La Primera Dama

2

Los primeros seis años en la ciudad los pasé en casa de mi tío, cuidando la casa y aprendiendo a leer y escribir. Pero a diferencia de lo que yo había pensado, él no me dejó salir a buscar empleo nunca. No sé si tenía miedo a que algo malo me sucediera, o a que alguien intentara explotarme, lo único que sé es que me sentía frustrada de no contribuir de manera económica a nuestro hogar. Mi tío siempre dijo que él era capaz de mantenernos a los dos con su pensión y que mientras él viviera no me iba a faltar nada.

—Pero un día morirás—le dije en una ocasión.

Él me miró con expresión grave, se acercó a mí y se sentó a mi lado en la mesa.

—Lo sé hija—respondió serio—, este viejo está cada vez más cerca de la tumba, pero antes de llegar ahí me aseguraré de que puedas salir adelante tú sola.

— ¿Cómo si no me dejas buscar empleo?—lo enfrenté.

— ¡Oh, mi niña!—exclamó con ternura—. Aún eres muy inocente para esta ciudad, y eres muy miope para darte cuenta del potencial que tienes. No puedes desperdiciarlo limpiando casas ajenas o embolsando la despensa de otros en el supermercado.

—Tío, deliras ya—argumenté—. No hay ningún potencial oculto en mi persona. Mi padre siempre nos dijo que nosotros debíamos conformarnos con hacer los mejores collares de toda la comarca, para luego venderlos a buen precio.

Mi tío sonrió con esa misteriosa sonrisa suya que últimamente tenía en su rostro. Tomó mi mano y la acarició.

—Pero tú nunca le creíste ¿o sí?—preguntó.

Admito que las ideas de mi padre siempre fueron muy distintas a las mías. Creo que los dos éramos muy diferentes. Él era del tipo cuadrado y conservador, pero yo siempre fui más parecida a lo circular. Me encantaba soñar y crear nuevas cosas. Yo era más parecida a mi madre; siempre me pregunté cuál había sido la razón por la que ellos dos terminaron casándose, ambos eran completamente opuestos. Un día se lo pregunté y ella me contestó que mi padre siempre necesitó a una mujer alocada y soñadora a su lado y ella a un hombre serio y tranquilo, pues así se complementaban. Además, mi padre la había enamorado con su actitud revolucionaria, él siempre luchó por defender los derechos de los demás y nunca se calló cuando otros lo hacían. Ésa era la parte que más me agradaba de él y la que siempre intenté copiarle. Pero nunca quise ser igual de cuadrada que él, ese aspecto quise tomarlo de mi madre, así que en realidad nunca estuve de acuerdo en que mi vida se limitaría a sólo vender collares por siempre, pero después de ver tantas injusticias hacia mi gente, comencé a creerlo.

—No lo sé—contesté—, tal vez en ocasiones lo creí.

— ¿De verdad?—preguntó suspicaz.

—Bueno… quiero decir que nunca me conformé con esa idea.

—Lo sé, lo sé—dijo y palmeó mi hombro en repetidas ocasiones.

Mi tío se levantó de la silla y se alejó hacia su habitación. El resto de la tarde me la pasé pensando en nuestra breve conversación. Concluí que él tenía razón, no me gustaría trabajar siempre como sirvienta o algo parecido. No porque fuera malo ser sirvienta, pero yo quería algo más para mi vida, algo que de verdad me llenara de satisfacción. Aún no tenía idea de qué podría ser aquello que me llenara por completo, pero intentaría descubrirlo.

Al día siguiente me levanté temprano y desperté a mi tío. Fui a sentarme a los pies de su cama y él se incorporó amodorrado.

— ¿Qué pasa hija?—preguntó.

—Enséñame más tío—pedí—. Ya sé leer y escribir, pero me falta aprender mucho más, eso ya no es suficiente para mí.

Yuusavi sonrió de nuevo muy misterioso y asintió con la cabeza. Ese día me llevó a la biblioteca y me ayudó a sacar una credencial para poder llevarme libros a casa. Llevamos a Luis Gonzales y su “Viaje por la historia de México” también algo de la Expropiación petrolera y muchos otros que hablaban sobre el descubrimiento de América.

—Primero que nada—me instruía Yuusavi—, debes conocer todo sobre tus orígenes. Debes saber de dónde vienes, para saber a dónde vas. Conocer la historia de tu país te ayudará a comprenderte a ti misma.




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