiago.

—Jajá... creo que habría quedado viuda.

—¿No confías en mi fuerza? —preguntó él.

—La verdad, no —respondió Sofía con una sonrisa burlona.

El auto se detuvo y Santiago la miró fijamente.

—Soy lo suficientemente fuerte como para vivir a tu lado muchos años —dijo, y siguió conduciendo hasta el salón.




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