La primera orden

13

La respiración de Leander se regularizó y sus músculos tensionados se aflojaron. Se había dormido después de un intenso llanto. Brina lo acomodó para que estuviera en la posición más cómoda posible y que no se sintiera acalambrado al día siguiente, lo cubrió mejor con la frazada y le pasó un brazo por encima del pecho. Era bastante más cómodo dormir con él.

Ella también tenía que descansar un poco, era necesario que reuniera toda la energía que pudiera para lo que tenía por delante. Pero antes de cerrar los ojos y rendirse a la pacífica oscuridad de la inconsciencia, miró el rostro del rey que se encontraba en el país de los sueños. Esperaba que estos fueran más agradables que los que había sufrido por causa del veneno.  

Acarició la mejilla con los nudillos deleitándose en la sensación que le provocaba y lo observó con atención. Los rasgos eran interesantes, aunque generalmente no les prestaba mucha atención porque se concentraba demasiado en leer su energía. Su rostro era cuadrado y jovial, la frente amplia. Su nariz era grande y afilada, los labios carnosos, el inferior un poco más que el superior. Las pobladas pestañas y cejas eran muy bonitas cuando dormía, adornaban su rostro con gracia y lo hacían parecer más joven. El problema era que Leander caminaba por la vida como si tuviera más de cien años, era un alma sabia y quizás por eso daba la impresión de ser mucho mayor. Aunque Brina no creía que tuviera mucho más que ella. Su barba estaba apenas más larga que el día anterior, la había sentido contra la piel de su cuello cuando lo había abrazado. Otra interesante sensación que le agradaría repetir en otro momento…

Brina suspiró y se arrimó más contra él, apoyando su cabeza en el brazo de Leander.

Tenía que concentrarse en planificar su ida a Lumming, pero había una molesta y cada vez más ruidosa vocecilla interna que le hacía dudar de sus decisiones. Quedaba muy poco para que llevaran a cabo su plan y si lograban librarse de la unión, tendría que separarse de Leander. Sin embargo, Brina ya no se sentía muy a gusto con esa parte del trato, aunque en un principio era lo que más deseaba.

El rey de Themis era por mucho, la criatura más maravillosa que había cruzado su camino. La conmovía su extrema vulnerabilidad, pero más que nada por cómo la transformaba en fortaleza. Leander temía a la muerte y a la vida, al conflicto y a la felicidad y sin embargo, se las arreglaba para convivir a diario con ese caos y ambigüedad. Las enfrentaba, mientras ponía al mundo bajo su cuidado. Protegía a todos y anteponía sus deseos y necesidades a los suyas. Su abnegación era admirable.

No. No quería dejarlo.

¿Pero podría quedarse a su lado? No era necesario que hubiera nada carnal entre ellos, solo  amistad. ¿Sería posible que dos individuos de distintos pueblos pudieran tener semejante relación? Bueno, Leander sería el primero de Themis, pero Brina ya tenía unos cuantos amigos de Lumming y de Styx.

Chasqueó la lengua, pensando en esas relaciones. No se asemejaban en nada a lo que tenía con el rey. Nadie hubiera hecho lo que él hizo por ella. Brina se preguntaba si el problema era Leander, con esa personalidad tan extrañamente sacrificada, o si aquellos con quienes se había relacionado previamente no eran realmente sus amigos…

Probablemente fuera Leander. Si profundizaba un poco, ni Rohana ni Fenrys que eran los seres más cercanos a ella, lo hubieran hecho. Brina apretó la mandíbula, repentinamente furiosa con esa conclusión.  

Cerró los ojos y se forzó a dormir un poco, podría pensar con más claridad en la mañana.

 

 

Fueron solo unas horas de sueño, Brina abrió los ojos ante un pequeño ruido. Alguien estaba entrando en la tienda. Se sentó en la cama, quitando las frazadas en el acto.

—Quería saber si su Majestad se encuentra mejor —era el soldado anciano, su rostro tenía su usual expresión de fastidio pero su energía indicaba preocupación.  

—Bueno, creo que va a estar mejor que ayer, pero aún no está bien del todo.

El día anterior, cuando Leander había pasado casi toda la mañana inconsciente, Brina se había encargado de dar las explicaciones. La cuestión no les había agradado en lo más mínimo a los hombres, que se aseguraron de comprobar por ellos mismos que el rey no mostraba indicio de despertar en lo pronto. Pero por alguna extraña razón, no intentaron atacarla o echarla del campamento a la fuerza. Si le soltaron la sarta de acusaciones, pero era lo usual.

—¿Estás segura que fue la comida y no algo que tú le diste?

Brina puso los ojos en blanco. Les había dado la excusa de la comida, que estaba en pésimo estado y le había caído tan mal que había pasado la noche en vela. El hecho de que Leander se hubiera mostrado demacrado al levantarse había ayudado a la credibilidad de la excusa.

—Espero ansiosa el día que no me hagas preguntas estúpidas, soldado. Sé que puedes hacerlo mejor —se burló de él y con un rápido movimiento se levantó.

—Si te molesta, puedes irte. Nadie te detendrá.

—Si sigues insistiendo, me quedaré con ustedes por lo que me reste de vida. Solo para hacerte pasar un buen rato, como siempre que estoy contigo.

La nómada cubrió a Leander con la frazada y se acercó a la mesa. Allí había un pequeño recipiente que llenó con agua y en pocos segundos se lavó. Tomó unos brebajes de Leander que aseaban la boca e impedían que se le pudrieran lo dientes. Tenía que preguntarle al curandero qué plantas utilizaba para crearlos porque le encantaban.




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