La primera orden

4

 

“Leander”

¿Qué acababa de hacer? Definitivamente, sus impulsos habían posesionado su cuerpo una vez más y había cometido la estupidez de llamar al rey de Themis por su nombre. No es que le importara qué jerarquía existía en las naciones; siendo nómada, era educada para responder solo al Creador y sus decretos. Además como domadora,  acataba los requisitos impuestos por los mentores, que eran domadores con más experiencia…

Y ellos siempre la reprendían por entrar en confianza demasiado pronto. El regaño era tan usual para Brina como respirar, ella se amigaba con cualquiera que no perturbara con sus deberes de protectora de los fragmentos. Así, podía ostentar unos cuantos conocidos pertenecientes a los reinos. Pero…

“Es una imprudencia, Brina”, diría Rohana, por su atrevido acercamiento al Rey. Le había llamado por su nombre, lo había tomado de la mano y arrastrado a la tienda y frente a su ejército. Así como la salvaje nómada que todos esperaban que fuera. Aunque debía admitir que enfrentarlos le había resultado refrescante, tener al rey mirando cada paso que daba le molestaba.

“Brina, Brina, ya te he dicho que un domador elemental mantiene las distancias de el resto del mundo”, casi podía escuchar a Rohana repitiéndole la misma cantaleta de siempre, esa que presidía al castigo físico. Que no se acercara, que no confiara, que la soledad era el camino de los domadores…

Bah…

Había machacado con una roca al fuego blanco, una hierba medicinal que servía para desinflamar. La mandíbula del rey estaba hinchada y amoratada por el golpe que le había propinado y aunque el hombre no se quejaba ni le reclamaba por ello, Brina no podía evitar sentir cierta culpabilidad. Y eso era extraño… Ella solía recurrir a las maniobras que fueran necesarias para mantener o recuperar los fragmentos. Lo que le había hecho a Leander era mínimo, porque él no había demostrado una actitud belicosa… entonces, ¿Por qué la culpa?

Revolvió la plasta una vez más para asegurarse de que tuviera la consistencia justa y colocó el ungüento en la quijada del hombre. Sus ojos negros estaban clavados en los de ella y brillaban de manera particular. Era muy poco expresivo, pero al tenerlo tan cerca pudo comprender lo que pasaba por su mente. Leer la energía de individuos no era lo que mejor se le daba, tardaba demasiado en interpretar los estados de ánimo y estos cambiaban tan rápido que no valía la pena hacerlo. Pero ahora leía, claramente, su contrariedad, nerviosismo y su… miedo.

—No tendría que haberte llamarte por tu nombre, pero me pareció que sería bueno que lo hiciera si nos van a ver como amigos. Además, me resulta muy sencillo entrar en confianza… es uno de mis pocos defectos —respondió a la defensiva, explicando su conducta errática, aunque no tenía que rendirle cuentas a él. De manera extraña se sintió apenada por el hombre, por las horribles emociones que él ocultaba con cuidado de los demás. El rey abrió los ojos, sorprendido con las palabras—. Quizás no te dio esa impresión al principio porque estuve a punto de cortarte la cabeza.

Y se rió con amargura, pensando en esa posibilidad, que si tan solo lo hubiese matado no estaría en tal embrollo. Pero qué más daba… no servía de nada arrepentirse por lo que no se había hecho.

—Sí, un pequeñísimo detalle —acordó él. Brina terminó de masajear la plasta, ya se había absorbido casi por completo y le permitía percibir su barba incipiente—. ¿Por qué dices que no deberías haberlo hecho?

—¿Qué cosa? —preguntó, se había distraído por el contacto con su piel. ¿Cómo era tan suave?

—Dijiste que no deberías hacerlo hecho, llamarme por mi nombre. Entrar en confianza.

—Ah, eso. Bueno, porque todavía existe la posibilidad que escapemos de esta unión Divina. Quiero aferrarme a esa esperanza y al acercarme a ti es como si estuviera aceptando la situación y dándome por vencida. —Esa no era la razón, pero resultaba lógico a sus oídos. Leander no agregó palabra, pero mantuvo la mirada seria y reflexiva por lo que ella había dicho—. Cambiando de tema… ¿Por qué tenías el fragmento elemental?

—¿Fragmento elemental? —ella sacó la pieza del bolsillo de su túnica y se la mostró, para recordarle. Leander asintió—. Mis hombres lo encontraron y me lo entregaron, querían que supiera que estábamos transitando por territorio nómada.

Brina chasqueó la lengua y se apoyó en la pequeña mesa frente a él. Lo miró con severidad, aunque era más de lo mismo.

—Típico de los Reinos ignorantes, tomar lo que nos les pertenece —¿cuántas veces había recuperado esas piedras, robadas de sus altares y retenidas a despropósito?— Además, nosotros no reclamamos la tierra como nuestra.

—Lamento lo que hicieron, pero no lo tomaron con ninguna intención oculta. Como bien dijiste, no saben qué clase de objeto es. —Leander enarcó una ceja interrogante, pero otra vez se quedó en silencio.

Si quisiera, podría dejarlo en ascuas, ignorar que su mirada inquisitiva pedía respuestas, aunque él no lo expresara abiertamente. La nómada se encogió de hombros, en realidad, no tenía por qué ocultarle la información. Aunque Rohana le había dicho infinitas veces que debía callarse, ¿cómo pretendían que los reinos no les robaran las piedras, si ni siquiera estaban enterados de su importancia? Qué más daba… de todas formas, a Brina nunca se le había dado bien obedecer. Y si iba a pasar tiempo con Leander, la educación sobre su cultura era primordial.




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