El gobernador esperaba con ansias que el hombre que había enviado para que siguiera al hijo del general lograra conseguirle información que le fuera útil. Ya cansado de la intromisión del joven Torrealba en sus asuntos y de su falta de resultados en la misión que se le había encomendado, se decidió a lograr por cuenta propia atrapar a su enemiga. Sabía con certeza que Felipe estaba enamorado de Paloma, pero quería confirmar si ella le correspondía al punto de mantener un romance secreto mientras fingían una rivalidad inexistente. Su intuición le llevaba a pensar que Felipe y Paloma tenían algún tipo de contacto y a pesar de los celos y la ira que le despertaba el imaginar esa situación, no podía desaprovechar la oportunidad de encontrar a Paloma guiado por el propio Felipe Torrealba.
El relincho de un caballo en la puerta de su casa y los gritos de sus sirvientes, lo sacaron súbitamente de sus pensamientos. Se acercó a la puerta intrigado por el bullicio, encontrando con sorpresa que el hombre que había enviado tras los pasos de Felipe acababa de llegar con toda la camisa ensangrentada. El gobernador ordenó a sus sirvientes que lo ayudaran y atendieran, pidiendo a uno de ellos que fuera con urgencia por el médico del pueblo. El hombre agitado se esforzó por recuperar la normalidad de su respiración para poder contarle al gobernador lo sucedido.
- ¡He matado a Paloma! -le dijo con la satisfacción de haber logrado mucho más de lo encomendado.
En ese momento, el silencio se hizo presente en la casa. Los sirvientes quedaron perplejos al escuchar aquellas palabras, dibujando en sus rostros un semblante de pesadumbre y desolación. La sirvienta personal de Angélica comprendió de inmediato la gravedad de la situación, pero sabía que tendría que actuar de acuerdo a las órdenes dadas por Angélica y Sebastián sin levantar sospechas sobre la verdadera relación entre Paloma y la primera dama de Villa Torrente. Además, tenía que asegurarse de la veracidad de la noticia antes de tomar alguna decisión, aunque rogaba que Angélica aún estuviera con vida, no consideraba justo para su edad el tener que soportar el dolor de su pérdida, le había tomado demasiado cariño, al punto de convertirse en su única cómplice dentro de esa casa. A pesar de la incertidumbre, tendría que esperar a que Sebastián de algún modo se comunicara con ella.
Entretanto, el gobernador quedó momentáneamente sin habla mientras asimilaba la noticia recibida y luego explotó en una risa eufórica, levantó los brazos en señal de agradecimiento y solicitó la mejor atención para el hombre que lo acababa de librar de su peor pesadilla, advirtiéndole que tendría que contarle una y otra vez con detalle todo lo ocurrido.
Les pidió a sus sirvientes que organizaran todo para una gran celebración, sentía que se merecía ese grandioso momento luego de todos los malos ratos que Paloma le había hecho pasar. En cuanto a Felipe, la venganza ya estaba hecha, no faltaría mucho tiempo para sacarlo a él junto con su familia de la casa Torrealba, realmente disfrutaría el verlo humillado y arruinado. Sin más, abrió la primera botella de licor y comenzó a beber sintiendo como cada sorbo calentaba su cuerpo de una forma placentera y sublime.
Por su parte, Felipe y Sebastián habían logrado llevar a Paloma a un lugar seguro. Sebastián se quedó cuidándola mientras Felipe iba en busca de Aquileo, quien tenía conocimientos de medicina y, además, en correspondencia a su amistad guardaría el secreto. Luego de haberlo encontrado, solicitó al soldado que se dirigiera con premura al lugar indicado, asegurándose que nadie lo siguiera y manteniendo total prudencia sobre el asunto. Aquileo dispuso su camino tomando todas las precauciones necesarias, mientras Felipe se preparaba para descubrir quien le había disparado a Paloma y para dar la noticia oficial de su fallecimiento.
Llegó a la casa Torrealba cabizbajo y con un semblante de tristeza y desolación que su padre no pudo comprender, sin embargo, el general tampoco consideró prudente preguntarle en ese momento el motivo que opacaba su ánimo. Se bañó, cambió sus ropas y se dirigió a la casa del gobernador decidido a darle la noticia, sabiendo de antemano cuanto le alegraría la muerte de Paloma. Su padre se ofreció a acompañarlo, Felipe accedió sin ninguna resistencia, manteniéndose callado durante el camino ante la mirada inquieta y preocupada de su progenitor.
Al llegar cerca a la casa del gobernador, el general y su hijo escucharon desde su carruaje la algarabía presente dentro del lugar. Cruzaron miradas intrigados ante el motivo de celebración, aunque Felipe intuyó que de algún modo Gerardo Marroquín ya se había enterado de la noticia que él mismo en persona iba a darle. Felipe ingresó con su padre a la casa, encontrando al gobernador bailando y gritando con una botella de licor en su mano, rodeado de mujeres y con una expresión de alegría propia de la victoria conseguida. Su mirada descubrió en la sala al hombre que le había disparado a Paloma, el cual ya había sido atendido por el médico y departía con el gobernador y sus invitados incluso sin importarle el estar exhibiendo sus vendajes. Comprobó que la herida causada por el disparo de Sebastián no había sido grave, pero por lo menos lo había alejado del lugar haciéndole creer en el éxito rotundo de su misión. Ahora comprendía todo lo sucedido, lamentablemente se había confiado y sin quererlo terminó siendo el guía perfecto para que el principal enemigo de Paloma pudiese llegar a ella.
Felipe no dejaba de observar al atacante de su jinete con desprecio, viendo como este le correspondía con un ademán de brindis y una risa burlona. Tuvo que contener su deseo de golpearlo hasta la muerte para no estropear lo planeado con Sebastián, ya había sido suficiente con haber guiado en contra de su voluntad a ese hombre hacia el paradero de Paloma, poniendo su vida en peligro. Su sentimiento de culpa le facilitó el actuar con prudencia, dirigiéndose al gobernador con la actitud propia del asunto que implicaba su visita.