La primera orden

5

 

Sus latidos se habían acelerado, le sudaban las palmas y el aire no entraba en sus pulmones. Leander no había conseguido evitar el combate entre Brina y sus hombres y aunque ambas partes se habían comprometido a una lucha sin muerte, la posibilidad de que eso sucediera lo enloquecía de ansiedad.

¿Cómo lo habían convencido de que consintiera semejante encuentro? Su futura esposa había dicho que si les permitía pelear, los hombres aceptarían la situación y también los retendría de desquitarse. La sola mención de un motín le había helado la sangre, los recuerdos lo torturaban de manera consciente e inconsciente.

Estaba en medio de las partes, con la mirada puesta en el vacío. Sintió que alguien se aclaraba la voz y dirigió su atención a ese individuo que lo reclamaba. Asger lo miró con solemnidad y complacencia, estaba extasiado por la lucha, aún cuando su oponente era una mujer treinta centímetros más pequeña que él, que solo contaba con una rama para defenderse. Claro que el soldado no sabía que Brina era domadora elemental y que podía controlar la naturaleza para cortarle la cabeza si era necesario. Quizás debería decírselo… Aunque ella había prometido que no lo mataría.

—Majestad, espero que no intervenga en la lucha, a pesar de que esa nómada sea de su agrado.

Leander estuvo a punto de poner los ojos en blanco, no solo por el atrevimiento de Asger a cuestionarle sus acciones, sino porque no terminaba de entrarle en la cabeza que ella era intocable.

—¿Y a ti te parece bien luchar contra ella, Asger de Theon? —su voz salió más afilada de lo que pretendía y no le gustó en lo más mínimo a su interlocutor.

—¿Por qué no, cuando ella lo ha pedido, Majestad? Además de que no ha dejado de faltarle el respeto a usted y a todos nosotros —siseó el hombre, ofuscado.

—Entonces pretendes echarla de aquí si pierde… sin importar lo que yo he dicho al respecto —afirmó. La lógica era aplastante, pero Asger ya había pensado en una excusa para su insurrección.

—Esas han sido sus palabras, no las mías. Y he de honrar el acuerdo.

El rey asintió apesadumbrado de que nadie quisiera resolver las cosas de manera pacífica. No había forma de detenerlos, Brina tenía razón.

—De acuerdo. Espero que no te excedas con ella —replicó Leander, aunque en realidad sentía más pena por su soldado—. Y en caso de que ella gane, recuerda esas palabras que me has dicho.

—Por supuesto, Majestad —respondió el susodicho, pero por su tono quedaba a las claras que ni siquiera consideraba esa opción.

El hombre regresó sobre sus pasos y se quitó parte de la armadura que lo vestía. El sol ya estaba ocultándose y la temperatura caía en picada, pero la sed de lucha le impedía notarlo, Asger era uno de sus soldados más belicosos. Y era quien más se frustraba con él.

Alguien le palmeó el hombro, no necesitaba girarse para comprobar quien era, pero aún así lo hizo. Solo una persona se tomaba esa atribución, ella. Brina. Su mirada demostraba preocupación, pero dudaba que fuera por tener que pelear contra Asger.

—En cuanto acabe con él, tenemos que irnos a devolver el fragmento. No está muy lejos de aquí. Y no, no acabaré con en él en sentido literal de la palabra. Solo le daré una razón para que me respete un poco.

Sus ojos dorados resplandecían a la luz de las antorchas que sus hombres habían encendido, e iluminaban su rostro. Podía contar las numerosas pecas que coloreaban su rostro.

—Yo no he dicho nada —objetó él, observando los pequeños detalles de su compañera.

—Sé que no te agrada que peleemos, no quieres que lo lastime. Tu energía te delata, alteza.

¿También podía hacer eso?

—Oh… Bueno, es un alivio que solo tú te des cuenta. Y si te sirve de algo saberlo, tampoco me gustaría que tú te lastimaras —ella le lanzó una mirada cargada de ironía. No creía en su intención, pero no dejaba de ser cierto—. Es menos probable que suceda, pero no lo descarto.

—Lo que importa ahora es que tienes que estar listo para salir rápido. Deja que el resto de los soldados se ocupen de él y tú te vienes conmigo, ¿de acuerdo?

Él asintió.

Brina y Asger se ubicaron en medio de un círculo formado por soldados. La expresión de él era confianza absoluta, determinación y tenacidad. La de ella era de intranquilidad, tenía la mirada perdida, como si su mente estuviese en otro lugar.

De repente se preocupó por ella. No era probable, pero ¿qué sucedería si perdía? Sus hombres la obligarían a cumplir su parte del trato y la alejarían de él…

No tendría que haber permitido semejante arreglo.

—¡Que comience el combate! —el grito lo sobresaltó y lo devolvió a la inevitable realidad. Se mordió la mejilla interior, en un intento de mantener sus nervios faciales bajo control.

Asger batió su vara con brusquedad, golpeando el aire y generando un zumbido que le hizo apretar los puños. Era como un látigo, agitado para amedrentar a la víctima… es decir, oponente. Leander conocía muy bien el sonido implacable de ese instrumento, y el dolor que provocaba en la espalda, los muslos y las manos. Se le retorcieron las tripas ante los recuerdos.




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