El cielo se tornó oscuro para cuando cabalgamos la última vuelta en los inmensos jardines del palacio, con la luna indicándonos el camino de vuelta. Desde niños uno de nuestros pasatiempos favoritos era la equitación y aunque nuestro padre se negaba en un inicio que una niña de 8 se subiera a un poni, Mael terminó convenciéndolo. Con el paso de los años ese poni pasó a convertirse en un caballo bien entrenado que corría como un rayo. Mi yegua Luna era ágil y veloz, compitiendo con el imponente de Tormenta, el favorito del Príncipe. Jugábamos carreras a menudo, ganando mi corcel blanco la mitad de las veces. Esa tarde le aposté a mi prometido que si ganaba debía prometerme que al llegar de su viaje volveríamos a salir del castillo y para su desgracia fui la vencedora. Mael torció la boca en un gesto de desaprobación, alegando que hice trampa y rápidamente desvió el tema. Entendía que no quisiera llevarme al pueblo de nuevo, pero no dejaría de insistir en hacerlo y él lo sabía. Cuando una idea se me metía a la cabeza nada me hacia desistir de ella.
Al terminar Mael me acompañó hasta la habitación, besando mi mano en despedida. Su mirada fue ligeramente triste, pero no dijo nada y preferí no preguntarle que ocurría. Sabía que ahora cada que le dijera que quería salir lo asociaría a la escena de ese desconocido y yo tomados de las manos, mirándonos fijamente. Durante toda la tarde no volví a pensar en ese chico y es que cuando estaba con el Príncipe, era él quien tenía toda mi atención, pero apenas sentía su ausencia, esa mirada grisácea torturaba mis pensamientos, haciéndome pensar locuras que la traicionera noche me retaba a cumplir. Debía superar esa enfermiza obsesión con él y no había mejor forma que enfrentándome a lo que sentía. Necesitaba volver a verlo.
Cuando los gorriones llegaron hasta mi balcón con sus alegres canticos, me levanté de inmediato, con una grandiosa idea en mente. Tarareé esa hermosa melodía que no escapaba de mi memoria, dando vueltas, bailando con un acompañante imaginario por toda mi habitación. Tenía un plan y la simple idea de que se hiciera realidad me alegró instantáneamente.
Tomé asiento frente al peinador, cepillando mi larga cabellera pelirroja/cobriza con los primeros rayos del sol iluminando mi mañana, mostrándome frente al espejo la imagen de una chica con el brillo en su mirada y las mejillas rosadas.
—Buenos días, Princesa —saludó Briana con su tono de voz apagado.
—Hola, Bri —mi voz no podía sonar mas alegre y eso la hizo mostrar una expresión de confusión que vi en el reflejo.
—Me alegra que solucionaras las cosas con su Alteza —a pesar de que sonaba sincera, sus palabras arrastraron la tristeza de su alma.
Me sentía mal por ella, pero no había nada que yo pudiera hacer al respecto. Briana debía olvidarse de Mael y yo no era precisamente la mas indica para decírselo. Mientras ella suspiraba por el hombre que me amaba, yo soñaba con alguien más. Si tan solo el Príncipe pudiera verla, no como a alguien mas de la servidumbre, sino conocerla de verdad, quizá, solo quizá, se enamoraría de ella y pudieran ser felices, pero en la vida real esas cosas no podían pasar. El Príncipe no estaba dentro de sus posibilidades y Briana lo sabía, pero eso no hacia que le doliera menos o a mí. Un amor imposible era justo lo que yo también sentía, así que la entendía más de lo que ella creía.
—No estoy feliz por Mael, sino por mi —recalqué, llamando su atención.
—Ay no.
Sonreí ante su expresión de resignación. Sin duda me conocía muy bien.
—Necesito tu ayuda, Bri.
—¿Mi ayuda? ¿Para qué? —sus facciones no pudieron ocultar su preocupación, mientras tomaba asiento en mi cama, seguramente augurando que nada bueno podía salir ahora de mi boca.
—Te advierto que como mi dama de compañía es tu obligación complacerme en todo lo que te pida.
—Ay no —repitió con genuina preocupación en sus facciones, haciéndome sonreír todavía más.
—Ma ayudaras a ir al pueblo. —Sus grandes ojos marrones se ampliaron con sorpresa, mientras su cabeza se movía dándome una negativa— solo será una breve visita, lo prometo. En tres días te toca a ti ir por provisiones ¿no? Me llevaras contigo y como será temprano nadie pasara a buscarme y si alguien lo hace solo diré que apenas salió el sol fui a pasear a los jardines.
—No lo haré —dijo rotundamente, borrándome la sonrisa.
Me levanté para sentarme a su lado, tomando sus manos, intentando transmitirle así mi angustia por ir.
—Tengo que verlo una vez mas y decirle que estoy bien. No pude despedirme y lo ultimo que vio de mi fue que Mael me subía a la fuerza al carruaje. Debe estar preocupado.
—¿Cómo sabes eso? Ni siquiera lo conoces Helen. Lo mas seguro es que ya ni te recuerde —sus palabras hirientes lograron su cometido, haciendo que la soltara, mirándola son severidad.
—Estas obligada a cumplir todos mis mandatos, para eso estas aquí —no pude evitar ser grosera, aprovechándome de mi falso titulo para obligarla a acceder.
Ella me miró ofendida, pero se mantuvo callada, desviando después la vista al suelo. Supe que mis palabras le dolieron tanto como las suyas a mí, así que estábamos a mano.
—Quiero que hagas esto como un favor para tu amiga, no porque te obligue a seguir mis caprichos —enfaticé con sinceridad y pareció funcionar, cuando me devolvió una mirada más relajada.
—Si no quiero ayudarte es para no perjudicarte. Date cuenta de lo que me pides. Sabes que si nos descubren nada podrá salvarnos. Esto es muy arriesgado.
—Bri, por favor —rogué.
—Helen estas comprometida con el Príncipe, tienes que reaccionar, no puedes desobedecerlo en esto y mucho menos para encontrarte con otro hombre. Su Alteza es un hombre bondadoso, pero ¿Cómo crees que reaccione si se entera de esto? Ponte en su lugar —como siempre, mi amiga era la más madura y consciente de ambas.
#18204 en Novela romántica
#3392 en Joven Adulto
primer amor joven, adolescentes identidad, princesa matrimonio arreglado
Editado: 06.01.2023