La primera orden

9

Leander la observó, con la consternación carcomiéndolo hasta los huesos. Había arruinado la camaradería que había conseguido con Brina por sus acciones y palabras. ¿Por qué, justamente con ella, tenía que perder los estribos? Sí, estaba cansado, exhausto, harto de lidiar con la constante insurrección de sus hombres. Pero de eso se trataba su existencia, ¿no debería estar acostumbrado a las dificultades? ¿Por qué se había desquitado con Brina?

La conexión Divina que tenía con ella y el  hecho que ella fuera siempre tan honesta y auténtica lo hacía sentir a gusto en su presencia, casi al punto de ser él mismo cuando estaban juntos… Era increíble, pero con Brina había se había despojado de su máscara de invulnerabilidad en más de una ocasión. Le había mostrado matices que habían permanecido ocultos por tanto tiempo y lo había hecho sin darse cuenta.

Sin embargo, se había confiado en demasía y lo había arruinado. Ese evento desafortunado le recordaba que no podía descuidarse, ni siquiera con ella. No tenía derecho al descanso, ni a la debilidad, ni mucho menos de apoyarse en alguien.

Levantando nuevamente las murallas que protegían a los demás de sus pensamientos, le sonrió a Brina y deseó con todas sus fuerzas que la misión de desatar las cadenas de la Gracia Divina tuviera éxito. Tenía que liberarla de la prisión que significaría ese matrimonio forzado. Ella no merecía tal destino.

Leander salió de la tienda y recorrió el campamento, que había terminado de asentarse. Los soldados estaban despellejando la caza del día y preparando la fogata para asar el botín, la carne duraría unos dos o tres días, ahora que eran menos. Nadie le prestaba demasiada atención mientras caminaba entre ellos, su presencia era tan superficial como las malas hierbas del campo. El rey siguió su camino, con el usual sigilo, aunque por dentro se sentía como un completo miserable. Otro día perdido en su vana existencia. Otro día en el que a nadie le preocupaba cómo se sentía él. Tenía tantas ganas de desaparecer de la faz de Apricity.

Estaba tan cansado y ese agotamiento iba más allá de la insalubre cantidad de horas que había pasado despierto. Era la continua actuación de su vida, fingir estar bien, pretender ser fuerte y capaz, cuando en realidad se sentía al borde del abismo. Permanecía en silencio, pero gritaba de frustración en su interior, donde nadie podía oírlo. El clamor de su mente lo aturdía.

¿Siempre había sido así de desdichado? Intentó recordar épocas mejores, momentos de alegría. Sin embargo, solo las tragedias aparecían ante sus ojos, evocadas sin ser llamadas para recordarle que nada era feliz. Eso no existía, era una irrealidad, un cuento para niños…

Leander arrugó el ceño y sacudió levemente la cabeza. Mejor dejar de pensar en mí mismo, se dijo. Tenía cosas más importantes que hacer que compadecerse por su mera persona.

Se concentró en su entorno. Las hojas de los pocos árboles que había en esa zona se desprendían con un brutal aventamiento que nunca se acababa. Leander había aprendido que los fragmentos que los nómadas protegían, tenían la capacidad de regular aquellos extremos climáticos. Brina le había dicho que Fenrys, el nómada que no paraba de mirarlo con resentimiento, tenía que recuperar el suyo y eso arreglaría el desbarajuste elemental.

El rey frunció el ceño al observar al hombre, estaba trepado en uno de los pocos árboles que había por allí y miraba el campamento con postura arrogante. Leander había pensado equivocadamente que nadie lo notaba, porque el domador no despegaba la vista de cada movimiento que hacía. ¿Qué era lo que pretendía? Procurando no darle demasiada importancia a la pesada mirada del nómada, se acercó a Asger.

Aunque su soldado no era tan buen trato, de todas maneras. El anciano lo miraba de reojo y permanecía en silencio, era su forma de castigarlo por las decisiones que había tomado. Quería poner los ojos en blanco, pero se instó a tener paciencia. Una vez más.

—¿Necesitan ayuda para encender la fogata? Creo que hoy será especialmente difícil con este viento… —buscó la conversación sin mucha expectativa, pero curiosamente, el soldado cedió en ese mismo instante, girándose y dirigiendo su mirada ofendida a él.

—Su Majestad no debe realizar una tarea tan ordinaria como esa.

—¿Ah, no?

—No, su deber como Soberano consiste en tomar decisiones pensando en su gente —aguijoneó, sin dejar pasar la oportunidad de reclamarle.

Leander sonrió irónico y asintió, siendo indulgente con el soldado.

—Gracias, Asger. Es agradable contar con fieles súbditos que me recuerden mis obligaciones…  —siguió a su lado, dándose un tiempo para continuar con la conversación—. Hemos marchado por días, pero este último trecho ha sido muy duro. Me gustaría saber cómo están los hombres.

—Por ahora nos mantenemos en buenas condiciones, Majestad. Pero he de admitir que el cansancio está ganando terreno —dijo el soldado en voz baja, casi inaudible.

Leander sabía que era difícil para su soldado admitir que las fuerzas no eran las mismas que antaño. Asger era el general más joven, había servido a su padre desde su adolescencia y consideraba que batallar por Themis era el honor más grande. Así había sido también su padre, su abuelo y cuatro generaciones antes que él. Eran consagrados vasallos de guerra. Si se presentaba un desafío, una batalla, hasta una simple negociación, él quería ser parte y siempre aconsejaba la batalla para sellar los asuntos. Sus métodos eran los que más contradecían la mentalidad de Leander, pero no podía negar que era también el más leal.




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