La primera orden

6

 

Desde que Brina tenía uso de razón le había temido al agua, las profundidades acuosas le aterraban. Los entrenamientos en cascadas y ríos eran peor que cualquier castigo que Rohana le impusiera y nunca regresaba sin haber sufrido algún incidente. Su mentora le decía que ese miedo era lo que le impedía progresar y dominar el elemento. Sus nervios y turbación la cegaban y la energía se descontrolaba, lo que terminaba lastimándola. Todas y cada una de las veces.

Ese día no fue la excepción. El hecho de que estuvieran casi en la cabecera del río hacía que la corriente fuera fuerte y veloz, la energía era potente allí. No se había sumergido muy profundo, el agua le llegaba a la cintura, lo que consideraba una hondura segura.

Pero estaba equivocada.

Los remolinos de energía no tardaron en enredarse en sus piernas, creando una presión cada vez más fuerte que la empujaba hacia dentro. Hizo acoplo de sí misma, controlando la creciente desesperación que invadía su cuerpo. Sí tan solo pudiese limitar la amplitud de la energía que se pegaba a ella, o alejarla un poco…

¿Debería intentarlo? No tenía muchas opciones. Tragó, el pavor le cerraba la garganta. Entrecerró los ojos y posó las manos en la superficie del agua, recurriendo a toda su fuerza mental y física para contener los remolinos. Y por un segundo lo logró. La energía se canalizó en una delgada línea que la rodeaba y la presión abandonó sus piernas.

Brina respiró entre aliviada e incrédula. Tantos años de práctica contra el agua habían rendido fruto, aunque se preguntaba cómo lo había conseguido. Se frotó los brazos para deshacerse del frío que había trepado por sus extremidades.

Pero entonces, los hilos de energía se engrosaron y la envolvieron con violencia. Se desestabilizó y dejó de hacer pie, quedando a merced del agua. Su pesadilla atacaba nuevamente. Consiguió soltar un alarido antes de hundirse en las profundidades.

El silencio y la oscuridad saturaron sus sentidos, tenía los brazos y las piernas lánguidos y aunque intentaba moverlos, era como si la amarraran cadenas. Moriría allí, en los brazos de su mayor terror. Indefensa, desamparada…

Su pecho dolía. No podía respirar.

De repente, ya no estaba en el agua, ni tenía frío. Un cuerpo cálido y macizo se ceñía contra el suyo, que se sentía diminuto e impotente. Pero no le transmitía peligro, ni dolor. El aire entró en sus pulmones en cuanto expulsó el líquido que había tragado y sus sentidos se destaparon.

Su voz se escuchaba a lo lejos.

—Brina, ¿me escuchas? ¡Brina!

Abrió los ojos en ese mismo segundo y se encontró con el rostro de Leander como recibimiento al mundo de los vivos.

—Tú…

Tosió y escupió más agua, él la ayudó a sentarse. Uno de sus brazos le rodeaba la espalda, con la otra mano le tocaba el cuello. El calor humano y la brisa matinal la devolvieron a la realidad… había estado a punto de morir en el agua. Otra vez.

—Tranquila, tranquila. Estás a salvo —arrulló él con dulzura. Así como un padre consuela a su hijo angustiado, aunque no era algo que hubiese experimentado en carne propia.

Tuvo una repentina y poderosa necesidad de llorar, pero se contuvo. Recurrió a sus fuerzas restantes y se puso de pie como pudo. Estaba mojada y tiritaba de frío, su energía estaba baja y se encontraba débil.

Pero había sobrevivido y se recuperaría. Gracias a él.

—Me salvaste la vida —espetó apenas audible. El murmullo del agua la hizo temblar, pero la energía del viento la envolvió y se sintió un poco mejor.

Observó a Leander, que la miraba con preocupación. ¿Por qué lo había hecho? Era lo que en realidad quería preguntarle. Sus acciones no tenían sentido… Podría haberse deshecho de la unión que establecía la Primera Orden y de todos los problemas e inconvenientes que conllevaría… solo tenía que dejarla ahogarse. Tan fácil habría sido librarse de ella.

Tembló un poco más.

El rey se levantó y la envolvió con un extenso paño, su cuerpo volvía a cernirse sobre el de ella. Se sintió protegida, pero débil. Estaba casi desnuda, abrazada a ese hombre, sintiendo el calor de él traspasar las telas y cubrir su piel. Pasaron unos cuantos segundos, en los que se mantuvo presa de ese contacto. No pudo mirarlo a los ojos hasta que se desprendió de su agarre y dio unos pasos hacia atrás.

—Lo dices como si fuera inaudito —replicó él y se sacudió el pelo mojado. Intentaba sonar indiferente, pero ella reconoció el malestar detrás de esa fachada. Estaba casi tan afectado como ella.

—Lo siento.

Se sentía frágil y fracasada, así como cada ocasión que se había enfrentado contra el agua. ¿Y por qué no había muerto de una vez por todas? Por él.

Comenzó a alejarse del rey y de su extraña mirada benevolente y comprensiva. ¿Por qué no la había dejado morir? Caminó otros cuantos pasos, con la intención de irse y no regresar jamás, pero una terrible sensación de dolor le recordó que no podía. Que estaba atada a ese hombre.

Se retorció en su lugar y cayó de rodillas, sintiendo su piel en carne viva. La herida invisible dejó de hacer daño en un respiro y Leander estuvo a su lado un momento después.




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