La primera orden

2

A Brina le retumbaban los oídos. El infernal pitido le embotaba los demás sentidos, dejándola aislada con el recuerdo reciente del dolor más atroz que había sentido en su vida. Sus muñecas habían ardido como si hubiesen tocado hierro caliente y permanecido allí por horas. De manera increíble, ese espantoso dolor se había esfumado de un segundo para otro.

—¡Oye! —el ladrón del fragmento estaba justo frente a ella, gritando desesperado por su atención.

A Brina se le cruzó por la mente volver a golpearlo para que dejara de molestarla, pero el tipo era tan insistente que decidió reunir la poca concentración que tenía disponible y averiguar qué quería. Lo miró expectante.

—¿Acaso…? —el tipo boqueaba y eso le enervaba los nervios. No tenía tiempo para perder con un maldito ladrón.

Se encaminó hacia el bosque, pero en cuanto estuvo unos metros adelante el dolor de sus muñecas regresó y Brina gritó desconcertada por el repentino y feroz sufrimiento al que era expuesta. ¿Qué le sucedía y por qué razón? Intentó conectar los sucesos, a pesar de que la quemazón nublaba sus pensamientos. Se giró lentamente y notó que el sujeto la observaba, también sosteniendo sus muñecas, preso del dolor. Lo que fuera estuviera sucediendo, tenía que ver con el ladrón del fragmento.

Brina se acercó a él, experimentando un refrescante alivio con cada paso que daba. Lo tomó por el cuello de su túnica y lo levantó con brusquedad de movimiento. El hombre era mucho más grande que ella en tamaño y si fuera una mujer común y corriente, podría reducirla con un simple empujón. Pero ella no era como cualquier otra y él lo había comprobado pocos minutos atrás.

—¿Qué es lo que sucede? —preguntó directamente.

—¿Eres mujer? —fue lo que él contestó, pero lo hizo en forma de pregunta y eso le molestó aún más.

—¿No escuchaste lo que dije?

—¿Eres mujer? —insistió el maldito hombre.

Brina deseó golpearlo con todas sus fuerzas, pero algo en su interior la detuvo de hacerlo. Quizás, la respuesta obvia a su estúpida pregunta estaba ligada con la cuestión que ella planteaba. Quizás era un estúpido. Lo averiguaría pronto.

Lo soltó y se quitó la máscara de cuero y la capucha con un grácil movimiento. No era tan delicada como las jóvenes de su aldea, ni mucho menos tan fina como las niñitas de los reinos aledaños. Pero a pesar de los años de entrenamiento desgastante y constante exposición al clima extremo, mantenía los rasgos suaves de una mujer. El cabello no le llegaba a los hombros, sus labios eran pequeños, los ojos almendrados y nacarados y el rostro estaba moteado con algunas pecas. Era minúscula, pero vigorosa, su figura atlética lo evidenciaba.

—Ya tienes tu respuesta, ahora quiero la mía.

El hombre la miró con una mezcla de desesperación e intensidad, a la que ella no supo cómo reaccionar. ¿Qué se suponía que significaba? ¿Por qué no le decía nada? Brina sintió un estremecimiento trepar por sus piernas y extenderse por sus brazos, el mal augurio se alojaba en ella.

El sol estaba por ocultarse detrás de las montañas y el frío comenzaba a flagelar, a pesar de que hacía pocos minutos se habían abrasado de calor. En Apricity las temperaturas y cambios climáticos eran extremos en las zonas que no poseían los fragmentos de equilibrio, por eso era de vital importancia que ella regresara el que tenía en su poder lo antes posible. Pero primero tenía que resolver el asunto con ese hombre.

—Lo lamento —fue lo que él dijo y eso la desconcertó—. Es más, te compadezco, guerrera.

—¿De qué hablas? No te entiendo si no lo explicas.

—Creo que a partir de ahora no podrás apartarte de mí.

Brina no comprendía lo que decía, ¿y cómo esperaba que lo hiciera si le hablaba con acertijos más entreverados que las profecías Divinas?

—¿Es una maldición? —aventuró, sin seguridad alguna.

Para su desagrado, el hombre asintió. Ella se envaró, con más ira que nunca. ¡En qué problema se había metido!

—Creo que ese es el mejor término para describir la situación —le hablaba con voz lastimera y su postura se veía derrotada—. Algo que debes saber antes que nada, es que soy Leander, Rey de Themis. Sé que poco les importa a ustedes los nómadas el asunto de las monarquías, pero en este caso es vital que lo sepas…

—Al punto, Alteza —le cortó ella, empleando el título con sarcasmo.

Porque era verdad, a Brina le daba igual si el hombre era un soberano, podía perfectamente confundirlo como ladrón. A fin de cuentas, eso es lo que era.

—En mi Reino poseemos una Gracia Divina, aunque yo lo considero una maldición… Cuando un monarca es coronado, la primera Orden que da se cumple de manera infalible. No es mérito humano, sino Divino, así que no puede ser pasado por alto. ¿Entiendes lo que digo?

—Sí. Los reyes tienen la Gracia Divina en su primer mandato.

—Exacto —el rey se estrujó las manos con evidente nerviosismo, irritándola con su lentitud de palabras—. Yo di mi primera Orden hace diez años y hoy se cumple, contigo.

Su interior se apretó con el dolor de la intuición. Aunque Brina no sabía aún a qué se refería y por qué estaba ella involucrada en aquella Orden, entendió que su vida acababa de cambiar de manera indefectible. Si era por Gracia Divina, no había nada que pudiera hacer.




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