La princesa de Éire

Capítulo 14: Gloria y pecado

Caminé por el jardin disfrutando del clima fresco del atardecer al lado de Nathaniel, conservando mi capa y él acompañandome un par de pasos detrás, viendo en todas direcciones de vez en cuando para asegurarnos de que nadie nos siguiera. Para cuando llegamos a la glorieta me tomó de la mano. Ya estabamos lo sificientemente lejos como para que algun curioso nos viera por casualidad, asi que correspondí gustosa, ruborizandome cuando el recuerdo de nuestro primer beso me asaltó. Fue justo en ese lugar cuando uni sus labios a los mios y supe que estaba enamorada. La gloriera quedó destrozada por la tormenta, envuelta en maleza y escombros de la blanca madera, pero mis recuerdos de ese dia estaban intactos. Al ver nuestro lugar especial destruido pensé en las palabras de mi madre: Tras la tormenta viene la calma, o… todo mal viene acompañado de un bien. Esa fuerte tormenta se llevó nuestro lugar, pero nos dio la llave a la libertad, lo cual no se comparaba con nada. 

Seguimos caminando un par de minutos hasta llegar a las enredaderas al extremo del muro. Cuando nos detuvimos mis piernas temblaron y sentí mis manos sudando por los nervios. Alcé la vista hasta el final de la muralla, sintiendome tan pequeña ante la inmensidad de mi prision. 

—Sigo sin creer que sea posible que encontraras una salida secreta —seguia con mi cuello estirado a lo alto—. Mael y yo pasamos gran parte de nuestra niñez rebuscando entre el muro y el jardin alguna piedra falsa que nos llevara a una puerta secreta y nunca logramos encontrar nada —me rei solo de recordarnos tocando cada piedra de la muralla, imaginando que magicamente una accionaria una puerta secreta que nos llevaria a otro mundo o por lo menos, fuera de los jardines del castillo. Dedicamos semanas enteras en nuestra búsqueda y nunca logramos encontrar nada, decepcionándonos tanto que nos rendimos.

—Eso quiere decir que no son buenos exploradores —se burló— no buscaron en el lugar correcto. 

—La verdad es que con la edad que teniamos nuestra imaginacion era muy activa y nuestra mente tenia poco razonamiento —me reí, volteando a sus ojos grises— ¿puedes creer que Mael me mintió diciendome que vio una hada en los jardines? La busqué por años —me ruboricé al admitirlo, sabiendo bien que era algo muy tonto. 

—¿Entonces a no crees en ellas? —me miró atónito, burlándose de mí.

—Claro que no. Ahora soy una adulta y sé que no existen—le dije, orgullosa. 

—¿Creerias si te dijera que un hada fue la que me guió hasta ti?

—Por supuerto que no —puse los ojos en blanco, resignada.

—Esa misma madrugada antes de conocerte un hada entro volando por mi ventana para hablarme al oido, me susurró que si tocaba el fiddle esa mañana mi destino iría directo a buscarme. 

Me ruboricé riendome con alegria por su bello relato, dandole un beso en la mejilla con mucho cariño.

—No me creas entonces, pero solo te cuento la verdad —aseguró desviando la vista a las enredaderas, perdiendose en sus pensamientos. 

Sonreí entusiasmada, aunque fuera mentira le agradecia que intentara hacer ver lo nuestro como algo magico, porque justo asi lo sentia. Volteé a ver su mano rodeando la mía y la solté para proponerle un reto. 

—¿Hacemos una carrera? —dije entusiasmada, viendo que habiamos llegado a las enredaderas, pero faltaba un pequeño tramo hasta el riachuelo. 

—De acuerdo, pero el perdedor tendrá que cumplir un reto puesto por el ganador —propuso.

—Esta bien —asentí— uno, dos… tres —casi grité de le emocion. Al terminar de decir dos ya tenia mi falda bien sujeta y comencé a correr haciendo un poco de trampa. Nathaniel salió corriendo detrás de mi rumbo a las enredaderas, riéndose por mi pequeño truco para tomar la delantera. 

—Eso es trampa —se quejó sin dejar de correr.

—Estrategia —le corregí acelerando el paso mientras reia.

El final del rio estaba un poco alejado, quizá más del que había calculado y correr con un vestido y tacones no fue muy buena idea. Mi contrincante llegó unos cuantos segundos antes que yo, tocando el muro con la palma extendida en señal de victoria, elevando ambos brazos al cielo. 

—¡Gané! —gritó euforico y tuve que chistar para callarlo, mirando en todas direcciones, asegurandome que estuvieramos solos. 

—Oye —lo reprendí en su susurro—, recuerda que nos estamos viendo a escondidas —le regañé con cariño y una sonrisa complice, recuperando mi volumen normal de voz— me ganaste nada más porque traigo tacones, sino te hubiera vencido —argumenté haciendo pucheros. 

—Tú fuiste la de la idea de hacer una carrera.

—Pensé que ganaría —siempre había sido muy rápida y ocasionalmente Mael me dejaba ganar, así que me confié de mas —, soy rápida en las carreras. 

—Al parecer no más que yo, Princesa —presumió—. Ahora tendrá que cumplir mi reto.

—Yo queria ser quien te pusiera un reto —protesté cruzandome de brazos fingiendo hacer berrinches.

—¿Qué tenias en mente? —preguntó curioso.

—La verdad no pensé en uno, pero quiza te habria puesto a comer tierra.

Una carcajada fue su respuesta. 

—Me temo su Alteza que será usted quien asuma el castigo esta vez —su tono de voz fue juguetón, haciendo que no me preocupara por el castigo que pensara ponerme. 

—Bien, ¿tendré que comer tierra? —indagué, resignada. 

—Me temo que será algo más atrevido que eso —aseguró, volteando al agua cristalina a nuestro lado. 

—No… —dije riéndome mientras caminaba hacia atrás, intentando alejarme de él al entender lo que quería que hiciera, pero por cada paso que retrocedía Nathaniel avanzaba uno. 

—Usted, Alteza, fue quien puso las condiciones y yo acepté —sentenció quitandome la capa, dejandola colgada sobre un arbol. 

—¿Y no puedo cambiarlo por un beso? —propuse haciendo uso de mi mirada más tierna para intentar convencerlo. 

El chico se paro frente a mi, tomandome de la cintura y acercandome a él. Subí mis manos apoyandolas en sus hombros, saboreando mi victoria cuando acercó su rostro al mio en busca de mis labios. Su beso fue tierno, tan dulce como solo él podia hacerlo. Me perdí en su boca hasta que nos separamos y al elevar mi vista noté la picardía en sus ojos manteniendo una ceja alzada de forma traviesa, con esa sonrisa juguetona augurando una travesura. 




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