Paloma envuelta de dicha por la victoria, había decidido quedarse un poco más en la montaña, disfrutando de la tranquilidad que le daba aquel lugar. Le había pedido a uno de sus secuaces que llevara su caballo al escondite donde siempre lo dejaba oculto, así que subiría la montaña a pie, pero antes se organizaría para llegar a su casa. Se disponía a cambiarse de ropa cuando escuchó el relinchar de un caballo que se acercaba velozmente. Intentó esconderse, pero no tuvo tiempo de reaccionar, el animal apareció repentinamente frente a ella haciéndole perder el equilibrio hasta caer de espalda sobre la hierba.
Torpedo levantaba sus patas delanteras de manera impetuosa y descontrolada, descargándolas contra el suelo repetidamente y poniendo a Paloma en una situación difícil que le obligaba a esquivar cada golpe del animal. En medio del ajetreo reconoció que era el caballo de Felipe, pero no llevaba montura, lo cual le pareció muy extraño y sospechó que aquel animal tan imponente hubiese sido enviado a propósito para atacarla.
Se sentía atemorizada ante la posibilidad de ser golpeada por el caballo, lo cual la llevó a impulsarse varias veces hacia atrás hasta que terminó cayendo en el riachuelo. Sin embargo, su solución no había sido tan acertada, ya que había escapado de las patas de Torpedo, pero ignorando momentáneamente que no sabía nadar por su desesperación de escapar del animal, ahora estaba comenzando a ahogarse. Paloma levantaba sus brazos desesperadamente intentando no hundirse, pero su cuerpo descendía y cada vez tragaba más agua.
Sintió que ese era su final y que había sido derrotada de la manera más absurda, en ese momento junto con su cuerpo se hundían sus esperanzas y las de todos aquellos que confiaban en ella. Sin embargo, recobró el alivio cuando Torpedo comenzó a acercarle su pata como apoyo para que se sostuviera y pudiera salir. Ella no desaprovechó el ofrecimiento del animal y con toda su fuerza se aferró a la pata del equino, mientras el retrocedía para lograr sacarla del agua.
Ya sobre la hierba, Paloma tomó un descanso recobrando el aliento mientras observaba a Torpedo beber agua del riachuelo tranquilamente. Se levantó, escurrió sus ropas lo mejor que pudo, cubrió nuevamente su rostro y se acercó con cautela al animal, comenzó a acariciarlo con suavidad y acercó la cabeza a su hocico en un gesto de gratitud.
-Gracias, me has metido un gran susto, pero también me has salvado la vida-le dijo Paloma sin dejar de acariciar su cuello-eres un animal muy hermoso, bravío e imponente.
De pronto, Paloma sintió un deseo incontrolable de montar en el lomo de Torpedo. Su corazón ardía de la emoción que repentinamente había despertado en ella ese animal. Se paró frente a el, manteniendo el contacto visual e inclinándose poco a poco hacia el suelo, seguida sorpresivamente por Torpedo en sus movimientos. Cuando el animal estuvo casi acostado sobre el césped, Paloma sin dejar de acariciarlo se preparó para subir sobre su lomo, con un nerviosismo latente ante la idea de ser arrojada al suelo. Tomó aire e impulso y se subió con suavidad sobre Torpedo, luego tomándolo de la crin y dándole un pequeño puntapié en el costado, logró que se pusiera de pie. Estaba tan entusiasmada de haberlo logrado, que no se percató de la llegada de Felipe con Aquileo.
Cuando Felipe vio a Paloma sobre Torpedo con tanta naturalidad y empatía, sintió que una furia creciente lo consumía por dentro, recordando a la vez la pesadilla que había tenido durante varias noches y sintiendo un dolor punzante en su pecho por la traición del animal. Normalmente no era un hombre que se dejara llevar por sus enojos, pero en esta ocasión sentía que iba a estallar de ira y que Paloma pagaría muy caro su atrevimiento. Felipe y Aquileo descendieron del caballo, pero con lo que no contaba el soldado era con que Felipe sacara un arma y amenazara a Paloma. Jamás lo había visto tan furioso, era una novedad para él que el joven Felipe actuara de esa manera tan impulsiva e irracional.
- ¡Bájate de mi caballo!, eres una atrevida, no tienes ningún derecho a montarlo, acabas de sobrepasar mis límites-le gritó a Paloma sin dejar de apuntarle con su arma y con la mirada totalmente transformada como si un demonio hubiese hecho posesión de su cuerpo.
Aunque Paloma quedó sorprendida ante la reacción de Felipe, no estaba dispuesta a ceder, ella era una mujer decidida y voluntariosa que no se dejaba amedrentar tan fácil y menos le permitiría ese placer a Felipe por más furioso que estuviera. Se inclinó sobre Torpedo y sosteniéndose fuertemente de su crin, le dio la orden de correr.
-Si quieres tu caballo tienes que alcanzarme-gritó Paloma retándolo mientras arrancaba a todo galope con Torpedo-este animal es una belleza y no voy a perderme el gusto de montarlo.
Ante la provocación, retumbó el sonido de un disparo. Paloma por un momento pensó que esa bala había dado en su cuerpo como blanco, pero al no sentirse herida continuó su camino pensando que tal vez se había excedido al desafiarlo. Aquileo no podía reaccionar y manteniéndose inmóvil observaba a Felipe ir detrás de Paloma en una carrera que parecía conducir a la muerte. Felipe hacía todo su esfuerzo para alcanzar al traidor y a la jinete que lo guiaba, los dos pagarían sin importar las consecuencias, pero Torpedo era inalcanzable, su velocidad solo era comparable con la del caballo de Paloma.
Tras una extendida carrera, Paloma decidió detenerse con Torpedo. Descendió de su lomo y esperó a que Felipe llegara a su alcance. Felipe llegó con la misma furia que se había desatado dentro de sí en el riachuelo y bajó del caballo con toda la intención de atacar a Paloma, pero Torpedo se interpuso de manera desafiante ante su amo. Felipe no podía creerlo, acaso ¿esa aura de fuego que veía en su pesadilla le advertía que Paloma era una bruja?, se preguntaba que le había hecho a su caballo para someterlo a su voluntad de esa manera. Paloma acarició a Torpedo, nuevamente agradecida.