La primera orden

7

 

Leander sabía que no era agradable experimentar dolor, sin embargo, consideraba que era más duro ver a otro sufrirlo. Para él eso sí era insoportable y no tan simple de remediar. Aunque sabía que su padre no era la persona más demostrativa, recordaba haberlo visto a su abrazar a su madre cuando ella estaba triste o nerviosa y no solo tenía ese efecto confortador en ella, sino en los demás que observaban. Él incluido. Por eso la había abrazado, lo único que su impotente ser podía aportarle era un poco de consuelo y comprensión.

Su cuerpo era pequeño, cabía y quedaba oculto dentro de sus brazos, la cabecita estaba enterrada en su pecho y sentía como reclinaba su peso en él. Leander comprobó con alivio que su medida estaba funcionando. Ella estaba más tranquila, ya no sollozaba y su respiración era más lenta…

—¿Estás dormida? —preguntó extrañado. Ella se aclaró la garganta y lo empujó con brusquedad, separándose. Tenía la cara enrojecida, las pecas quedaban ocultas detrás del rojo.

—No, claro que no. Solo cerré los ojos un segundo.

—Ve a dormir, Brina. Ya aguantaste lo suficiente.

—No iré a ninguna parte —respondió ella, pero era notable su agotamiento.

Leander suspiró, mientras pensaba en cómo congeniar con ella. Era testaruda, pero él también podía serlo. Regresó a su tienda y buscó una frazada, mientras se impedía a sí mismo los pensamientos que amenazaban con atacar. Tenía que mantener la calma para lograr su cometido.

Cuando volvió al centro del campamento, encontró a Brina sentada en un tronco con la mirada puesta en el fuego. Hacía días que no se veía tan serena y le alegró sinceramente que estuviera mejor. Se apresuró a envolverla con la cobija y recibió —casi con diversión— su mirada sospechosa.

—No voy a dormir —insistió, pero no se quitó el abrigo.

—No estoy pidiendo que duermas, solo que cierres los ojos un segundo… —ella le pegó un codazo en represalia por la pequeña burla que acababa de hacerle. Aunque escoció un poco y sabía que dolería aún más si la hacía enojar, Leander no iba a rendirse en lo que planeaba hacer. Incluso apostaría más fuerte—.Ven aquí.

Él tenía los brazos abiertos y dejaba la invitación sobrentendida. Ella lo miró con incredulidad.

—¿Qué pretendes, Alteza?

Leander ignoró el tono ofuscado de su voz y su propio pudor y terminó pasando el brazo por su espalda y apoyando la mano en su hombro. Lo hizo con cuidado y lentitud, mostrando en todo momento sus intenciones claramente para que ella no lo tomara como un asalto hacia su persona. Brina no abandonaba su expresión desconcertada, pero hasta el momento no lo había empujado lejos y eso lo alentó a seguir hasta el final.

La arrimó a su cuerpo con delicadeza, hasta que su cabeza estuvo sobre su hombro. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero había visto movimientos similares en parejas y aunque ellos no lo eran —no aún— quería comprobar el efecto que podía causar el trato considerado y amable. Ella no parecía haberlo experimentado por lo que le había contado.

—Descansa, Brina. Yo te cubriré esta noche.

Ella suspiró, quizás agotada de discutir por el asunto. O tal vez, cansada por todos esos días de caminata y guardia…

No importaba, en realidad. Su suspiro le dio una extraña tranquilidad a Leander, era pequeña, casi inexistente y convivía con el enredo de sus pensamientos… pero allí estaba.

—Solo cerraré los ojos.

La respiración de la nómada se hizo más lenta y regular y él intentó mantenerse lo más quieto posible. De todas maneras, su caos siempre había sido interno.

La temperatura nocturna era fría, casi helada, pero entre el fuego y el calor de la mujer que abrazaba, no se sintió incómodo como todos los días previos. Porque incluso en las noches que ella había vigilado y él se había acostado en su cama, no había conseguido dormir más que un par de horas seguidas.

La conocía hacía pocos días, pero aún así se preocupaba de esa manera por ella. Leander era así de imbécil, se interesaba demasiado por la supervivencia y bienestar de quienes se relacionaban con él. Esa era una de las razones más importantes por las que no le agradaba incorporar nuevas personas en su vida, porque era una inquietud constante, un miedo que no se acababa y que lo perseguía hasta en sus sueños. 

Y ella no sería la excepción a la regla, mucho menos, después de lo que había sucedido.

La había salvado de ahogarse no solo sacándola del agua (una tarea ardua de realizar porque parecía estar atrapada por enredaderas), sino que también había presionado su pecho e insuflado aire a sus pulmones para regresarla a la vida. Casi se le escapa un escalofrío ante el espantoso recuerdo de su cuerpo frío y violáceo, inerte en sus brazos. El hecho de que Brina respirara contra su cuello y que su calor lo envolviera tenía mucho que ver en que se mantuviera compuesto.

¿Cuántas veces había presenciado la muerte sin ser capaz de detener sus afilados dedos, como para dejarla morir? Leander llevaba la cuenta de cuántos habían muerto con él, como un registro interno que no tenía permitido olvidar… Y lo atormentaban los recuerdos de cada vida perdida, cada momento de devastación que había conseguido trastocarlo un poco más.




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