La primera orden

15

El rey le informó a sus hombres el descubrimiento del Drisol una vez tuvo sus planes bocetados, quería asegurarse de tener cada detalle bajo control antes de dar su siguiente movimiento. Y tal  como esperaba, la noticia tuvo el mejor recibimiento posible, los soldados elevaron sus voces en un alarido jubiloso e incluso agradecieron a Brina su participación en la misión. Ella no entendía muy bien la cuestión comercial que había detrás de aquello, pero asintió a las gratitudes como si hubiesen planeado semejante travesía desde un comienzo. Incluso Asger se acercó a ella y le dijo algunas cosas que Leander no llegó a escuchar, pero se imaginaba que sería algo bueno, porque ella sonreía… una brillante y hermosa sonrisa.

Las ganancias que obtendría el reino eran inconmensurables. Con tantas campañas militares sin sentido, sumado a los numerosos sobornos que Styx, el reino vecino, le obligaba a pagar para mantenerse en su frontera, Themis no se encontraba en las mejores condiciones económicas. Dependían demasiado de las cosechas y ese año había sido particularmente seco, lo que causaba un malestar generalizado en las pequeñas aldeas… Ahora contarían con un buen respaldo y Leander se sentía muy orgulloso de volver con las manos llenas a Themis.

El método de transporte fue otra fuente de regocijo para la pequeña comitiva, ya que regresarían sin tanto sacrificio y tardarían mucho menos, quizás arribarían solo un pocos días luego que el resto de las tropas. Los soldados aún no entendían cómo se las arreglarían para navegar en contra de la corriente, pero curiosamente, decidieron confiarle la problemática a Leander y se entregaron de lleno a seguir sus instrucciones. Sus hombres eran muy diligentes, pero su disposición iba un paso más allá cuando lo respetaban de corazón.

Leander repasó el trozo de lienzo en el que había escrito sus planes.

La construcción consistía en varios pasos. Primero tenían que tomar medidas y hacer los planos, él había dibujado la embarcación pero se requerían números exactos para conseguir un ensamble justo.

El segundo paso era recolectar los materiales necesarios para la cuestión. Necesitarían madera, cuerda, tela, clavos, entre otros. Leander habló largo y tendido con Asger y le explicó sus ideas. Quería utilizar el tiempo y los recursos de la manera más eficiente. Decidieron dividirse las tareas y los hombres. El general le sugirió hacer uso de las pertenencias con las que contaban, achicar las tiendas y transformar las armas en instrumentos para trabajar. Así reducirían el cargamento al máximo, lo que no fuera de utilidad lo dejarían atrás. A Leander le pareció una excelente idea y procedieron a hacer lo que habían proyectado.

Los siguientes días todos estuvieron muy ocupados desde el alba hasta el atardecer. Asger, junto con un grupo de cinco, se encargaban de talar los árboles y dejarlos en condiciones para armar. Era una tarea ardua que debían realizar con el filo de sus armas, ya que no contaban con las herramientas adecuadas. Aun así, todos estaban muy dedicados y entusiasmados.

Rolyen y Len, dos de sus soldados que tenían habilidades en cálculo, se encargaron de hacer el plano de la embarcación. Sería una nave rústica, pero segura, capaz de soportar a once hombres y una mujer.

Leander sonrió ante el recuerdo. De alguna manera, sus hombres habían asumido que Brina los acompañaría… Aunque si lo pensaba bien, era lógico siendo que había pasado con ellos todo ese tiempo. Por su parte, la nómada también estaba haciendo su parte en las tareas. Recolectaba Drisol, dado que lo reconocía con más facilidad que ellos cuando estaba debajo del agua. Se esforzaba por no mostrar que la ponía nerviosa sumergirse en las aguas y aunque Brina no era muy buena para simular sus emociones, los hombres aún no parecían notar nada raro en su actitud.

Ahora ellos interactuaban más con ella y a Leander le alegraba mucho comprobar que de a poco iban dejando sus prejuicios de lado con esa estrecha convivencia. Brina tuvo la oportunidad de mostrarles su amigable personalidad, les hacía bromas ácidas que los dejaban desconcertados en un principio, pero que no tardaron en aceptar.

Con quien más trato tenía, hasta el punto de llegar a formar una pequeña amistad, era con el curandero del grupo, Dalbitan. Cuando no estaban juntando Drisol, se retiraba con él y juntaban distintas plantas, ambos intercambiando conocimientos.

—Leander, tus hombres son de los más interesantes cuando no me están mirando como una bestia de campo.

—Ellos no te miran como…

—No los defiendas. El punto es que no me imaginaba que la gente de los Reinos supiera tanto sobre las plantas. Es una grata sorpresa.

Pasaban todo el día alejados el uno del otro ya que la Gracia Divina les permitía hacerlo, sin embargo, eso no aplicaba a la noche. Cuando yacían en el lecho, ella se acurrucaba contra él y le contaba su día, “que Dalbitan había dicho que la planta tal y que Asger la había mirado mal y que Kaye tartamudeaba hasta el hartazgo…” en pocos días no solo se había aprendido sus nombres, sino sus características. Los ojos dorados le brillaban cuando le relataba los sucesos de la jornada, la inmensa emoción que le causaba esa mínima aceptación, lo conmovía.

Los días siguieron pasando y las tiendas de campaña se redujeron a la mitad a causa del astillero. La mayoría de sus hombres prefirió dormir a la intemperie con un fuego bien alimentado. Su propia tienda fue comprimida, le quitaron su mesa y el colchón, ahora dormía sobre unas cuantas frazadas en el suelo. Apenas si tenían espacio para moverse por allí.




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