La princesa de Éire

Capítulo 6: Algo que ocultar

Centenares de flores con vibrantes colores brillaban como nunca, despidiendo su dulce aroma al darme la bienvenida. Bajé con lentitud mi capucha, revelando así mi rostro para poder hablar con normalidad, si es que mi corazón me lo permitía.

El chico miraba mis mejillas, algo sucias todavía y ambos sonreímos entendiendo lo mismo.

—Tenia que hacer que nadie me notara.

—Seria imposible —confesó tocando su cuello con nerviosismo.

—Gracias… —seguía sin saber su nombre.

—Nathaniel, Princesa —contestó de pronto, como si pudiera leer mis pensamientos.

Nathaniel era el nombre que tanto deseé saber y que ahora que pensaba era el mas hermoso que hubiera escuchado. Nathaniel.

—Yo soy Helen —mis mejillas se llenaron de color al escuchar su risa.

—Lo sé, Princesa. No hay persona en el pueblo que no conozca su nombre. —Ambos reímos. Que tonta, claro que él ya sabía cómo me llamaba. Mis rodillas temblaban todavía y seguía incapaz de pensar con claridad.

—Claro, lo siento —no tenía idea por qué me disculpaba y a juzgar por su expresión él tampoco lo sabía—. Supongo que mi historia no será olvidada con facilidad.

—La niña salvada y adoptada por el rey, es una gran historia que la gente gusta de escuchar y contar. Usted se convertirá en una leyenda —sonreí, pues su voz hacía que nada pudiera sonar mal. Omitió la parte en la que logré ganarme el corazón de nuestro Príncipe, llegando así a nuestro compromiso, pero no era algo que le fuera a corregir dada la situación—. Tuvo mucha suerte —recalcó algo de lo que yo difería, haciendo que mi sonrisa se borrara. Si bien la situación por la que pasé me llevo a convertirme en la joven que era, también me hizo perder lo más importante que tenía, a mi familia. Mis padres estaban muertos al igual que mi pequeño hermano y perderlos fue algo con lo que tuve que lidiar a corta edad, antes de poder disfrutar de lo que me rodeaba y a pesar de eso, el dolor de su perdida seria algo que siempre me acompañaría.

—¿Dije algo malo? —su rostro se mostró preocupado a mi reacción.

—No —desvié la vista. No era el momento de abrirle mi corazón a un desconocido—, no, estoy bien —mentí. Sus palabras bien intencionadas tocaron un par de fibras sensibles en mi alma.

Estaba hecha un manojo de detonantes emociones últimamente. Me pregunté si eso tendría que ver con convertirme en mujer o era debido a los acontecimientos de las últimas semanas.

—Discúlpeme si dije algo que la alteró, Princesa.  

—No me digas Princesa —corregí de inmediato, en un intento por cambiar de tema—, solo Helen, por favor —sonreí con amabilidad.

—Helen es un bellísimo nombre.

—Gracias Nathaniel, el tuyo también es muy lindo —de nuevo mis mejillas ardieron al verlo en el mismo estado que yo. Juraría que su corazón iba casi tan rápido como el mío.

Las cortinas se escucharon moverse y estaba segura de que era la forma de mi amiga de decirme que se nos acababa el tiempo. Volteé a verlas y luego regresé mi mirada a la de Nathaniel y supe que él entendió lo mismo que yo. Nuestro tiempo a solas llegaba a su fin y apenas si pude descubrir su nombre.

—Debo irme pronto —dije lo obvio.

—¿Podre volver a verla?

—No deberíamos. Quise regresar solo para decirte que estoy bien y despedirme, ya que Mael no me dejo hacerlo la última vez.

—¿Esta segura que esta bien? —preguntó preocupado.

—Sí.

—Su mirada me dice otra cosa, es triste y no alegre como debería.

Era la primera persona que me lo decía de frente y es que mi malestar no era físico, sino que venía del corazón y eso era algo con lo que llevaba años cargando.

—Es complicado —confesé.

—Me gustaría averiguar que tanto —dio un paso hasta mí, permitiéndose tomar mis manos, provocándome una boba sonrisa en mis labios que se borró al recordar a mi prometido y eso me obligó a retroceder, deshaciendo su agarre.

—Mael es un poco estricto con el tema de dejarme salir —recordé sus palabras amenazantes, advirtiéndome que no volvería a salir del palacio y el ser malvado que vivía en mi mente sonrió. Si supiera en donde estaba.

—Por eso vino aquí a escondidas —sonrió.

—Sí y debo regresar pronto. No deben saber que me fui o no volveré a salir de mi habitación —exageré sonriendo, esperando que él hiciera lo mismo, pero su expresión fue más de angustia que de otra cosa.

—¿Arriesgó su libertad por verme? —sus palabras me dejaron petrificada, eran ciertas, pero que lo dijera de esa forma era duro de escuchar.

—Quería asegurarme que estuvieras bien —recalqué intentando justificarme.

—No vuelva a hacerlo —la forma tan seca de decirlo me sorprendió, entristeciéndome. ¿Acaso no quería volver a verme? Y ¿Por qué me entristecía eso si se supone que solo venía a despedirme? Esa debía ser la ultima vez que lo viera y lo tenia claro, pero no hacía que doliera menos.

—No quiero que esta sea la ultima vez que te vea —confesé lo que mi corazón pensaba—, quiero saber más que ti —sonrió con eso ultimo.

—No hay nada en mi vida que pueda parecerle interesante a alguien como usted, le aseguro. Soy solo un comerciante de flores que ama la música y vive en una casa a las afueras del pueblo. Tengo una vida simple —confesó un poco apenado, pero sin parecer molesto por ello, al contrario, por la sonrisa que mostro parecía feliz con su estilo de vida y eso era justo lo que a mi me faltaba, esa felicidad llena de simpleza.

—Una vida feliz —no pude evitar decirlo en voz alta.

—Sí, me gusta lo que hago y eso me hace muy feliz.

Asentí, anhelando algún día poder hablar como él. Poder experimentar esa felicidad sin culpas, sin ataduras.

—Debo irme —entristecí al decirlo en voz alta—. Cuídate, Nathaniel, te deseo lo mejor en esta vida —me di la vuelta sin estar lista para una despedida y al levantar mi vestido para irme su mano tomó mi muñeca con suavidad, haciéndome voltear.




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