Más rápido de lo que me hubiese imaginado, el lunes llegó, con todo y mi nuevo empleo. Me desperté a las seis de la mañana para dejar todo listo antes de irme, preparé el desayuno para mí y para mi tío, limpié mi habitación y me di una rápida ducha. Al fin y al cabo, me interesaba dar una buena primera imagen.
Respiré el fresco de la mañana y cerré la puerta a mis espaldas. Mi tío ni siquiera se levantó para despedirme. Cuando pasé por delante de su habitación escuché sonoros ronquidos detrás de su puerta, no quise molestarlo y me fui sin hacer ningún ruido para que continuara durmiendo.
Las oficinas gubernamentales no estaban muy lejos de nuestro hogar, llegué ahí en veinte minutos, incluso arribé diez minutos antes de las ocho, algo que me sirvió para demostrar que soy una joven puntual y eficiente. Me acerqué hasta el mostrador de la recepcionista para preguntar dónde debía presentarme. La señorita me miró de arriba abajo con una mirada crítica y casi superior, pero si pensó en hacer un comentario desagradable mejor se lo guardó.
—Sube las escaleras, hasta el tercer piso—me indicó—. Pregunta por el licenciado Ramírez.
— ¿No funciona el elevador? —pregunté.
—Oh, lo siento—dijo, en una clara mentira—, no pensé que supieras usarlo.
A este tipo de cosas ya me había acostumbrado después de años de vivir en esta ciudad, pero eso no significaba que agachara la cabeza cada vez que alguien me trataba así.
—Ah, no te preocupes—contesté con una sonrisa—, sé usar el elevador tanto como tú el Botox.
Me di media vuelta y caminé hacia el elevador. Desde lejos estudiaba el cubículo y me preguntaba cómo rayos funcionaba esa cosa, la verdad es que jamás había usado ninguno, pero no iba a permitir que esta recepcionista tonta me menospreciara. Daba pasos seguros y resonantes, cuando llegué y vi dos botones con flechas al lado de las puertas, presioné la flecha que apuntaba hacia arriba. Si yo quería ir hacia arriba, pensé que eso sería lo más lógico. Aguardé unos angustiosos segundos en los que pensé que me había equivocado al presionar el botón de “arriba”, pero después sonó un “tin” y las puertas se abrieron para darme paso. Entré y volví a estudiar la gran cantidad de botones que había adentro. De nuevo me dejé guiar por mi instinto y por lo que había visto en las películas también y presioné el número tres, eso significaba el tercer piso ¿verdad? Ya no había tiempo de arrepentirme, sólo me quedaba esperar que hubiera acertado. Levanté la vista y la fijé en la recepcionista, ella me miraba con intenso odio desde su escritorio, y no era para menos. Mi comentario había dado en el blanco de su orgullo y ahora me había ganado una enemiga. Genial, estoy empezando muy bien este empleo.
Le devolví la misma mirada fiera e incluso levanté un poco más la barbilla para hacerle saber que nunca me dejaría de ella ni de nadie. Mantuve la misma mirada hasta que para mi alivio las puertas de elevador se cerraron y comenzó a moverse hacia arriba. Solté un profundo suspiro de alivio cuando las puertas me ocultaron de su vista. No supe cómo fue que pude atinarle a usar el elevador, pero fue una oportuna suerte.
Mientras el elevador subía y subía, yo miraba mi reflejo en el reluciente metal del que estaba hecho. Tenía algunas partes desiguales que me hacían verme graciosa; si doblaba las rodillas un poco, mi reflejo se veía mucho más enanito de lo que en verdad era, y eso me causaba mucha gracia. Me entretuve jugando con eso hasta que el elevador se detuvo y abrió sus puertas.
Ante mí se presentó un verdadero enjambre de trabajadores corriendo de aquí para allá. Llevaban papeles en las manos y se los pasaban entre sí, otros se veían muy ocupados respondiendo llamadas telefónicas. Casi nadie notó mi presencia, al menos no más de lo que implica saber que hay algo en tu camino con lo que puedas chocar y lo evitas. Era raro ver a una persona que no estuviera involucrada en algo con apariencia de importante, sin embargo, a una de esas personas debía preguntarle la ubicación del licenciado Ramírez si de verdad quería encontrarlo.
Escanee todos los rostros que alcanzaba a ver para decidirme a quién preguntarle. Debía ser una persona que se viera un poco más amable que las demás, una que no se irritara por una simple pregunta, una que no me hiciera enojar con algún comentario desagradable. Era difícil encontrar a alguien así, todos se veían malhumorados y atareados, al final me decidí por una chica que se veía un poco menos ocupada que los demás. Cargaba una charola con seis vasos de café y miraba algo en su teléfono mientras caminaba.
—Disculpa—le dije tomándola de un brazo para detenerla.