Felipe entró a la caballeriza corriendo alocado como un chiquillo. Abrazó a Torpedo y lo examinó minuciosamente para asegurarse que estuviera bien. Pidió que le dieran comida y agua a su caballo, mientras él se bañaba, cambiaba sus ropas y tomaba un buen desayuno. Con el ánimo renovado, arrancó con Torpedo totalmente emocionado de recorrer aquellas montañas sobre su lomo. Hizo varias paradas para mostrarle al caballo los diferentes parajes de Villa Torrente, explicándole que había en cada uno de ellos. Cuando estuvo cerca de la entrada al atajo que llevaba al riachuelo tuvo la intención de seguir hasta allí, pero al recordar la pesadilla de las últimas noches, desistió como si se tratara de algo premonitorio que le advirtiera de un peligro sobre su vida.
Dio giro a su caballo y se dispuso a regresar a su casa, pero se detuvo al escuchar entre los árboles unas voces. Extrañado, se quedó esperando sin hacer el menor ruido a que aparecieran en el camino las personas que estaban ocultas allí. Las voces se acercaron más, hasta que sorpresivamente apareció la primera dama de Villa Torrente con Sebastián, el sirviente de su familia. El rostro de Angélica palideció ante la presencia de Felipe y Sebastián adoptando su pose inclinada, se mostró avergonzado.
-Señor Felipe, me disculpo por mi demora-se apresuró a decir Sebastián-salí a comprar unos ingredientes para la cena de esta noche, pero me encontré en el camino con la señora Angélica. Ella quería dar un paseo y como entenderá, no quise dejarla sola y me ofrecí a acompañarla, pero ya me despido y voy hacia su casa.
Felipe observó a Angélica con su vestido anticuado y su pose sumisa, visiblemente apenada de haber sido descubierta. Recordando los comentarios de su madrastra, le sorprendía verla fuera de su casa y más aún con Sebastián. Inexplicablemente para él, sintió algo de molestia e incomodidad al imaginar a los dos personajes en una situación lujuriosa, tal vez la primera dama no era aquel ángel que el gobernador Gerardo Marroquín creía y aprovechaba la ausencia de su esposo para darse algunos gustos extramatrimoniales.
-Señora de Marroquín, si gusta la puedo llevar a su casa. En mi caballo será más rápido que caminando-propuso Felipe acentuando aún más el tono de su voz al pronunciar el apellido de su esposo.
-No-dijo Angélica sin levantar la mirada- agradezco su ofrecimiento, pero no soy capaz de montarme en un caballo, me da mucho miedo. Prefiero caminar, puede llevar a su sirviente consigo y me disculpo por el atrevimiento de haberlo ocupado en mi compañía.
-Además, no es conveniente que la señora Angélica llegue a su casa con usted y en su caballo-intervino Sebastián-eso se prestaría para malos comentarios, y la verdad acudiendo a su complicidad, le solicito el favor de no delatarla. Ella salió a escondidas y su esposo no puede saber que ha estado fuera de casa.
Felipe comprendió la situación que manifestaba Sebastián, sin dejar de sentirse molesto por la escena y sintió compasión por Angélica, era evidente que le tenía temor a su esposo y su carácter sumiso no le permitiría soltarse de ese yugo. Sin embargo, él no podía intervenir en ese asunto, ya que ella era la esposa del gobernador.
-Sebastián, acompáñala hasta donde consideres prudente y asegúrate de que llegue bien a su casa-ordenó Felipe-dame los ingredientes que compraste para la cena que yo los llevo.
Felipe giró con su caballo y arrancó a todo galope preguntándose porque sentía que se le oprimía el corazón y que una llamarada caliente invadía su cuerpo, ¿acaso estaba celoso?
Mientras tanto, la primera dama agradecía a Sebastián por haberle pedido a Felipe que guardara el secreto de su salida. Tendría que ser más cuidadosa para no volver a ser descubierta por alguien más en una situación comprometedora.