Los días siguientes llegaron a Villa Torrente cargados de desilusión y desesperanza. La mayoría de habitantes de la región optaron por asumir una posición sumisa y resignada ante los designios del gobernador que ahora dominaba toda la región sin que nada ni nadie se le opusiera. Los desalojos seguían en compañía del general Torrealba y sus soldados, incrementando la fortuna de aquel tirano y sumando pobreza en cada rincón de Villa Torrente. Las familias se lanzaban suplicantes a los pies del gobernador rogándole que tuviese compasión y no los dejara en la calle, algunos hasta le decían que Dios lo compensaría por su misericordia. El gobernador solo les respondía con burla pavoneándose frente a sus nuevas propiedades. Ante su falta de compasión y bondad muchos de los desalojados lo insultaban y maldecían, pero uno en especial había opacado su momento de gloria al decirle que algún día alguien le haría pagar por sus maldades.
- ¿Te refieres a la palomita? -le preguntaba al atrevido mientras lo sostenía con sus dos manos de la camisa y le recriminaba con furia por su comentario-mira lo que le pasó por desafiarme, ni siquiera regresando desde el mismísimo infierno ella podría derrotarme. Toda Villa Torrente me pertenece y nadie podrá cambiar eso.
Luego lo tiró en el suelo como si fuera un desecho, retomó su tranquilidad y continuó deleitándose ante el dolor de todos los presentes.
Tras de estos hechos, la subsistencia seguía haciéndose insoportable, mientras que el gobernador continuaba despilfarrando en sus lujos y diversiones todo el dinero que no le pertenecía, pero que en su poder ahora representaba la miseria de Villa Torrente. Felipe Torrealba y su padre sentían que ya no podían soportar más la situación, pero sabían que no podían adelantar lo planeado hasta que Paloma estuviese totalmente recuperada y lista para la batalla. Además, era su derecho estar al frente de esa lucha, ella más que nadie se merecía enfrentar al gobernador y tener la satisfacción de verlo derrotado por su propia mano. Sebastián ya les había confirmado lo que seguiría, así que solo debían tener un poco de paciencia.
Por su parte, un grupo de personas había decidido irse de Villa Torrente, algunos habían sido acogidos en las casas de los vecinos que aún no eran sentenciados por el gobernador pero que no tardarían en ser desalojados también y otros se habían refugiado en los rincones que encontraban más acogedores dentro de las calles. Con semblantes cargados de tristeza y las manos vacías se preparaban para despedirse de la tierra que los había acogido por tantos años, no veían otra opción más que emigrar hacia otros horizontes dejando en el abandono todo lo construido con esfuerzo y que el gobernador había tomado como parte de sus arcas. Ya habían armado sus equipajes con lo poco que podrían llevar a su nuevo destino y en la mañana siguiente iniciarían una larga procesión hacia lo incierto. Definitivamente, con la muerte de Paloma se habían esfumado las esperanzas de una vida tranquila y próspera en Villa Torrente.
Entretanto, el gobernador había ordenado preparar todo para un nuevo festín, celebraría esa noche sus nuevas posesiones y aprovecharía para divertirse con algunas jovencitas a quienes compensaría muy bien si se portaban a la altura de sus peticiones. Curiosamente para él, el general Torrealba había accedido a acompañarlo y contaría además con la presencia de Isabel Moncada, una de las bellezas más apetecidas de la región y con quien seguramente se deleitaría esa noche. Al parecer aquella jovencita que ya lo había rechazado en una ocasión, había comprendido que un hombre como el que la había defendido en la puerta de su casa no era suficiente para complacer a una mujer tan bella. Isabel Moncada aceptó de manera entusiasta su invitación a la celebración que tendría en su casa, lo cual ya era un adelanto de lo bien que la pasaría esa noche.
Mientras el gobernador deleitaba su imaginación, Paloma estaba inquieta observando como el sol despedía el atardecer y daba paso a una nueva velada nocturna donde la luna se impondría serena y luminosa. Sentado a su lado, Sebastián sostenía su mano con la confianza de que al día siguiente todo terminaría y que la justicia se pasearía victoriosa por Villa Torrente. Si todo salía como lo habían planeado, esa sería la última noche de excesos del gobernador, el último festejo que tendría. Le habían permitido la continuidad de sus abusos para que se sintiera inquebrantable y no sospechara en lo más mínimo de lo que le esperaba, pero su fin estaba cerca. Paloma miró a su fiel amigo con complicidad y agradecimiento y juntos en un gesto de asentimiento se pusieron de pie con la disposición de preparar todo para la mañana siguiente.