Con los rayos matutinos del sol iluminando su rostro y el viento agitando su cabello cual oleaje en mar bravío, el jinete se sentía totalmente extasiado con aquel paisaje que se abría paso ante sus ojos. Había decidido no acompañar a la comitiva en el carruaje que se dirigía a la casa del general de Villa Torrente, solicitando en la noche previa al viaje a su sirviente de confianza que alistara un buen caballo, ya que no podía llevar a su favorito Torpedo porque este se estaba recuperando de una lesión. Sabía que el viaje era largo, pero su espíritu libre y aventurero no toleraba las ataduras que implicaban ciertos protocolos. Su padre enfurecería al saber que se arriesgaba de esa manera, al irse solo dejando a la comitiva adelantarse, pero sabía también que para él no sería de extrañar ese comportamiento rebelde que lo caracterizaba desde niño y que lo conducía siempre como el cauce de un río a la inmensa voluntad del mar.
Felipe Torrealba solo se hizo una pregunta: ¿Para qué ir en una jaula cuando podía volar?, y de hecho no se arrepentía en lo más mínimo, ya que estaba disfrutando la vista y el recuerdo de aquellas tierras que habían sido su cuna y jardín de juegos en la niñez, hasta que su madre falleció y su padre decidió enviarlo a Villa Flor con la tía Gertrudis y su esposo. En el camino, se detuvo en diferentes parajes para contemplar la belleza del paisaje, esculcar en el baúl de su mente los momentos de la infancia y respirar el aire que ahora alimentaría sus pulmones, ya que había decidido quedarse una buena temporada, noticia que no le sería muy grata a su progenitor pero que finalmente terminaría aceptando.
En medio de sus cavilaciones, Felipe se percató de que debía retomar el camino para no quedar tan distante de la comitiva y llegar a la par con el grupo a la casa del general, evitando así mayores disgustos. Ensilló de nuevo su caballo, lo montó y retomó la ruta hacia su destino. Sin embargo, a cierto trayecto se dio cuenta de que no estaba solo, su sentido auditivo era tan agudo que le permitió detectar otro galope a la par con el suyo.
Por un momento, se sintió atemorizado ante la posibilidad de que se cumplieran las advertencias de la comitiva y que su necedad lo condujera cual ratón a la trampa. De ser así, se encontraba en total desventaja, ya que además de estar solo no llevaba ningún arma consigo. Sería el motín perfecto para aquellos enemigos que como hienas hambrientas buscaban vengarse del general Torrealba, aunque él desconociera los motivos por los cuales su padre podría ser odiado.
Sin pensarlo más, Felipe decidió detener su caballo de manera abrupta esperando el inevitable alcance de quien lo seguía. Para su sorpresa, el otro galope también se detuvo y no apareció a su vista el misterioso jinete. Intrigado, decidió llevar su caballo a paso lento descubriendo que quien lo seguía, hacía lo mismo con su animal y que pretendía confundirlo al hacer que los dos caballos siguieran el mismo compás. Tenía que reconocer que se enfrentaba a un jinete muy entrenado, lo cual inexplicablemente le entusiasmó y avivó su deseo de descubrirlo. Se distrajo tanto con este pensamiento, que el disparo que retumbó en el aire lo tomó por sorpresa, terminando en el suelo por la reacción de susto de su caballo, el cual, a diferencia de Torpedo, no estaba acostumbrado a estos sonidos.
Cuando levantó la mirada, pudo ver frente de sí a un hermoso ejemplar equino, el cual con una pose victoriosa sostenía en su lomo a una figura pequeña y menuda. Felipe estaba incrédulo ante la escena, ya que no imaginaba como un jinete de ese tamaño podía controlar con tanta destreza a un caballo. El jinete llevaba el rostro totalmente cubierto dejando solo a la vista de Felipe aquella mirada de desprecio que se posó sobre él, hasta que un galope acercándose hizo que emprendiera la huida. Su sorpresa fue aún mayor, al ver la agilidad con la cual desapareció entre los árboles, por un atajo que ni él mismo conocía a pesar de haber explorado tanto esas tierras en su infancia.
El soldado encargado de su seguridad quedó asombrado al verlo en el suelo sabiendo de su habilidad con los caballos y no se atrevió a preguntarle qué había sucedido, solo se limitó a ayudarlo a levantarse. Felipe lo miró con algo de molestia, por haber interrumpido su juego con el jinete misterioso.
-Aquileo, ¿Por qué disparaste? -preguntó finalmente sin contenerse.
El soldado titubeó para dar su respuesta.
-La comitiva me envió para asegurarse que estuviera bien, ya vamos llegando a la casa del general y usted no daba señas de aparecer. Lamento si le cause inconvenientes con el disparo, no era mi intención, solo quería hacerle saber que me acercaba, y de paso ahuyentar cualquier amenaza. Lo lamento mucho-finalizó el soldado inclinando la cabeza con sincero arrepentimiento. No se habría perdonado si el hijo del general que siempre había sido tan generoso con él, se hubiese lastimado por su culpa.
-Ya no importa-dijo Felipe para aplacar el sentimiento de culpa de Aquileo-Monta tu caballo y apresuremos el paso, no quiero causarle más disgustos a la comitiva y menos a mi padre.
A la par que Felipe y Aquileo abandonaban el lugar del incidente, el jinete misterioso llegaba como un remolino con una furia creciente, al punto de encuentro que había dispuesto con sus secuaces. De un salto bajó de su caballo y comenzó a gritar en medio del grupo, expulsando su frustración como un volcán en erupción cuando lanza su lava despiadadamente.
- Pero ¿cómo es posible?, se suponía que la comitiva venía sola, podíamos hacer la emboscada sin ningún problema y mandarle un mensaje de advertencia al general y de paso al gobernador de Villa Torrente. Pero no, apareció ese hombre, que al parecer estaba cuidándole la espalda a ese grupo de hampones y luego llegó otro a unírsele. A este paso, no lograremos nuestro propósito-gritó con desesperación mientras se quitaba la tela que cubría su rostro, lanzándola al suelo y pisoteándola un par de veces.