La primera orden

16

Con una mano, le tomó la nuca por debajo de la corta melena y con la otra le envolvió la cintura y la pegó a él. Brina sintió que el aire se le quedaba atascado en la garganta, pero no pensaba detenerlo ni aunque el mundo se acabara en ese instante.

Había sido repentino de su parte pedirle que la besara, pero sabía exactamente por qué lo había hecho. Solo les quedaban unas horas para lograr su cometido y deshacer la unión, luego todo lo que habían vivido quedaría atrás, como si nunca hubiese sucedido. Brina lo deseaba así, era lo más sencillo, era lo correcto… pero eso no quitaba lo que Leander significaba para ella. Luego de todas esas experiencias, después de crear un vínculo de la nada y fortalecerlo hasta el punto de apoyarse y confiar en el otro. Brina no podía imaginarse compartiendo esa conexión con nadie más que con él, y ese punto también se extendía a la parte física. Ella deseaba que él la tocara, que la acariciara, que la abrazara… y también que la besara. No quería despedirse de él sin haberlo experimentado aunque sea una vez.

Esta segunda vez no hubo tanta delicadeza, los labios de Leander se estrellaron contra los de ella, aturdiéndola. Brina no tenía ni idea de lo que estaba haciendo, no sabía besar, así que le ofrecía la boca cerrada. Él cedió un poco, le acarició la mandíbula, el mentón y con una leve presión, la incitó a separar los labios. Con suavidad le introdujo la lengua sin que ella opusiera resistencia.

A Brina le faltaba el aire, una cálida y desconocida sensación se extendía desde los labios, por su cuerpo. Le invadía los pechos y el bajo vientre. Sintió cosas que jamás había sentido. Debilidad, mucha debilidad definitivamente. Podría desmayarse por aquella intensidad, sin embargo, no se alejó de él, sino que le rodeó el cuello y lo presionó más contra sí.

Leander la bajó hasta el suelo, empujándola hacia las frazadas, pero también sujetándola contra su cuerpo. Su peso sobre ella era estimulante, Brina se restregó contra él de manera instintiva. Quería más de él, aunque tenía una vaga idea de qué se trataba, no estaba del todo segura qué era eso que quería. Leander gruñó contra su boca y se apartó nuevamente.

La ausencia de su boca le resultó casi dolorosa a Brina.

 

Leander jadeaba al igual que ella, los labios hinchados por los besos que se habían dado le resultaron tan atractivos. El rey elevó la mirada y sus ojos se encontraron. Ambos se observaron en silencio y con intensidad, como si fuera la primera vez que se realmente se vieran.

—Brina…

—Voy a salir un rato afuera. Les diré a tus hombres que yo vigilaré esta noche —de alguna manera logró formar una frase coherente. En realidad, no se sentía en sus cabales.

—De acuerdo. Yo saldré en… unos minutos.

Se levantó y tiró de ella hacia arriba. La mirada se desvió y se aclaró la garganta con incomodidad. Pero en esta ocasión, a Brina no le dieron ganas de burlarse de su actitud. Ella misma se sentía extraña y no sabía cómo reaccionar a la situación.

Salió de allí sintiendo el calor invadiendo su rostro, miró hacia los hombres que se reunían alrededor de la fogata, totalmente ajenos a lo que había sucedido entre ella y Leander. Era increíble que ella, nada más y nada menos, se sintiera pudorosa luego de un par de besos. Podría atribuírselo a que jamás la habían besado, pero ella no tenía la culpa de que las cosas se hubieran dado así. Brina había pasado sus años bajo un crudo entrenamiento, su mentora era Rohana, una de las Domadores más estrictas, alguien que los nómadas respetaban. Aunque los de su clase se jactaban de ser iguales y de que nadie estuviera por encima de los demás, lo cierto era que los Domadores poseían una honra especial. Así que durante ese tiempo, Brina no tuvo tiempo de crear lazos con nadie más que con Fenrys… primero porque no tenía muchos momentos de libertad y segundo porque los niños de su edad les tenían un abrumador respeto.

Brina detestaba eso, la hacía sentirse sola y para nada privilegiada como tanto le querían hacer creer. Y por eso les preguntaba una y otra vez a los Domadores mayores por qué sucedían esas cosas en su pueblo. La actitud de la niña solo logró ganarle una buena porción de antipatía de los Domadores, que no tardaron en tildarla de rebelde. Pero eso no la retuvo de hacer más y más preguntas, hasta que le entregaron su zona de fragmento.

Era una zona fácil, pero era una de las más alejadas del resto de su gente. Era un claro mensaje de los nómadas, de que no la querían cerca. Aunque no podía negar que esa realidad le doliera, Brina no tardó en utilizar aquella medida para su propia ventaja, al menos si no los tenía cerca podría hacer lo que quisiera. Y haría todas aquellas cosas que los nómadas prohibían por capricho y no por causa de la Deidad.

Mientras su zona de fragmento permanecía sin mayores cambios, se animó a explorar e internarse en los caminos. Como buena nómada que era, no le resultó difícil, aunque estaba sola. Rohana la había entrenado para que fuera fuerte y sobreviviera a cualquier circunstancia. En sus largos viajes, Brina conoció muchas personas, tanto de los Reinos, como nómadas que se encontraban también muy alejados del grupo de Domadores principal.


Pero aunque era de naturaleza amigable, ninguna de sus compañías bajaba la guardia en su presencia. Al final, ella seguía siendo la nómada y Domadora y eso marcó sus relaciones. Nadie se le acercó demasiado. Comprobar que las enseñanzas de sus mentores no estaban del todo erradas fue un gran golpe a sus ideales, pero no por ello abandonó sus costumbres. Brina continuó estableciendo pequeños pactos con personas de toda clase. Casi ninguna de sus amistades fue completamente genuina, pero la soledad a la que estaba expuesta a diario era más dolorosa que cualquier bajeza de parte de aquellos individuos. Aprendió un poco de cada efímera experiencia, sufrió otro poco también.




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