La primera orden

18

 

Brina abrió los ojos con admiración, estaba de pie frente de una criatura que representaba a la Deidad, era un privilegio único en la vida. Aunque estaba allí por razones de las que se avergonzaba e iba a hacer algo que no debería, el solo contemplarla la llenaba de paz.

La criatura era majestuosa y no esperaba menos. Aunque su cuerpo era blanco, brillante y cegador, sus ojos eran negros, como las profundidades del abismo. Su rostro era como el de una persona, Brina no podía ni quería apartar la mirada. La Titánide se acercó a ellos con movimientos suaves, como si se deslizara por la tierra. Se quedó a un metro de distancia de ellos, emanaba muchísima luz así que tenían que entrecerrar los ojos para soportarlo.

—Es hermosa —susurró Leander como eco de sus pensamientos.

La nómada asintió con un nudo en la garganta.

—Pequeña criatura viviente… ¿quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Adónde vas?

Le hablaba en tono suave, Brina sentía que flotaba. Observó sus rasgos delicados, regresando sus pensamientos a lo que debía hacer. Su interior se llenó de culpabilidad y apretó sus entrañas. Le había dicho todas esas cosas a Reylene, pero estaba a punto de deshonrar a la Deidad. Era una hipócrita.

—Soy Reylene, de Lumming y he venido a realizar la prueba.

En teoría, no podía mentirle descaradamente al representante de la Deidad y salir ilesa. Pero Brina era una experta en recibir castigos y dado que ella y Leander habían llegado tan lejos, no podía marcharse sin arriesgarse antes. Tenía que intentarlo. Sabía que la Deidad era compasiva y se aferraba a ese hilo de esperanza para convencerse de que no la mataría.

Pero el nerviosismo y la culpa eran inevitables y como bien había marcado Leander, era imposible para ella disimularlo. Sentía que su rostro se había contraído y que las gotas de sudor se deslizaban por sus sienes mientras soportaba el minucioso escrutinio de la Titánide.

Entonces, la criatura elevó su brazo hacia ella.

—Porque viniste hasta aquí. Porque osaste mentirle a la Deidad. Porque rebajaste los valores en los que fuiste criada. Se te castigará enviándote a tu propia Sombra.

—¿Qué?

—¡Brina!

La nómada no tuvo tiempo de reaccionar, su cuerpo simplemente dejó de encontrarse en aquel tiempo y espacio. De un segundo para el otro, ya no estaba en aquel yermo maravilloso y repleto de luz y paz. Estaba sumergida en las profundidades acuosas. El agua invadía cada lugar, no había escapatoria. Pánico y desesperación se apoderaron de su mente, al punto de que ya no podía pensar con claridad. Brina se agitó con violencia porque no podía respirar y no veía la salida de ese tormento.

Si tan solo consiguiera dominar el elemento podría salir de allí. Quizás…

Pero los remolinos de energía eran muy gruesos y estaban por todas partes. La envolvieron desde la cabeza a los pies, apresándola. Estaba en la mismísima oscuridad, presa en la más insufrible condena.

Ah… había pensado que la Deidad perdonaría su error, pero ahora estaba padeciendo algo peor que la muerte misma. Sabía que lo merecía. Había mentido a una criatura con la autoridad de castigarla, estaba muy al tanto de las posibles consecuencias.

Brina sintió que su fin estaba cerca y era justo en el escenario que más temía, ahogada en las profundidades acuosas. Lo esperaba. Se había salvado de casualidad en unas cuantas ocasiones, pero había llegado su hora, de manera inevitable.

El rostro de Leander vino a su mente, como un pensamiento invasivo. La alivió saber que al menos él quedaría libre de aquella desastrosa unión, que podría regresar a su país con las manos llenas y sin cargar con su innecesaria presencia. En esta ocasión no podía salvarla y se alegraba de ello también.

Brina también deseó con todas sus fuerzas que el rey pudiera encontrar aunque sea un poco de felicidad en su vida, que tuviera buena salud y que se le concedieran muchos años. Era una buena persona, alguien que merecía mucho. Mientras más pensaba en él, más le dolía el pecho. No habían pasado mucho tiempo juntos, pero de alguna manera sentía su alma intrínsecamente ligada a la de él. Existía una innegable conexión entre ellos.

La nómada sintió que perdía la poca fuerza que le quedaba, su vida se desvanecía. Entonces, una imagen apareció en el escenario oscuro, pudo verla por la luz que penetraba a través de los remolinos que la aprisionaban. Era un hombre, un hombre que ella conocía… sin embargo, no recordaba de quién se trataba.

Tenía el pelo negro y largo, los ojos dorados, el rostro redondeado, juvenil. Nadaba en contra de la corriente y movía los remolinos hacia los lados con movimientos forzosos. La tarea le estaba resultando ardua.

¿Quién eres?, pensó, mientras la caótica enredadera de remolinos la apretaba cada vez más.

Sin embargo un segundo después, los torbellinos cedieron y ella se liberó. Había algo allí que le resultaba demasiado familiar. Y el dolor en el pecho no dejaba de acrecentarse.

—Recuerda.

Una voz grave sonó en su mente y Brina no tuvo duda alguna. Era esa persona, tenía toda la seguridad. Sin embargo, no lo recordaba, no sabía su nombre, ni de dónde lo conocía. Solo estaba esa sensación que le erizaba los vellos.




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