Paloma había llegado a su tierra ilusionada con recuperar la casa que era de su familia y en la cual había crecido feliz guiada por la sabiduría y enseñanzas de su padre. Sabía que no era una tarea fácil convencer a sus actuales dueños de venderla porque era un patrimonio muy valioso no solo por su valor monetario sino por el estatus que representaba dentro de esa región. La casa Montemayor siempre había sobresalido entre sus vecinos por su arquitectura y belleza, su padre se había esmerado en cumplir a cabalidad los deseos de su esposa quien deseaba que su hogar tuviese tal calidez y fuese tan acogedor que allí solo hubiese lugar para el amor y la numerosa familia que habían planeado tener.
Paloma recordaba como en algunas de sus conversaciones en la sala al calor de la chimenea y de un buen café, su padre le contaba como su madre se había dedicado con esmero a la decoración de cada rincón, dejando una huella de sí misma en cada lugar de la casa. Lucia había significado demasiado para el general Montemayor, al punto que en sus momentos más nostálgicos él recorría toda la casa buscando aún algo de su aroma y de su recuerdo, queriendo encontrar aquello que había logrado sobrevivir a su ausencia.
Ahora ella estaba ahí frente a la puerta de su casa, dispuesta a recuperar lo único que le quedaba de sus padres, lo que representaba toda la esencia de su ser. Tocó decidida a la puerta esperando impacientemente que alguien asomara. Una mujer de la servidumbre comedidamente atendió a su llamado invitándole a seguir a la sala, tras ella haberle manifestado el motivo de su visita.
Cuando los dueños de la casa bajaron a atenderla quedaron sorprendidos al reconocerla, aunque habían pasado más de dos años notaron de inmediato que la mujer que tenían al frente era la misma a quien el gobernador Gerardo Marroquín había abofeteado en su presencia. Sin embargo, pudieron percibir que de la sumisión de aquella chiquilla que había llorado en el suelo desconsolada ya no quedaba nada, esta mujer se mostraba totalmente decidida y sin la más mínima intención de bajar la cabeza ante nada.
Sin dejar de sentirse extrañados ante su presencia, la invitaron a sentarse en la sala.
-Señorita ¿Cuál es el motivo de su visita? ¿Y su esposo dónde está? -inquirió el señor Rodríguez sin disimular su incomodidad ante la presencia de Paloma. Su esposa, al contrario, tenía un semblante más amable.
-Sr. Rodríguez, mi esposo como le llama está en el lugar que le corresponde, ha sido detenido por sus actos indebidos, entre ellos el haber tomado posesión de mi fortuna sin tener ninguna potestad para hacerlo. Él no tenía ningún derecho para vender esta casa, así que vengo a recuperar lo que me pertenece.
El señor Rodríguez y su esposa cruzaron miradas sorprendidos ante las palabras de Paloma. Sin embargo, él se mostró rígido e inquebrantable.
-Lo siento señorita, no me interesa los problemas que haya tenido con su esposo, la realidad es que esta casa está a mi nombre y así seguirá siendo. Yo no hice nada ilegal, pagué un precio por esta propiedad, así que no puede sacarnos de aquí.
-No vengo a sacarlos a la calle, solo quiero comprar esta casa, significa demasiado para mí. Solo dígame el precio que debo pagar para que me la devuelva.
El señor Rodríguez se levantó de la sala y arqueando la ceja de una manera despectiva, dio la espalda y se dispuso a subir la escalera. Su esposa se mostró más comprensiva, lo siguió haciendo antes un ademán de disculpa ante Paloma.
-Señorita váyase de mi casa, no tiene nada más que hacer aquí, esta casa no está en venta-replicó el señor Rodríguez con tono autoritario y peyorativo.
Paloma se levantó inmediatamente de su asiento y le siguió hasta la escalera, se adelantó a su paso y confrontó su mirada sin ningún titubeo. No iba a tolerar la altanería de este hombre y tampoco iba a rendirse ante su propósito.
-Señor Rodríguez, le doy tres veces el valor que pagó por esta propiedad. Tiene dos días para desocupar y dejar todo tal cual estaba.
Él y su esposa solo se miraron sin atreverse a negarse ante semejante propuesta. Simplemente hicieron un gesto de asentimiento, ante lo cual Paloma se mostró satisfecha. Sebastián le había abonado el terreno estudiando al señor Rodríguez, anticipándole el temperamento que tenía y como lograría hacerle ceder para recuperar su casa sin importar el precio. Aunque era un hombre pudiente no le sentaba nada mal el negocio propuesto, más cuando su fuente de sustento estaba en riesgo por la entrada de nuevos comerciantes a la Rosana quienes causaban un peso relevante a los ingresos de su bolsillo, al punto que en el último año estos se habían reducido bastante.
Salió de la propiedad dando brincos de felicidad, ignorando que en ese momento era observada por Felipe, quien al verla tan feliz comprendió que había logrado recuperar la casa de su familia. Él había decidido seguir siendo paciente y esperar el momento adecuado para acercarse, por ahora la dejaría disfrutar esa alegría que invadía su corazón, ya que ella no merecía menos que sentirse así.
Dos días después, Paloma regresaba a su casa. Tal cual lo pactado, le entregó al señor Rodríguez el dinero acordado, firmaron los documentos correspondientes y se dispuso a tomar posesión de lo que nunca debió dejar de pertenecerle.
Recorrió en un santiamén la casa corriendo por cada uno de sus rincones y gritando de alegría. Aprovechó el resto del día para hacerle algunos arreglos y por la noche evocando las tertulias nocturnas con su padre se sentó en la sala a tomar un café y a leer uno de los libros que había en la biblioteca. Cuando ya se sintió cansada, se dispuso para subir a su habitación, aquella que la había acogido durante tantos años y que había sido decorada por su madre especialmente para ella. Era el único lugar de la casa al cual no había ingresado todavía, quería dejar ese reencuentro con su espacio más íntimo para el final.