La princesa de Éire

Capítulo 13: Ahogada

Miré con atención uno de los tantos regalos que Mael me habia dado.

Espadas adornando el dormitorio de una dama podría ser un poco rudo, pero mi padre no se opuso al ser un presente de su hijo. El Princioe me las dio para mi cumpleaños número 13, emocionandome tanto por poder conservar por fin algo que tanto me gustaba y aun mas que eso, tenian un valor muy especial al representar el apoyo incondicional de Mael hacia mí. A pesar de que nuestro padre se opuso a que yo utilizara un arma, mi prometido consiguió convencerlo para permitirme tenerla aunque fuera de adorno en mi habitacion. Ese par de afiladas espadas representaban ese compromiso de lealtad y comlicidad. Mael nunca dejaba de apoyar mis gustos y deciciones. A partir de ese día nuestros entrenamientos secretos comenzaron, hasta que conseguí manejar la espada tan bien como cualquier guardia en el palacio

Permanecí de pie frente al adorno en mi habitación, pensando primero en mi prometido y despues en Kenneth. Recordé tambien a su familia y no pude evitar cocmpadecerme un poco de él al recordar como se comportaba su madre y padre con él. Era como si ellos no tuvieran corazón. Entendía que la monarquía exigía un par de cosas a sus integrantes, pero la familia del Príncipe Kenneth parecía llevarlo todo a otro nivel, disfrutando tanto de sus privilegios que no les importaba dañar a los demás a su paso. Apreté los puños con rabia. Pensar en lo que ese hombre le hizo a Brianna provocó que mi estomago se revolviera. ¿Cómo alguien podía ser tan insensible? Lo que había hecho no era digno de un "futuro Rey" como tanto le gustaba recalcarme en la cara cada que tenia oportunidad. 

No podía dejar de ver las afiladas hojas de las espadas, friamente a la espera de ser utilizadas, cruzadas entre sí, mostrandose ansiosas por rasgar sin piedad la piel de sus enemigos. Estaban justo ahí, tan a mi alcance, gritándome que las empuñara para impartir justicia por mi propia mano. Deseé tomar alguna, caminar hasta la alcoba del príncipe y pedirle una explicación, obligándolo a alejarse de nuestras vidas para siempre. Si tan solo Mael estuviera aquí, podría contarle lo sucedido y estaba segura de que lo echaría sin miramientos, creyéndome y aboyándome, como siempre solía hacer.

Di media vuelta intentando despejar mi mente, convenciendome de que no valia la pena ni pensar en ese hombre. Resoplé resignada, respetando la voluntad de mi padre de que se quedara en el castillo a cuidarme y la de Bri, al no echarlo a patadas de mi hogar. 

Haciendo lo posible por despejar mi mente, busqué entre mis cosas hasta dar con lienzo y pinceles. Nada me relajaba más como pintar y ese era el momento correcto para retomar uno de mis pasatiempos más queridos. Si no podía partirle la cara a su Alteza "futuro rey", entonces descargaría mi coraje entre lineas y colores.

Dejé de pensar en todo en cuanto la primer pincelada rozó la tela, concentrandome en el movimiento de las cerdas y lo mucho o poco que esparcia el amarillo. Empecé tomando colores al azar, hasta terminar pintando un amanecer en un día despejado, dejando en el cuadro mis emociones y frustraciones, recordándome a mi misma que el anochecer no duraría para siempre y que pronto encontraría la solución a mis problemas, viendo el radiante sol iluminando un cielo antes oscuro.  

Unos toquidos en la puerta me despertaron de mi ensoñacion, al ver a Brianna entrar en mi habitacion haciendo una reverencia al verme, siguiendo ella siempre el protocolo. 

—Princesa, su Alteza la llama al comedor —bajó la vista para no encontrarse con mi mirada entrecerrada por el disgusto de esa frase, pero casi de inmediato la alzó mostrándome una sonrisa—. Han llegado noticias de su Majestad y el príncipe Mael —mencionó alegre.

Abrí la boca llena de emoción, dejando caer mi pincel al suelo para levantar mi falda con ambas manos y correr hasta el comedor.

—Alteza, espéreme —de nuevo ignoré a mi amiga dejándola atrás— ¡Helen, espera! —corrí, ignorando el dolor de mi cuerpo por la caída del día anterior. Pese a que mis piernas y brazos amanecieron con un par de hematomas, no parecia tener malestar alguno en mi cuerpo. Supuse que al caer debí pegarme con un par de rocas por el arrastre de la corriente, pero yo me sentía bien y aunque no fuera así, nada de eso importaba en ese momento. 

¡Por fin tenía noticias de mi familia!

Entré al comedor a toda velocidad ignorando a mi nana, que al verme elevó los ojos al cielo y se llevó la mano a la frente en un gesto de resignacion y vergüenza por mi mal comportamiento.

Kenneth ya estaba sentado a la cabeza de la mesa, leyendo una carta con un cofre frente a él. 

—¿La carta es de ellos? —no me tomé la molestia de saludarlo, a pesar de no haberlo visto desde el dia anterior, permaneciendo en mi cuarto para la hora del desayuno y la comida.

Se levantó de inmediato al verme tan agitada, dejando la carta para tomarme del brazo con delicadeza y me sentó en una silla que un sirviente no tardó en acercarnos. 

—No deberías estar corriendo en tu estado —lo miré desconcertada al ver su gesto de preocupación por mi— ¿Cómo estás? —me miró directo a los ojos, buscando algún rastro de dolor, seguido de girar mis brazos, inspeccionando los moretones, terminando con tomar mi barbilla para ver el raspón en mi mentón. 

—Estoy bien —quise contestarle ruda y cortante, pero su gesto me tomó por sorpresa y el tono de mi voz fue neutra, continuando con un par de parpadeos involuntarios, sorprendida por su cambio de actitud conmigo.

—Sufriste una caída muy fuerte y si no te hubiera encontrado...

—¿Fuiste tú quien me salvó? —no pude ocultar mi sorpresa.

—Sí, ¿Quién pensaste que fue? —le extrañó mi reacción.

Solo negué con la cabeza, en realidad no me detuve en pensar quien me sacó del agua, mantuve mi cabeza ocupada con otras cosas que olvidé por completo ese detalle tan importante. Me quedé callada agachando la cabeza apenada. Kenneth colocó una rodilla en el suelo para ponerse a mi altura y me levantó el rostro, viéndome preocupado. 




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