La primera dama

CAP 51: Déjame ir

—Te extrañé a morir, mi hermosa muñeca —dijo Leandro.

Sofía lo miró y sintió sus emociones descontrolarse: una parte de ella quería decirle cuánto lo extrañaba, abrazarlo, besarlo; otra estaba llena de resentimiento y dolor. Quería reclamarle su abandono: ¿por qué no la buscó sí estuvieron tan cerca? ¿Por qué mintió sobre su identidad?

Leandro le quito la máscara a Sofía y contemplo su rostro de desconcierto, quería decirle muchas cosas y entre ellas cuanto soñó con este encuentro.

Contrario a sus deseos, Sofía concentró toda la fuerza que le quedaba —porque por alguna razón se sentía débil a su lado— y escapó de él. Con paso firme y apresurado llegó al jardín del palacio del Rey (nombre de la mansión donde se celebraba Reigar). Leandro la siguió hasta la fuente; al verla junto al agua, supo que el tiempo la había convertido en una mujer madura y hermosa.

—Muñeca, hablemos, sí —dijo él acercándose.

—¿De qué? ¿De cómo me mentiste todo este tiempo o de cómo es que me olvidaste? —replicó Sofía, su voz cargada de odio y resentimiento.

—Las cosas no son como tú piensas —murmuró él, acercándose y tomando ambas manos de ella.

— Entonces como son, yo…. ya no sé nada. — dijo Sofía derramando lágrimas.

—Eyyyy, no llores… no quiero verte así. Es cierto que mentí sobre mi identidad, pero solo lo hice para que no te alejaras —dijo Leandro, secando sus lágrimas.

—Debí de haberlo hecho —respondió ella, soltando su agarre y mirándolo después de secarse los ojos.

—¿Qué?

Sofía soltó el agarre de Leandro y lo miró luego de secarse las lágrimas.

—Debí haberme alejado de ti; dejé que te acercaras demasiado y no salió bien… mira —dijo Sofía, levantando las manos y señalando a su alrededor con los ojos llenos de furia —mira bien donde estamos, y como estamos. Ambos casados, pero con distintas personas.

Leandro la abrazo y volvió a tomarle de las manos.

—Eyyyy… eso se puede solucionar. Tú y yo juntos, ¿te acuerdas? Prometimos cumplir nuestros sueños.

Sofía tuvo una sonrisa cansada y la mirada perdida.

—¿En serio todavía crees que hay un “nosotros”? ¿Por qué debería divorciarme?… ahhh… dime —explotó Sofía, gritando, pero su voz pronto cayó, agotada.

—Sofía, nada cambió. Aun si pasaron diez años, mi amor por ti sigue; sé que aún me amas. Estoy seguro de que Ricardo…

—¡Basta! —la interrumpió ella—. No voy a permitir que hables mal de mi hermano.

—Muñeca, por favor, escucha: él lo planeó todo —insistió Leandro.

—¿En serio? ¿Él lo hizo? —Sofía rió con amargura—. Él te obligó a casarte y a tener un hijo.

—Las cosas no debieron pasar así… solo si él…

—¡Suéltame! No voy a seguir escuchando tus tonterías. Sé que Ricardo no es un santo, pero jamás se atrevería a confabular y jugar con la vida de las personas.

—Solo escúchame —dijo Leandro, tomándola por los hombros—. Fue él quien te escondió.

—¡Suéltame! —repitió ella con voz temblorosa.

-No… no lo voy a hacer hasta que me escuches… por favor muñeca. – dijo Leandro acercándose a Sofía lo suficiente como para que sus frentes se tocarán y la respiración de ambos se escuchara agitada como si hubiesen corrido kilómetros.

...

Unos minutos antes:

Santiago vio cómo Leandro sujetaba a Sofía y le quitaba la máscara. Se sintió miserable; si lo dicho por Ricardo era cierto, dudaba de cómo reaccionaría Sofía. La cercanía tanto de ella como de Leandro era notable y más cuando ella no se reusó a que el la tocase.

Quería correr en su dirección, tomar a Sofía y llevársela, quería encerrarla y monopolizarla, pero no podía, y eso lo estaba volviendo loco de los celos.

Camino en su dirección tranquilo, pero con los pasos largos, sin embargo, las personas se le cruzaban y no podía alcanzarlos, cuando volvió mirar en su dirección, descubrió que tanto Sofía como Leandro ya no se encontraban.

Al no saber para donde se fueron, busco por todas partes, subió a la planta alta del Palacio y reviso cada habitación, pero no encontró a nadie, cuando pensaba en bajar. Al asomarse al balcón vio abajo, en el jardín de rosales junto a la fuente, a Sofía y Leandro.

Bajo corriendo, llegó al jardín, sin embargo, no se atrevió a enfrentarlos, sentía rabia incluso al esconderse para oír, pero cualquiera que sea la decisión de Sofía lo aceptaría o eso quería hacer creer a su corazón.

...

—¡Te dijo que la soltaras! —gritó alguien furioso.

Al ver las acciones de Leandro no pudo evitar que su corazón ardiera de celos, se acercó con furia y le propinó un puñetazo.

—¡Santiago! —exclamó Sofía, alarmada; no sabía cuánto había oído, ni qué había visto, pero ciertamente no lo tomaría bien, y en su corazón ya se sentía muy culpable por su comportamiento.

—No te vuelvas a acercar a mi esposa — dijo Santiago, después de golpearlo y se acercó a Sofía para abrazarla.

Leandro lo miró y se limpió la sangre que derramaba su boca a causa del golpe.

—¿Qué pasa, Santiago? ¿Te aburriste de tu sirena y ahora pretendes ser un buen esposo? —insultó Leandro.

Santiago lo miro y colocó a Sofía detrás suyo y se quitó el saco el cual entrego a Sofia y comenzó a remangar su camisa.

Al verlo Leandro sonrió y procedió con lo mismo, si deseaba pelear no se detendría.

Sofía sujeto a Santiago del brazo y lo miró en negativa. Él pensó en asentir, llevarse a Sofía de ahí era su principal objetivo, pero la siguiente frase hizo que su sangre hirviera.

—Vamos, Santiago, no me digas que te enamoraste de ella. Es una lástima que no te corresponda… jajá.

Santiago no lo pensó dos veces y se abalanzó sobre él y lo golpeó, sin embargo, debido a su lesión pronto Leandro logró derribarlo.

—¡Suéltalo! —gritó Sofía aterrorizada al ver a Santiago sangrar bajo Leandro.

Leandro desde el principio tenía la intención de provocar a Santiago y ver hacia donde se inclinaba el corazón de Sofía por lo que al oír su voz y preocupación hacia otra persona supo que perdió una batalla.




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