La primera orden

11

Brina se dio cuenta que debía derrotar a la Sombra lo más rápido posible, primero porque Fenrys podía escapar en cualquier momento y segundo porque Leander estaba en críticas condiciones. No podía respirar bien por la parálisis y el aire allí era tan escaso que hasta para ella era una tarea ardua llenar sus pulmones. Se levantó y encaró a su cobarde amigo enojada, Fenrys seguiría siendo el mismo sin importar lo que le sucediera.

—Mantenlo con vida y ni se te ocurra irte. —Él la miraba con una expresión indescifrable, su energía era confusa. Pero no podía detenerse a prestarle atención en aquel momento.

Brina tomó la antorcha que se había apagado y lanzando su invocación en lengua áprica, unió las energías del viento y el fuego, formando así la Espada elemental. La hoja violácea apareció ante sus ojos, iluminando cada rincón de la cueva. La Sombra se quejó de manera estridente.

Mientras ella hacía eso, Fenrys tomó a Leander y lo ubicó frente a él. Si no conociera a su amigo, diría que lo hacía para cuidar al monarca caído en esas horas difíciles. Pero siendo como era Fenys, seguramente lo hacía para utilizar el cuerpo del rey como escudo contra las Sombras y contra ella misma.

—Hazlo rápido —tuvo el descaro de ordenarle. Brina sonrió con creciente decepción, tenía unas desbordantes ganas de despellejar al maldito Fenrys. Sacudió la espada cerca de su rostro, haciéndolo retroceder en ese instante—. ¡¿Estás loca?! Aquí también está tu preciado rey, por si lo olvidaste.

—Claro que no lo olvidé. En realidad, solo quería recordarte que no deberías tener miedo a tu entorno, amigo mío, ya que es más probable que mueras en mis manos que a causa de una Sombra —volvió a apuntarlo con la espada, los ojos de Fenrys bizquearon al observar fijamente la punta de la misma—. No intentes nada de lo que puedas arrepentirte.

Brina dio un último vistazo a Leander, estaba cubierto de sudor y los mechones de su cabello se pegaban en su frente. Suspiró, cansada y preocupada.

Hazlo rápido, se instó también ella misma.

La Sombra ya había superado la alteración inicial por la luminosidad de la espada y se encaminaba hacia ellos, podía escuchar sus gemidos chasqueantes entremezclándose con las súplicas de Fenrys. El tamaño de la criatura era imponente, debía admitir. Tenía que pensar en cuestiones prácticas, para derrotarla en el menor tiempo posible. No sería sencillo.

La ventaja era que ella, a diferencia de su amigo, no tenía miedo de la Sombra. En antaño sí lo había sentido, luego de sus exploraciones furtivas con Fenrys. Por esas épocas tendría doce o trece años. Habían ido solos, desafiando las reglas de los mayores de esperar a tener sus habilidades desarrolladas para enfrentar monstruos. Según lo que se decía, las Sombras no eran criaturas muy fuertes, pero la impresión que causaban era tan paralizante como el veneno que segregaban. Encontrarse cara a cara con ellas había sido terrorífico, mucho más, siendo que no conocían los métodos para derrotarlas y tampoco dominaban sus habilidades a la perfección.

Habían regresado más pronto que tarde, silenciosos y arrepentidos por su imprudencia. Lo único que consolaba a Brina era que nadie sabía de su humillante incursión, sin embargo, unos días después, Rohana la llevó a la Caverna. Se había enterado porque Fenrys le había contado. Y la reacción de su mentora fue castigarla como nadie jamás castigaba a sus aprendices… llevándola de regreso a ese lugar.

Rohana siempre había sido la más dura y sus métodos de enseñanza no eran los más utilizados. Su mentora era inflexible cuando se trataba de inculcarle verdades de la vida. Quería que se grabaran de manera profunda e imborrable.

“Los nómadas protegemos la naturaleza, la creación. Las Sombras fueron creadas por la Deidad, así como tú y yo. Es nuestro deber conocerlas y respetarlas. Solo debes enfrentarte a ellas por una causa de fuerza mayor, no por diversión.”

Esa era una de sus enseñanzas. Rohana era una acérrima creyente y defensora de las normas establecidas por la Deidad. Una de ellas era respetar a todas las criaturas que habitaran el suelo de Apricity, todas eran obras de la Deidad y Brina se apegaba a ese precepto porque estaba convencida de su autenticidad.

La otra lección era más cruenta, menos idealista y no estaba escrita en la ley impuesta por la Deidad, era más bien una tradición de los nómadas.

“Entre los domadores no hay lugar para la debilidad y el miedo es una debilidad, Brina. Es tu deber enfrentarlo hasta que lo superes.”

Luego Rohana dijo que a las Sombras les atraía la energía que desprendía el miedo y la obligó a pasar esa noche rodeada de aquellas criaturas en soledad. Era crucial que afrontara el problema. También le dio precisas instrucciones de qué evitar y qué elemento utilizar para su encuentro.

Brina, que aún no dominaba bien sus habilidades, tuvo que luchar contra aquellas criaturas hasta el amanecer. Fue un interminable consumo de energía que la dejó fuera de combate por días. Pero en cuanto se recuperó tuvo que entrar de nuevo.

Una y otra vez.

El suplicio continuó hasta la sexagésima noche. Había conseguido su dominio completo sobre el fuego, pero la falta de descanso apropiado le pesaba y su propia energía vital estaba en las peores condiciones. Claro que Rohana no se compadeció de ella, nunca lo hacía, ni empezaría en ese momento. Brina regresó obedientemente a la Caverna, pero en cuanto puso un pie allí dentro, supo que esa noche moriría. Ya no tenía fuerza para salir con vida.




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