La primera orden

19

La implacable lluvia volvió a arremeter contra ellos. Ambos caminaron con los brazos entrelazados, dando cuidadosos pasos hacia la barca. Los pies se hundían en la arena y avanzar era una tarea ardua. Más aun, luego de todo lo que habían soportado las pasadas horas.

Leander acababa de revivir el ataque del ejército de Styx, la muerte de Myrael, la rebelión posterior, los hombres invadiendo el palacio y atacando a su madre. Tenía todas esas imágenes en la mente, en yuxtaposición con los asuntos con los que debía lidiar de manera inmediata. A saber, salir de allí y regresar al campamento lo más pronto posible. No quería correr el riesgo de que la excéntrica Visionaria descubriera que se estaban yendo sin darle la más mínima explicación. No habían recibido nada de ella, pero aun así no podía fiarse de ella. Aunque no había apreciado que fuera hostil, Brina le había dado a entender que podía ser peligrosa.

Se subieron a la barca luego de darle un buen empujón. Estaban empapados y exhaustos tanto física como emocionalmente. Pero no podían permitirse un descanso, debían poner las cosas en marcha, ya vendrían momentos de silencio y soledad en los que podrían lamentarse por sus vidas y su pasado.

Leander se afirmó en la barca mientras Brina se encargaba de empujarla con la energía del viento. Avanzaron un poco. Aunque estaban callados, no había silencio. La lluvia caía con violencia y repiqueteaba en el agua debajo de ellos. El cielo estaba oscuro, nublado, no podía saberse si era de día, de noche, si estaba amaneciendo. Esperaba que no fuera tan tarde, de lo contrario, quien podía saber cómo reaccionarían sus hombres.

La marcha era muy lenta, pero teniendo en cuanta que estaban navegando contra la corriente era obvio que no irían a la misma velocidad que cuando se habían dirigido a Lumming. Leander tembló con violencia, no podía pensar en nada que no fuera el extremo frío que sentía. Estaba empapado, la brisa fresca no mejoraba su sensación.

Afortunadamente, el aguacero fue disminuyendo poco a poco hasta que finalmente desapareció. Y seguía oscuro. Ah, al parecer no se habían ausentando del campamento más que un par de horas. Leander se sintió aliviado, su humor se elevó al pensar que no había dejado a sus soldados por tanto tiempo. Y el alivio trajo consigo el nuevo flujo de pesados pensamientos que clamaban su atención, haciendo a un lado cualquier malestar físico que pudiera tener.

Miró a Brina, ella estaba de espalda así que no podía verle la expresión. ¿Qué estaría pensando de la situación? Ahora que habían hablado directamente con aquella criatura de luz, sabían con toda certeza que su unión era de carácter permanente, inamovible, indisoluble. De alguna manera, Leander siempre lo había sabido, pero había guardado ese fino hilo de esperanza. Al final, todo lo que habían hecho había resultado en vano. Brina era su esposa y lo había sido desde su primer encuentro. Quería pensar de manera positiva, pero solo se le ocurrían los más oscuros pensamientos.

El paisaje fue cambiando y las montañas quedaron atrás, la corriente era débil, pero la marcha no aumentó la velocidad. Brina estaría agotada. Había sido una jornada interminable.

El rey no pudo evitar preocuparse, pero no quería decirlo en voz alta porque ella ya estaba esforzándose para mantener la concentración y lograr sacarlos de allí. Pasaron los minutos, el sonido del río debajo de ellos era un murmullo relajante y cada metro que avanzaban le daba un poco más de aliento y nerviosismo. Se sintió al borde de sí mismo hasta que avistó el humo de la fogata del campamento. Brina aceleró en ese último trecho, de alguna manera logró sacar esa fuerza de su interior.

La barca se encalló en la orilla y sin detenerse demasiado a pensar, Leander saltó hacia la tierra seca. En un par de pasos comprobó que sus hombres estaban durmiendo pacíficamente y el alivio que experimentó fue abrumador.

Caminó entre ellos con cuidado de no despertarlos, sin embargo algo que antes no había notado, le llamó la atención. El poco movimiento que había allí. Se quedó quieto observando la escena por más tiempo. La respiración de sus hombres era pesada, roncaban con potencia y nadie se movía. Era muy extraño que aun estando a la intemperie, nadie hiciera el mínimo movimiento para acomodarse o girarse. Leander tomó un trozo de madera y lo arrojó sin cuidado a la fogata, haciendo un estruendo en consecuencia. Las llamas recibieron el material y se escucharon los chasquidos de la madera chamuscándose. Pero sus hombres siguieron dormidos, imperturbables, inmóviles.

¿Cómo era posible que no se hubieran despertado? La respuesta surgió inmediatamente después. Recordó esa conversación que había tenido con Brina sobre darles un somnífero a sus hombres, en la que él claramente se había negado. Ella había aceptado aquella decisión.

Pero ahora al ver a sus hombres en esas condiciones, cayó en cuenta de que la nómada había ignorado la única petición que le había hecho. ¿Por qué?

Leander sintió como se contorsionaba su rostro, la ira se acrecentaba de manera exponencial. Se giró para buscarla, pero no estaba allí. Se dirigió a la tienda, pero tampoco estaba. ¿Dónde se había metido? Sabía que no estaría muy lejos.

Leander volvió sobre sus pasos, tenía la intención de decirle unas cuantas cosas. ¿Cómo se le ocurría darles una pócima que los dejaría completamente expuestos? ¿Y qué hubiese pasado si alguien los encontraba en ese estado indefenso y los atacaba durante las horas que ellos estuvieron ausentes? Se le retorció el estómago de solo pensarlo. ¿Y por qué Brina había hecho caso omiso de la única cosa que él había pedido? Había sido una desconsiderada y una egoísta.




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