La primera orden

12

El ocaso anaranjado me fascinaba, el color era maravilloso sin importar cuantas veces lo contemplara. Aún tenía que completar las tareas que Padre me había asignado, que consistían en comprobar el estado de los soldados, asegurarme de que todo estuviera en su sitio y también tenía la sesión de entrenamiento con Myran, que era un completo tirano. Preferí quedarme junto a Myrael, quien por el momento se encontraba custodiando el campamento. Tenía puesta una coraza que le quedaba demasiado grande, en la que apenas asomaba la cabeza y marchaba de un lado a otro con torpes movimientos.

—Podría dejar de reírse un poco si me va a acompañar, Majestad —se quejó, su voz agitada me causó aún más gracia.

—Es imposible hacerlo, amigo. Te ves ridículo.

—Lamento no ser tan alto y proporcionado como su Majestad —soltó en bajo tono sarcástico—. Sabes que si no fueras el heredero, ya te habría hecho tragar tierra petrificada.

—Sé que en el fondo te agrado y no puedes vivir sin mí.

Myrael se detuvo y sacó la cabeza por la abertura de la coraza, me miró con una mueca de asco, pero terminó asintiendo. Éramos amigos desde que podía recordar, aunque yo siempre había sido el hijo del rey y él un súbdito, nuestra amistad era sólida y se había mantenido a través de los años. Manteníamos el formalismo por los oídos sensibles, pero entre nosotros no existía la subordinación por mi posición. Él era mi igual, mi amigo y la única persona que me conocía de verdad.

—Me hubiera gustado crecer un poco más antes de las campañas, cada pieza de la armadura es incómoda. Y son pesadísimas, tan poco prácticas si vamos a la batalla. ¿Te imaginas el desastre si tengo que pelear, cuando apenas puedo asomar la nariz?

Él siempre había sido más pequeño que los demás, aunque no el más débil ni escaso de habilidades, no había nadie en el reino que lo superara en agilidad. El problema era que los equipamientos que nos mandaban utilizar eran de medidas estándares y el tamaño y proporción de mi amigo no lo era. Tendría que esperar a que pasara la temporada de las lluvias para que le entregaran su armadura personalizada. 

—No puedo comprenderte, lo lamento. Si sigues poniendo los ojos en blanco te va a doler la cabeza…

—No puedo reaccionar de otra manera, Majestad. Ayúdame a quitarme la coraza.

—¿Estás seguro? ¿Qué harás si el enemigo aparece de la nada misma y nos atacan?

—Eso no va a suceder. He hecho guardia por siete días y no hemos cruzado ni a un arbolérico.

Lo pensé unos segundos, en realidad no creía que apareciera nadie, pero si los adultos lo veían tendríamos que soportar el castigo. Myrael me miró, enarcando una ceja que me decía que ya sabía lo que pensaba y que no le importaba. Suspiré, de todas maneras, hacer guardia y cumplir con lo que Padre dijera ya era un castigo de por sí.

—¿Crees que tu padre dejará de pedirte que te quedes en casa si regresas herido? Mas te vale que no te hagas ningún rasguño mientras estás sin armadura.

—Bah, la maldita armadura ya me sacó la piel de los hombros. Ah, por fin puedo respirar aire limpio. —Cerró los ojos, con el rostro hacia el cielo—. Lo bueno es que queda menos para regresar. Te digo la verdad, estoy bastante decepcionado de la campaña, fue de lo más aburrida.

—Cierto, no cruzamos a nadie. Padre me prometió que enfrentaríamos a soldados de Styx que pasaran por nuestras tierras. Tenía más expectativas.

—Es graciosísimo escucharte decir eso, cuando no te agrada ver sangre…

—¿Y a quién le agrada? Eso no es lo que importa ahora —suspiré, sabía que se burlaría de cualquier forma—. Quería ver cómo eran los enfrentamientos reales para hacerme a la idea de lo que me espera.

Nos alejamos del campamento, el bosque se cerraba un poco más por cada metro que recorríamos. El silencio era acogedor.

—Vamos, Majestad. Seguro te desmayabas con el primer muerto.

—¡No es gracioso, Myr! De todas maneras, creo que es bueno que no tenga que preocuparme demasiado por eso, al menos por los próximos diez años. Una vez que regrese, continuaré con mi entrenamiento pero evitaré las campañas. Tengo que aprovechar mi limitada libertad.

—Que blando eres. Yo prefiero venir a la acción del campo de batalla, que quedarme con mi padre a continuar con el negocio…

De repente, mientras Myrael hablaba, un extraño y espeluznante sonido invadió la escena. Era chirridos ensordecedores. El escalofrío me recorrió la espalda, ya conocía esta sensación… La respiración se aceleró, así como el palpitar de mi pecho.

Miré a Myrael con pánico, de alguna manera, sabía lo que sucedería a continuación. Los estandartes dorados habían llenado la escena. El ejercito de Styx había aparecido sigilosamente en un abrir y cerrar de ojos, estábamos rodeados. Nuestras tropas se encontraban a un kilometro de distancia, no podrían escucharlos…

—Corre.

—No —mi voz no se escuchó y él me empujó hacia el bosque.




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