La princesa de Éire

Capítulo 12: Azul turquesa

Dos semanas después…

Kenneth se levantó del comedor con prisa como si en realidad tuviera algo urgente que arreglar, cuando se la pasaba perdiendo el tiempo creyéndose el importante. Comió más rápido de lo habitual y terminó cuando apenas yo iba por la mitad. Me puse de pie reverenciándome a su salida y él se fue sin decir ni una palabra, ignorando por completo mi compañía como de costumbre. El silencio entre ambos se incrementó al paso de los días, algo que en realidad no me preocupaba. Al poco tiempo de haberlo encontrado por las habitaciones de los sirvientes dejó de prestarme atención y yo a él. Solo nos veíamos en el comedor durante el desayuno y en la comida. Para la hora de la cena cada uno nos encerrábamos en nuestras habitaciones, considerando suficiente el tener que aguantar la compañía del otro dos veces por día. En contadas ocasiones me lo encontraba cuando merodeaba por los establos, en donde se aseguraba que su corcel estuviera bien cuidado. 

Acostumbraba a ver a Nathaniel todas las noches cerca del quiosco, convirtiéndolo en nuestro lugar secreto, en donde hablábamos hasta la madrugada viendo las estrellas. Acordamos no volver a vernos dentro del palacio y cada que nos encontrábamos actuábamos como se esperaba; Él se reverenciaba a mi paso y yo simplemente lo ignoraba, como aprendí a hacer con los sirvientes que me rodeaban.

Todavía en el comedor, volteé a los asientos reservados para el Rey y Mael, calculando cuanto había pasado ya desde su partida. Seguía sin llegar alguna carta o noticia de ellos y eso me entristecía. Me levanté de mi lugar dejando un poco de comida en el plato, ya no cabía ni un bocado más dentro de mí. Al pensar en mi familia sentí un nudo en mi estomago que me impidió seguir comiendo.

—Alteza —una de las chicas que me servían me interceptó a la salida del salón, esperándome antes de que me escapara—, me pidieron la acompañara al salón de música en donde ya nos esperan.

Asentí en respuesta sin ganas de protestar, dirigiéndome al lugar con la chica siguiéndome de cerca.

Pasaba mis días intentando ocultarme de mi nana y de mis damas de compañía, evadiendo el tema de la boda lo más que pudiera, pero en ocasiones me era imposible escabullirme. En días así extrañaba a Brianna, quien me hubiera ayudado a esconderme en lugar de escoltarme. Comprendí que fui un poco ruda en nuestra discusión que se salió de control. Deseaba reconciliarme con ella y volver a retomar la amistad que formamos desde que llegué aquí, pero simplemente no sabía cómo acercarme sin que me rechazara. Temía que me guardara rencor por el castigo que le impuse y era lo más comprensible. Seguramente ella me odiaba mientras yo quería volver a hablarle como si nada hubiera ocurrido. Debía aprender que todo lo que hacía tenía consecuencias y una de ellas fue perder a mi única amiga solo por mi terquedad. La vida en el palacio sin Brianna y Mael no era la misma. Con Nathaniel era muy feliz, pero me hacían falta la complicidad de mi amiga y esas salidas a caballo con mi prometido.

—Princesa Helen… —saludó mi nana con una reverencia, agarrándome de la mano para que tomara asiento frente al mar de telas de todos los colores y texturas. Comenzó a hablar, pero la verdad es que yo no escuchaba su voz, solo veía como su boca se movía explicándome algo a lo que no le prestaba atención.

Mi cabeza seguía vuelta un lio y mi corazón aún más. Hace tiempo que decidí sentir y no pensar, pero por las noches la conciencia no me dejaba dormir, provocándome ojeras y que el resto de la mañana me la pasara bostezando por todos lados. El tiempo avanzó rápido y cuando menos lo pensé ya tenia a mi nana y mis damas revoloteando por todas partes con ideas y preparativos para la boda. Cada día era un tema nuevo que tratar: decoración, comida, música, regalos, invitaciones, lista de invitados, vestimenta y más. Intenté retrasarlo lo más que pude, pero con los días se volvían más insistentes y acosadoras. Terminé cediendo por el miedo a que me buscaran incluso en las tardes o noches y notaran mi ausencia.

—Alteza —después de un buen rato mi nana pareció darse cuenta de que la ignoraba y solo sentía en automático, así que me tomó del hombro dándome pequeñas palmadas para recuperar mi atención—, el Príncipe estará encantado con este color —extendió sobre la mesa una tela de un hermoso azul turquesa.

Ante mi mueca una de mis damas habló, desenrollando otra tela del mismo color para que lo viera.

—Azul —dije más para mí misma que para ellas.

—Princesa un vestido color turquesa se le vería hermoso, refleja su pureza y virtud.

Pasé saliva ante aquello. Mantenía mi virtud intacta, más no mi pureza. Yo no era pura de alma ni de corazón. Alguien con un corazón puro no podría engañar a dos buenos hombres como yo hacía. Las lágrimas brotaron sin avisar y me levanté de inmediato para evitar que me vieran llorar.

—Elegiré mañana, ahora estoy cansada.

—Princesa, pero apenas si son las 6 de la tarde y debemos elegir pronto las sedas —mi nana fue tras de mí intentando hacerme volver, sin darse cuenta de mi mal humor.

—¡Dije que no! —volteé furiosa, haciéndola retroceder un paso por la impresión. Levanté la falda de mi vestido y corrí para afuera, dejando a mi nana sin palabras.

Necesitaba alejarme de todo lo relacionado con la boda y no quería encerrarme en mi habitación. Ocupaba aire, sentía que me ahogaba.

Corrí con desesperación hacia el establo, ignorando la llovizna. La fría agua me servía para despejarme. El cielo estaba completamente negro, pero eso no importaba. Necesitaba irme de allí.

—Alteza —se reverenció Brianna al verme entrar a toda velocidad—, ¿está bien? —su voz denotaba autentica preocupación.

No le contesté, solo seguí llorando, preparando la montura lo más rápido que pude.

—¿Piensa cabalgar con la lluvia? —un trueno se escuchó a lo lejos, levantando parte de mi vestido con el fuerte viento. Estaba segura de que nos esperaba una tormenta, pero no me importaba. Solo quería alejarme, rápido, montar a Luna bajo la lluvia y que el frio aire congelara mis pensamientos—. Helen —al ver que no escuchaba sus palabras me tomó del brazo para voltearme con firmeza, conservando la suavidad de su toque. Su cara reveló su preocupación, pero yo solo negué, manoteando para que me dejara y me subí hábilmente al caballo.




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